En las últimas semanas de la campaña presidencial venezolana, Nicolás Maduro, quien aspira a su tercer mandato consecutivo, ha dejado de lado sus habituales promesas de una eventual recuperación del país para intensificar una retórica cargada de amenazas e intimidación, advirtiendo que, si pierde las próximas elecciones, se desataría una guerra civil en Venezuela que la sumiría en el caos y la violencia.
El 11 de julio, en un discurso en el estado Aragua,Maduro amenazó con un escenario de confrontación armada en el país: “El 28 de julio se decide guerra o paz, guarimba o tranquilidad, proyecto de patria o colonia, democracia o fascismo. ¿Están preparados? ¿Están preparadas? Yo estoy preparado, tengo el amor por Venezuela, tengo la experiencia, no le tengo miedo ni al demonio. Dios viene conmigo, Dios con nosotros, el pueblo con nosotros”.
El incremento del tono violento de su discurso continuó el 18 de julio. En un video replicado por Telesur, el candidato oficialista amenazó: “Si le decimos al pueblo, a la Fuerza Armada y a las fuerzas policiales ‘a la calle’, entonces habrá una revolución como del siglo XX, popular y armada, será otra revolución. Sería inevitable, si la derecha fascista llega al poder, sería inevitable una revolución popular y armada”.
Recientemente, Nicolás Maduro elevó aún más el tono violento de sus amenazas durante un acto en la parroquia La Vega de Caracas: “Si la derecha engañara a la población en Venezuela, podría haber un baño de sangre y una guerra civil porque este pueblo no se dejará quitar la patria ni los derechos sociales”.
La amenaza de Maduro, que pretende colocar a Venezuela frente a una dicotomía entre el gobierno de la Revolución Bolivariana o una guerra civil, no es una estrategia nueva. Este chantaje político fue empleado de forma recurrente por su predecesor, Hugo Chávez. Un ejemplo de ello se dio durante la última campaña presidencial de Chávez contra Henrique Capriles en 2012. El 11 de septiembre de ese año, desde el Hotel Alba de Caracas, Chávez lanzó una amenaza muy similar: “Solo el triunfo contundente de la Revolución Bolivariana en elecciones aleja a Venezuela del espanto de una guerra civil”.
Tanto en Chávez como en Maduro, la escalada de la retórica violenta e intimidatoria durante las elecciones responde a una estrategia calculada para intentar preservar el poder en medio de circunstancias que les son adversas.
Esto es especialmente válido en estos momentos para Nicolás Maduro. A pesar del ventajismo y la creciente violencia estatal contra la oposición democrática, la mayoría de las empresas encuestadoras del país dan como ganador, por un margen de más de 30 puntos en promedio, al representante de la Plataforma Unitaria, Edmundo González Urrutia, respaldado por María Corina Machado.
La más reciente encuesta nacional del Instituto Delphos, realizada del 5 al 11 de julio de 2024 mediante entrevistas directas a personas mayores de 18 años inscritas en el Registro Electoral (RE), revela un panorama electoral muy adverso para Maduro. El estudio arroja que el 73,3% de los encuestados considera como “necesario” o “muy necesario” un cambio de gobierno, reflejando un alto deseo de cambio de rumbo político en el país. Respecto a la participación electoral, el 80,6% afirma estar seguro de acudir a las urnas en las elecciones presidenciales del 28 de julio, lo que hace prever una alta participación electoral. Cálculos internos de la empresa encuestadora estiman que la probabilidad real de que una persona se presente a votar el día de la elección estaría aproximadamente en un 61,5% del RE, lo que equivale a 13,1 millones de electores.
La encuesta señala que Edmundo González Urrutia contaría con una intención de voto de 59,1%, mientras que Nicolás Maduro solo contaría con 24,6%, es decir 34,5 puntos por debajo. Si se pondera la intención de voto con la alta disposición a votar, la diferencia sería aún de 25 puntos porcentuales a favor de Edmundo González.
