Suponga que es usted propietario de una pequeña empresa que produce algo para los consumidores estadounidenses, como por ejemplo, adornos de plástico para el césped. (Un tío mío se dedicaba, de hecho, a eso). Luego, por alguna razón, los políticos proponen imponer un impuesto del 25% o más sobre todas las ventas de flamencos rosas, enanitos de jardín, etcétera. ¿Qué haría cuando ese impuesto entrara en vigor? ¿Repercutiría ese aumento de los impuestos a sus clientes, o intentaría mantener los precios al consumo sin cambios y absorber el impuesto?
Bueno, seguramente les dirá a los políticos que los clientes acabarán pagando y probablemente estará diciendo la verdad. Sus costes, en efecto, aumentarán, y su margen de beneficios probablemente no sea lo bastante holgado como para absorber el impuesto, aunque quisiera.
Ahora cambiemos un poco la historia: usted no es un pequeño empresario estadounidense, sino una empresa china que vende productos a Estados Unidos, y el impuesto en cuestión es un arancel, una tasa que grava los productos importados de China. ¿Por qué habría de ser diferente la respuesta? Normalmente, sería de esperar que el arancel repercutiera en los consumidores estadounidenses.
Sin embargo, a Donald Trump le encantan los aranceles e insiste en que los pagan los extranjeros. Así que algunos republicanos destacados, que cada vez más parecen utilizar 1984 de George Orwell como manual de instrucciones –lo que diga el líder es verdad–, se han lanzado a afirmar que los aranceles (y solo los aranceles) son un impuesto a las empresas que no perjudica a los consumidores. “La idea de que los aranceles son un impuesto para los consumidores estadounidenses es una mentira promovida por los subcontratistas y el Partido Comunista Chino”, declaraba no hace mucho un portavoz del Comité Nacional Republicano.
Pero ¿cómo sabemos que son los consumidores los que pagan realmente los aranceles? Acabo de intentar convencerles mediante un experimento mental; también podría señalar el hecho de que la gran mayoría de los economistas creen que los aranceles los pagan principalmente los consumidores. Pero no a todo el mundo les parecen convincentes los experimentos mentales, y mucha gente desconfía de los economistas. Entonces, ¿puedo ofrecer alguna prueba más directa?
Pues sí, puedo, gracias a un tipo llamado Donald Trump, que impuso algunos aranceles elevados a China en 2018 y 2019, dándonos la oportunidad de ver qué pasaba con los precios (básicamente lo que los economistas llamarían un experimento natural). Ha habido algunos análisis estadísticos cuidadosos de los efectos de los aranceles de Trump. Pero pensé que también podría ser útil ofrecer una visión general rápida e informal.
Chad Bown, del Instituto Peterson de Economía Internacional (ahora economista jefe del Departamento de Estado), ha examinado la historia reciente de los aranceles de Estados Unidos sobre los productos chinos y viceversa. El arancel medio de Estados Unidos sobre las importaciones procedentes de China aumentó en 2018 y 2019 hasta el 21% aproximadamente, desde alrededor del 3%, un aumento de 18 puntos porcentuales. La única forma en que eso podría no haber aumentado los precios para los consumidores estadounidenses habría sido que las empresas chinas hubieran recortado sus precios estadounidenses en una cantidad similar. Pero no lo hicieron: el precio medio de las importaciones procedentes de China cayó solo en torno a un 2%, e incluso ese pequeño descenso podría haber sido una continuación de una tendencia a largo plazo de caída de los precios de las exportaciones chinas.
Así que tenemos un aumento de 18 puntos en los aranceles compensado únicamente por un descenso del 2% en los precios chinos netos, después de sumar los aranceles. Desde luego da la impresión de que los consumidores estadounidenses han soportado la mayor parte de la carga.
Vale, para ser justos, debo mencionar una salvedad a esta conclusión. Estados Unidos es un país grande, lo suficiente como para que, si impone aranceles a una amplia gama de bienes, pueda mejorar sus condiciones comerciales –es decir, los precios de sus exportaciones en relación con sus importaciones– si otros países no responden con aranceles a las exportaciones estadounidenses. (Esto se conoce con el poco útil nombre de teoría del arancel óptimo.) En la práctica, esto funcionaría a través de una subida del valor del dólar si Estados Unidos redujera las importaciones, lo que haría bajar los precios en dólares de los bienes que seguimos importando. Y este efecto no se limitaría a los precios de las importaciones de los países sujetos a aranceles elevados: un arancel sobre los productos chinos podría acabar reduciendo los precios de los productos que compramos, por ejemplo, a Alemania.
Pero es un punto debatible porque si Estados Unidos impusiera aranceles generalizados, otros países harían lo mismo, en parte como represalia, en parte simplemente como emulación. De modo que, al final, los consumidores pagarían los aranceles.
¿Qué consumidores? Hay que tener en cuenta que el programa económico de Trump aboga por una combinación de subidas de impuestos en forma de aranceles más elevados y recortes fiscales para las empresas y las personas con rentas altas. Incluso ha planteado la idea de sustituir el impuesto sobre la renta por aranceles, lo que casi con toda seguridad no es factible, pero podemos preguntarnos qué pasaría si recaudara tantos ingresos arancelarios como fuera posible y a la vez recortara los impuestos sobre la renta en la misma cantidad.
Según Kimberly Clausing y Maurice Obstfeld, del Instituto Peterson, esa combinación afectaría a los estadounidenses de distintos niveles de renta de la siguiente manera: el efecto neto sería negativo para el 80% de la población, especialmente para el 60% con ingresos más bajos, mientras que sería extremadamente positivo para el 1% con las rentas más altas.
Hay dos razones para este resultado regresivo. En primer lugar, las familias con rentas más bajas gastan una proporción mayor de sus ingresos que los ricos, de modo que se verían más perjudicadas por lo que equivaldría a un gran impuesto sobre las ventas. En segundo lugar, los impuestos sobre la renta los pagan de forma desproporcionada los ricos –alrededor de la mitad de la población no paga impuestos sobre la renta, aunque pagan mucho por otros impuestos, como el impuesto sobre la nómina, por lo que los beneficios de recortar ese impuesto fluirían principalmente hacia arriba.
Entonces, ¿quién pagaría los aranceles que Trump impondrá casi con toda seguridad si gana? Ni China ni los extranjeros en general. Todo indica que la carga recaería sobre los estadounidenses, principalmente sobre la clase trabajadora y los pobres.