Se nos presenta la IA, como la figura terrible de nuestra infancia lejana: “Viene el coco, te va a comer.” Esas solas palabras bastaban para dejarte quieto y casi sin movilidad. El miedo al “coco” en mi infancia era de gran magnitud. Lo peor es que no teníamos ni idea de cómo o qué era el “coco”, de dónde salía, ¿por qué nos acechaba? ¿por qué era tan malo? No había explicación, por eso nos aterrorizaba y no nos atrevíamos ni a pestañear, ante la amenaza: “viene el coco”.
Esto me vino a la mente, oyendo a un gran tecnólogo, investigador y científico, previniéndonos contra lo terrible que puede ser la inteligencia artificial para nosotros. Nos previene, este gran señor de qué, la inteligencia artificial puede eliminar capacidades a los seres humanos. Lo más grave, la IA, nos señala, permite al robot “tomar decisiones”; y estas pueden ir en contra de nosotros. El investigador al que escucho, me parece un hombre relativamente joven en torno a los 50 años de edad. Aparentemente, olvidó que el humano, inventó la bomba atómica hacia la década del 30, del siglo pasado. La utilizó USA en Hiroshima y Nagasaki, para satisfacción de Mao Zedong; quién, gracias a eso, logró el triunfo sobre el Japón. Sin embargo, sabemos de las discusiones éticas de quienes hicieron el descubrimiento. De sus preocupaciones para con el futuro de la humanidad. Todavía hoy, dependemos de la ética y la consciencia de los líderes del planeta, para que nuestra Tierra continúe avanzando y no desaparezca del universo. Siempre acecha el riesgo de una guerra nuclear. Y, ¡fin de la historia! Países y territorios fértiles, a consecuencia de la contaminación y de otros daños, pueden también acabar la vida por la acción del humano; y esto, sin haber lanzado la bomba atómica.
Como periodista-comunicóloga entiendo que el sensacionalismo, usado para describir el riesgo de la IA, puede ser válido. Se trata de prevenir. Sin embargo, por eso recordé la historia del “COCO”. No debería lograrse la consciencia al paralizar de miedo a la humanidad. Descubierto el peligro nos pongamos en acción para prevenir la situación. No menos angustiante resulta el “cambio climático”, “la destrucción del Arco Minero” y la “devastación de la Amazonía”. Esto, sin dejar fuera, estas nuevas guerras. ¿Religiosas? En el inexplicable y tormentoso comienzo del siglo XXI.
Indefectiblemente, tenemos que regresar al “ethos”, “la manera de ser y/o el carácter del humano”; a la ética, como “conjunto de principios y normas elegidas adultamente, para guiar y orientar la vida de cada individuo”. La moral, “como acción práctica de la ética”. Entender, de una vez, que cada avance tecnológico, es invención y creación de seres humanos. Quienes, finalmente, deben argumentar y debatir, para tomar la decisión adecuada y permitir o no, que la nueva tecnología, en este caso la IA, termine siendo, jefe del creador. Es decir, ir al ethos del inventor, quien maneja la nueva tecnología. Es él, responsable incuestionablemente, de un uso adecuado y apropiado. Nada de regresar al siglo XIX, para hacer Leyes de Imprenta. Tal como si, la imprenta fuera el sujeto-actor-culpable de los delitos, errores y problemas ocasionados por las ediciones y la divulgación de textos. Hubo, por largo tiempo, la “Ley del Revolver”. La fantasía fue qué, el arma, o el aparato tecnológico en sí, tenía vida propia. Por otra parte, ocurre una violenta censura por parte de gobernantes de países autoritarios y totalitarios, demostración del miedo a la libertad. No solo atacan a instrumentos, armas o al aparato, sino que la represión es brutal cuando se trata de quienes manipulan a diario esos instrumentos de información y comunicación. Recuerdo, con tristeza a tres de mis colegas periodistas, sometidos a terrible censura, persecución implacable y prisión, en estos momentos: Luis López, Carlos Julio Rojas y Ramón Centeno, ejemplo directo de la situación que señalo. Otros maltratados, robados, expulsados del trabajo y del país. Sufren por la ignorancia y la no vigencia de los derechos humanos, en nuestra sufrida Venezuela.
Volvamos a la IA. Para mí no hay duda: todo dependerá del ethos del constructor de la IA. Como toda tecnología puede ser usada para bien o para mal, es un extraordinario avance, neutro, inicialmente, desde el punto de vista ético. Maravillosa su aplicación a la vida diaria. Dependerá del uso que se le quiera dar y el interés con la que algunos recibirán esa poderosa, eficaz y útil herramienta, para lograr mayor eficacia en el trabajo, la investigación y demás necesidades. Su aporte no hay duda: es maravilloso. Herramienta fundamental, qué siguiendo principios éticos, contribuirá a mejorar el trabajo. En eso estamos de acuerdo. ¿Hay riesgos? Por supuesto. Tenemos que saber cómo actuar. Minimizar los problemas y hasta eliminarlos. Negarse al desarrollo resulta negativo y anacrónico a estas alturas. Revisar la ética, fundamental, siempre. Darse cuenta de los pro y contra. Analizar con seriedad y rigor cuál es el peligro. Dijeron los griegos, “todo se resuelve en la persona humana”. Es una creación humana y habrá que poner límites necesarios para que no se transforme en un Frankenstein; no de película, si de la realidad. Usaremos la IA para servirnos de ella, mejorar y ampliar, nuestro trabajo y conocimiento, siempre con el progreso.