Han pasado tres años desde las históricas protestas que sacudieron las calles cubanas el 11 de julio de 2021, pero parece haber transcurrido más tiempo. El cambio que se ha operado en miles de personas en esta Isla ha sido tan profundo y acelerado que, en otras circunstancias, se hubieran necesitado varias décadas para lograr un efecto similar. Si ha sido veloz y significativa la transformación que han vivido los manifestantes, sus familiares y, especialmente, los encarcelados por aquella jornada, entre las filas de los represores también se ha producido una metamorfosis.
Ángela tenía 76 años ese 11J y, cuando escuchó los primeros ecos de las manifestaciones, quiso salir a enfrentar con un palo a los jóvenes que gritaban su inconformidad en las calles de la ciudad de Camagüey. Militante del Partido Comunista, acérrima seguidora de cuanta campaña oficialista moldeó su vida –desde los trabajos voluntarios hasta las misiones en el extranjero– sintió un desprecio absoluto por esos “muchachos malagradecidos” que querían “tumbar la Revolución”. Ahora, 36 meses después, maldice con rabia cada vez que llega un apagón, ha elevado el tono de sus críticas contra Miguel Díaz-Canel, pidió la baja de las filas del PCC y está preparando la maleta para irse a España a través de la Ley de Memoria Democrática, tras desempolvar a un abuelo asturiano.
Yuri fue de los que dio golpes en las cercanías del Capitolio habanero. Años como informante de la Seguridad del Estado en la barriada de Jesús María lo hicieron cercano a esos agentes de la policía política que siempre llevan pseudónimos al estilo de Ernesto, Camilo o Alejandro. Ese día, uno de ellos le avisó de que “los gusanos” querían “tomar la sede de la Asamblea Nacional y derrocar el Gobierno”. Con sus 23 años y sus largas sesiones en el gimnasio, aquello fue “un paseo de niños”, se jactaría más tarde al contar cómo rompió cabezas, golpeó estómagos y ayudó a meter a varios de los manifestantes en los carros jaulas que se llevaron a cientos de detenidos. Hace meses borró su cuenta de Facebook donde se ufanaba de sus excesos, logró el parole para emigrar a Estados Unidos y, desde Jacksonville, Florida, asegura que a Cuba no regresa “ni amarrado”.
Hace meses borró su cuenta de Facebook donde se ufanaba de sus excesos, logró el ‘parole’ y asegura que a Cuba no regresa “ni amarrado”
Paloma, de 19 años, fue de las convocadas para el acto de desagravio por las protestas populares que organizó el oficialismo días después del 11J en el litoral habanero. De madrugada, la joven universitaria llegó al lugar, pasó el detector de metales colocado para la ocasión y coreó algunas consignas con tono de victoria eterna. En su centro docente se comprometió a integrar las Brigadas de Respuesta Rápida para defender “la patria de caer en manos del enemigo”. Graduada ya de su especialidad, ahora engrosa las filas de los desempleados que no quieren trabajar para el Estado por un mísero salario pero tampoco han logrado colarse en alguna próspera mipyme que les garantice el sustento. Sus padres han puesto en venta la casa familiar de “construcción capitalista, lista para llegar y vivir” y con ese dinero esperan financiar los tres boletos a Managua que los saquen cuanto antes de la Isla.
Tres represores, tres historias de desengaño que podrían multiplicarse por miles, por cientos de miles. Ninguno de ellos está en este momento dispuesto o disponible para volver a las calles a defender el régimen cubano. Entre la emigración y el desencanto, sus bríos revolucionarios han quedado reducidos o sepultados. Algunos incluso podrían engrosar las filas de los que griten “¡Patria y Vida!”, “¡No tenemos miedo!” y “¡Queremos un cambio!” si la indignación volviera a llenar las calles. ¿Significa eso que está cerca otro estallido? ¿Si ha aumentado la decepción con el modelo político en las propias filas de los “fieles” se avecina otro 11J?
Este mes de julio, las razones para una protesta social son mayores que hace tres años. Ha crecido el hartazgo por el agravamiento de la crisis económica, la inflación que ha hundido en la pobreza a millones de cubanos, el déficit eléctrico que nos ha sumido en largas horas de oscuridad y los dislates oficiales a la hora de aplicar soluciones para salir del atolladero. Pero los mecanismos legales, jurídicos y policiales se han blindado mucho más para evitar la sublevación. Las largas condenas de cárcel contra los manifestantes, no solamente de hace tres años, sino de posteriores protestas, han funcionado como un elemento disuasorio y el éxodo ha rebajado el número de potenciales inconformes.
Pero no todos pueden abordar un avión. Entre esos que están condenados a permanecer en el país por falta de recursos y contactos está el fermento de otro posible 11J. ¿En qué bando se ubicarán los Ángela, Yuri y Paloma que aún estén en Cuba cuando llegue ese día?