Ángel Lombardi Boscán: ¡Tierra, tierra!

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Una ola de suicidios arrasó Alemania en los meses finales de la guerra. Solo en abril de 1945, tres mil ochocientas personas se mataron en Berlín. Los habitantes del pequeño pueblo de Demmin, ubicado al norte de la capital, a unas tres horas de distancia, cayeron en un pánico colectivo cuando las tropas alemanas en retirada dinamitaron los puentes que conectaban el pueblo con el resto del país, quedando atrapados por los tres ríos que cercaban aquella península, indefensos ante la crueldad del Ejército Rojo. Cientos de hombres, mujeres y niños se quitaron la vida en tan solo tres días. Benjamín Labatut en Un verdor terrible, 2020.

Que los terribles nazis entraron en pavor ante la invasión de los asiáticos eslavos fue toda una conmoción mundial. Sándor Márai (1900-1989), un gran escritor húngaro, también fue testigo de éste cataclismo histórico, aunque ésta vez desde Hungría y el centro de Europa.

La pequeña Hungría primero fue cebada por los nazis y más luego por los comunistas. Dos fuerzas de la naturaleza histórica caracterizadas por la manifestación totalitaria. Hitler la utilizó como puente para sus conquistas en la Europa Oriental mientras que los rusos se la cobraron como presa cuando aplastaron a la Wehrmacht.

En el medio: la degollina de los inocentes. La marcha fúnebre de los indulgentes que buscan sobrevivir sin importar el cómo. “… ten cuidado, que pisas sangre, dejado y lleno de barro está el Bastión; alzan la vista al cielo los cadáveres, cielo al que el humo ya anuncia que abajo está en llamas el barrio de Krisztina; el gitano del Balta, de música quejosa, ha desaparecido, quedan hedor y sombra, y en el Castillo, en su iglesia, yacen juntos caballos muertos y príncipes difuntos…”.

La agonía de un burgués. El principal agente revolucionario de la Revolución Francesa de 1789 es en 1945 una pieza de museo decadente y desechable. El asalto bolchevique se engulló lo más brillante de la cultura centroeuropea. No todos pudieron huir. No todos pudieron salvarse.

“Mientras los alemanes habían robado de forma organizada e institucional, los rusos saqueaban de manera oficial y también privadamente. Es imposible conocer el valor real de su botín”.

Márai intentó diseccionar a los intrusos. En su autobiografía les dedicó muchas impresiones a los comunistas rusos. Hay dos que son claves. La primera, que representan al Oriente primitivo, pobre y despótico; y la segunda, es que el Hombre Nuevo soviético estuvo trajeado de rencor y miseria social. El sistema estalinista intentó aniquilar la condición humana; aquello de la solidaridad entre pueblos hermanados fue sólo propaganda.

Carlos Marx, un liberal antes que marxista, advirtió al mundo sobre ésta amenaza. “Cuando Rusia cuenta con la cobardía y el temor de los poderes occidentales, hace que suene su sable y aumenta a un grado máximo sus exigencias, para comportarse luego como si fuera magnánima al contentarse con alcanzar sus objetivos más inmediatos… ¿Ha pasado ya el peligro? No. Sólo es la ceguera de las clases dirigentes de Europa la que ha llegado a su cenit. Para empezar, la política rusa es inmutable… Pueden cambiar los métodos, las tácticas o las maniobras, pero la estrella polar de su política –la dominación del mundo- es una estrella fija”.

La filosofía central es la deshumanización. Las almas muertas de Gógol encadenadas a una sumisión cruel. Por ello no hay opinión pública y mucho menos ciudadanía hecha y derecha. Ya en 1945 el descontento de los soldados de la ocupación húngara se manifestaba de ésta manera:

“-Porque hay que trabajar muchísimo y uno no recibe el dinero que vale su trabajo. Además, no hay libertad”.

Márai no pudo ser testigo de la Caída del Muro de Berlín en 1989. Su autoexilio en los Estados Unidos fue agridulce, como lo son casi todos los extrañamientos de la Patria.

Lo que describe nos toca muy de cerca a los venezolanos de hoy. Quienes en los últimos veinticinco años hemos visto la demolición de un estilo de vida democrático para imponernos otro de tipo totalitario.

Los rasgos más perversos del modelo soviético, pasando por la estación cubana, se quieren reproducir malsanamente en la sociedad venezolana de hoy. La falta de libertades; la desvalorización del trabajo; el éxodo de millones de compatriotas y un sistema de dominación despótico basado en una Nueva Clase contraria al interés público y privado de la mayoría.

Éste 28 de julio, quizás tengamos, una de las últimas oportunidades, de revertir la tragedia nacional, y reivindicar postulados civilizatorios que puedan hacer que Venezuela vuelva a formar parte de la Historia.

@Lombardiboscan -Director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia – Representante de los Profesores ante el Consejo Universitario de LUZ

 

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