Ni puño rojo en alto, ni el brazo nazi extendido
Dos acontecimientos mundiales acaban de enviar señales de que el mundo empieza a cansarse de los extremos y busca un refugio democrático en un centroizquierda. Primero, las elecciones francesas, donde contra todos los pronósticos perdió la derecha extremista. Segundo, la victoria que parecía imposible en Irán del moderado y reformista Masud Pezeshkian que venció al ultraderechista Sabed Jalili.
Y en versión menor y casi patética, la extravagancia del presidente argentino, Milei, al asistir al aquelarre de extrema derecha realizado en Brasil en la conservadora Santa Catarina, con motivo de la reunión del CPAC. Contra todas las normas diplomáticas, el líder argentino asistió sin encontrarse con el presidente Lula, al que tachó de ladrón y vino a consagrar al desprestigiado expresidente Jair Bolsonaro. La presencia de Milei en Brasil fuera de todos los protocolos pasó desapercibida en la opinión pública.
Sin duda el populismo de derechas está en ascenso en busca de legítimas reivindicaciones populares de seguridad, protección familiar y pluralidad en la educación de los hijos, pero cada día que pasa va quedando más claro que los extremos se están desmoronando: ni el puño cerrado comunista, ni el brazo extendido nazi. Los extremismos empiezan a zozobrar para dar paso a una democracia de la posible convivencia entre diferentes, sin que corra sangre y sin tentaciones de nuevas guerras civiles.
Hoy la gente, desde los más excluidos de los banquetes de los ricos hasta las clases medias sacrificadas, buscan un equilibrio que les permita vivir sin los temblores de la inseguridad económica y política. No quieren ya terremotos extremistas que colocan en jaque su seguridad. Ni se entusiasman con las viejas ideologías extremistas que tratan de resucitar un puñado de pseudo políticos exacerbados.
Después de la sorpresa francesa, hoy se aleja de la Unión Europea el fantasma de poder ser ocupada por las fuerzas de una derecha zafia sin ser siquiera ideología. Los europeos, y al parecer el mundo británico del Brexit, empiezan a volver los ojos hacia la Comunidad Europea que aseguró la paz y un cierto bienestar económico desde los conflictos mundiales a hoy.
En Brasil, a pesar de los esfuerzos de una extrema derecha populista, la misma derecha no burda busca, aún con ciertos recelos, llegar al gobierno sin parecer hijos legítimos del bolosonarismo de los modales trogloditas para aparecer como una derecha conservadora pero no fascista más inclinada al centro.
El caso más evidente hoy es el liderazgo de Tarcísio de Freitas, actual gobernador del Estado de São Paulo, de las dimensiones de España, centro neurálgico del poder económico, donde suelen resolverse las elecciones presidenciales. Freitas es un militar duro al que Bolsonaro había hecho ministro y que hoy se presenta simplemente como conservador y buen administrador considerado ya como el más probable candidato para las presidenciales del 2026, quizás en desafío con Lula que a pesar de su edad sigue soñando en ser candidato por la cuarta vez en su larga vida política.
Es verdad que toda vigilancia en la defensa de la democracia para impedir la llegada de las nuevas hordas nazis es poca. Basta recordar que tanto Mussolini como Hitler llegaron al poder por medios constitucionales. Hoy puede que ello sea más difícil aunque aún parecen como en Brasil, Argentina y Estados Unidos tentaciones extremistas que podrían desembocar en peligros de conflictos civiles violentos.
Si hoy hiciésemos un análisis del estado de conciencia de millones de ciudadanos del mundo veríamos, como está ocurriendo en Israel con la bárbara guerra de Gaza, que existe un rechazo hacia los nuevos holocaustos, que la gente quiere paz, bienestar, convivencia pacifica, repartición justa de las riquezas y relaciones personales positivas como antídoto a la epidemia de problemas psiquiátricos producidos por la violencia, la soledad y la destrucción de las relaciones pacíficas.
Con todas las preocupaciones que nos producen las redes sociales y las nuevas tecnologías de la comunicación global, no cabe duda que las personas buscan también en ellas una horma nueva de comunicación personal, de amistad, de convivencia a distancia. Son relaciones de paz, no de guerra. Al final parece vencedora y empieza a serlo también en la política un clima más que de guerra, de abrazo, de deseo de compartir lo mejor de nosotros, de anatematizar los extremismos que intentan apoderarse de la era digital.
Un pequeño botón de muestra, pues de las semillas más pequeñas nacen los grandes árboles frondosos, lo ha sido el éxito en Río de la obra El poeta aviador de Rayane Rocha, que ha despertado sentimientos de amistad y de afecto inesperados: “Esa pieza ha sido un abrazo” y añade que “el afecto es revolucionario”.
Los intentos de la extrema derecha de querer resucitar los esqueletos de antiguas guerras ideológicas y hasta sangrientas del pasado con toda su carga de oscurantismo en un mundo que se abre a horizontes de nuevas conquistas humanistas, parecen empezar a zozobrar ante el ansia, abierta o subterránea de la sociedad que empieza a preferir los brazos el afecto y la amistad a los lúgubres estampidos de las guerras físicas o ideológicas.
¿Un sueño idealista que parece hoy irrealizable? Quizá, pero si la Humanidad sigue aún en pie y con nostalgias del abrazo más que de los cañones de guerra quiere decir que los deseos más profundos de encuentro pacífico, de justicia y de paz entre diferentes no han muerto. ¿Les parece poco?