«45/19» es la fórmula que ha elegido el Gobierno de Nicaragua para preparar el 45. aniversario de la revolución sandinista, que se celebrará el día 19 de julio. Se busca presentar —ya no como en el pasado con marchas y la gran manifestación— el reconocimiento y la admiración que las diferentes delegaciones invitadas tienen para el régimen orteguista en estos momentos. Esta escenificación anual del heroísmo revolucionario, que se caracterizaba por consignas que invocaban al pasado y a sus héroes, se ha descentralizado para evitar la impresión de que los ciudadanos han perdido interés en dicha «fiesta». Ahora serán eventos en los municipios, sin la «gran plaza» que Daniel Ortega acostumbraba llenar en años anteriores.
Los “muchachos” de “la ofensiva final” de 1979, que lograron la derrota de Somoza y la instauración de la primera Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional el 20 de julio de 1979 en Managua, hoy ya son adultos mayores y viven en diferentes partes del mundo, perseguidos y exiliados por la pareja presidencial de los Ortega-Murillo. La simbiosis entre la población nicaragüense, su juventud y los guerrilleros sandinistas de aquel momento histórico se ha perdido en el curso de los años del gobierno sandinista. Su partido, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), se ha convertido en un cascarón vacío, un aparato de control de la ciudadanía sostenido por un sistema clientelar manejado con favores y presiones desde la vicepresidencia del país.
La “revolución” que iba a abrir un nuevo capítulo en la historia de las revoluciones no terminó en una revolución totalitaria como muchas otras, sino que desembocó en un régimen de una dinastía familiarque ha usurpado el poder para sus intereses particulares, desdeñando las aspiraciones de justicia social y de libertad con las cuales había iniciado su andar político. Los rencores y la venganza que reflejan la saña en el ejercicio del poder, han llevado a muchas personas a las celdas de El Chipote, con tortura y abuso sexual, les han obligado a partir hacia al exilio y han culminado en expropiaciones de universidades, ONG y empresas, así como de casas particulares. La misma masacre de 355 personas en el curso de las protestas del año 2018 revela la implicación de policías y paramilitares en actos de represión y persecución que siguen hasta el día de hoy.
Con el destierro de encarcelados y el despojo de su nacionalidad, la “copresidenta” trata de llevar adelante un concepto de nación que sigue a sus preferencias esotéricas, por un lado, y las lógicas del dominio familiar, por el otro. Lo que se pide es la incondicionalidad absoluta para con los gobernantes, cuyo interés es eternizarse en el poder mediante el control total de la sociedad, las empresas, los mediosy el aparato de seguridad, al igual que la justicia.
El 18 de abril de 2018
Para el Gobierno de Ortega-Murillo, el fanal ya no es la victoria de la revolución, sino que se le identificará con las protestas que se iniciaron en abril de 2018 y que demostraron la debilidad de su poder, por un lado, y el rechazo a su simbolismo, por el otro. Desde entonces, la represión se ha extendido por todo el país y el nimbo de liberación del pasado ha sido sustituido por el de la sangre, tras la masacre de más de 300 personas activas en las protestas.
El símbolo de la victoria de la revolución contra la dinastía familiar somocista en 1989, fue el derribo de la estatua ecuestre de Anastasio Somoza García, ubicada frente a la entrada principal del viejo Estadio Nacional; el símbolo del envilecimiento del régimen orteguista fue el derribo de los “árboles de la vida” en 2018.
La nueva dinastía familiar de los Ortega Murillo tuvo que presenciar cómo derribaban los “árboles de la vida” y los incendiaban durante las protestas. Hoy, en vísperas del 45. aniversario de la Revolución Sandinista, se han reinstalado estas construcciones metálicas de entre 15 y 20 metros de altura y 7 toneladas de peso, que pueden considerarse un mensaje a la población: el régimen ha vuelto a controlar la vida pública y es capaz de cubrir el escenario político del país con su simbolismo. Estos “chayo palos”, como se les denominó en alusión a su protagonista, la vicepresidenta Rosario Murillo, simbolizan la imposición de su estética, ajena a la sociedad nicaragüense. El regreso de las “arbolatas” refleja de alguna manera la situación interna del país, donde las voces vivas de la sociedad han sucumbido al peso de un régimen opresor o han tenido que exiliarse en los países vecinos.
La soledad del régimen
Aunque se festeje el día 19 de julio con delegaciones de otras partes del mundo, está muy claro que Nicaragua está aislada internacionalmente en Centroamérica, América Latina y el resto del mundo, y que el gobierno también está entrando en un creciente aislamiento de su propia población. Que el régimen pueda “morir de soledad” es una opción ante el incesto político debido a las lógicas de una dinastía familiar; la otra es “morir por agotamiento”, no solo debido a la edad avanzada de sus protagonistas, sino por vivir con la incondicionalidad absoluta de seguidores, los cuales, al mismo tiempo, podrían convertirse de un día para otro en enemigos.