Maduro busca movilizar la lealtad de la base chavista
La encuesta de Delphos revela una clara erosión del respaldo a Maduro dentro de las filas del propio chavismo. Los resultados del sondeo muestran que el 30,6% del electorado se identifica como “chavista”, pero de este grupo, casi la mitad (14.3%) se declara “chavista descontento con Maduro”. Este descontento con la cabeza actual del chavismo se refleja en las intenciones de voto de ese grupo. Del 100% de chavistas descontentos con Maduro, solo el 30.5% votaría por él, mientras que el 8.2% optaría por González. El 17.0% de este grupo elegiría a otro candidato diferente a Maduro y González, el 11.8% está indeciso, y el 6.1% no votaría por ninguno. Estos resultados ponen de relieve la dispersión del voto chavista y el desafío que tiene Maduro para cohesionar su base política tradicional.
Este desafío es justamente el primer objetivo hacia el cual apunta la retórica violenta de Maduro: movilizar y cohesionar la lealtad de la base chavista en torno a su figura. Esta estrategia se basa en la presentación de escenarios catastróficos y la infusión de temor en sus seguidores sobre las posibles consecuencias de una victoria opositora en las elecciones, a la vez que los conmina a preservar, por cualquier medio, el poder alcanzado por la Revolución Bolivariana. “¿Qué pasaría con todo el poder social, cultural, político, espiritual, moral y militar que tiene la revolución?”, les preguntaba Maduro a sus seguidores en el estado Portuguesa.
Maduro prepara el escenario postelectoral
Aun movilizando a las bases chavistas, Maduro sabe que no cuenta con los votos necesarios para ganar una elección justa. Sin embargo, hasta estos momentos, Maduro ha dado muestras de que sigue manteniendo el control del aparato del Estado, incluyendo, hasta donde se puede ver, el respaldo de los altos mandos de la Fuerza Armada Nacional y la nomenclatura chavista. Todo parece indicar que seguirá utilizándolos, como hasta ahora, para intentar garantizar su permanencia en el poder.
Acciones en las que utilice el aparato del Estado para suspender las elecciones, inhabilitar la candidatura de Gonzales Urrutia, o torcer de manera fraudulenta los resultados electorales tendrían un alto costo político, tanto a nivel nacional como internacionalmente. Buscando bajar estos costos políticos, el régimen viene intentando poner en tela de juicio los resultados de las encuestas. Analistas cercanos al régimen, o al menos persuadidos de la conveniencia de que Maduro se mantenga en el poder, han venido argumentando que la intención de voto por Maduro ha venido creciendo últimamente y que, históricamente, las encuestas en Venezuela han favorecido en más de 20 puntos porcentuales a la oposición frente al chavismo.
Este tipo de análisis busca sembrar la idea de que existe un “virtual empate técnico” entre González Urrutia y Maduro, preparando el terreno para que la opinión pública, tanto nacional como internacional, no se sorprendan cuando el CNE chavista emita resultados que difieran significativamente tanto de lo que indican las encuestas como del respaldo muy mayoritario que se evidencia en las concentraciones multitudinarias de respaldo a González Urrutia en todo el país, en contraste con la escasa asistencia a los actos de apoyo a Nicolás Maduro.
En este caso, la retórica violenta de Maduro y sus amenazas de guerra civil buscan disuadir a aquellos opositores que pretendan reclamar la eventual manipulación oficialista de los resultados electorales. El mensaje de Maduro en este sentido ha sido muy explícito: “El 28 de julio se decide guerra o paz … Yo estoy preparado… tengo la experiencia, no le tengo miedo”, haciendo seguramente referencia a la represión despiadada que desató en el país en 2014, 2017 y 2018, y por la cual están abiertas investigaciones en la Corte Penal Internacional por la comisión de presuntos crímenes de lesa humanidad
Finalmente, el último destinatario de la retórica violenta de Maduro es la comunidad internacional. Maduro, respaldado por algunos lobistas nacionales e internacionales, busca convencer al mundo occidental de que solo su victoria podría garantizar la paz, el orden, la producción petrolera y el control de la migración en Venezuela.