Simón García: La nueva valencianidad

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El patriota conservador José Antonio Páez, recibió su mayor grado militar entre la pólvora y la sangre de Campo Carabobo. Aunque no era nativo de Valencia, fue la primera gran figura de la valencianidad. Tenía tres atributos para serlo: su amor por Valencia, donde vivió por varios años, propiedades y poder político. .

Cumplía también con una cuarta condición, importante, pero no indispensable: su disposición, con el apoyo de Barbarita Nieves, a hacerse un militar culto. Dentro de esa disposición realizó obras de teatro para el pequeño círculo de amigos que frecuentaba su casa valenciana. Allí  se escenificó en 1829 y entre sonoros aplausos, el Otelo de Shakespeare, interpretado por el mismísimo Páez, acompañado en el elenco por el General  Soublette y el Dr. Peña en el papel de Yago. . Páez fue compositor, cantante, tocador de maracas, guitarra, violín y piano.

Sobre esta valencianidad originaria cuya élite se constituyó en torno a su figura, se comenzaron a edificar las bases de Venezuela como República y de Valencia como ciudad de mayor jerarquía. A los historiadores les corresponde ahondar en ese proceso remoto en el que se definen las primeras significaciones colectivas de Valencia como lugar de victoria de los patriotas y cuna de un país separado de la Gran Colombia.

Es también labor de investigadores que hurgan en distintos ámbitos del pasado como tiempo al que hay que comprender, de la misión de los cronistas de nuestras ciudades y de otras instituciones, como los de la Universidad de Carabobo o la Sociedad Amigos de Valencia, que a pulmón propio buscan preservar tradiciones y desenterrar hechos que aún no conocemos. A los divulgadores solo nos corresponde transmitir tañes hallazgos.

Una vez Miguel Bello describió coloquialmente la valencianidad como “unas 300 personas que opinan, influyen o toman decisiones sobre lo trascendente que vaya a ocurrir en Valencia. Pueden colocarse al margen de un asunto, pero nunca dejar de estar enterados”. Marcaba así algunas  características: una élite informal; que por lo general guarda distancia con la estructura regional de poder, pero influye y a veces puede condicionar sus decisiones, apoyados en una narrativa que loa sume como valores  locales y en una acción persistente para contribuir a mejorar, en algún ámbito de actividad, la vida de la ciudad y de su gente .

Esa entidad subjetiva, construida simbólicamentecomo representación del progreso local, no se reduce a cumplir una función de legitimación de las relaciones dominantes de poder. No sólo porque en muchas ocasiones las élites de la Valencianidad asumieron posiciones críticas, sino porque su rol es formar parte de un imaginario colectivo y encarnar la pasión y la lealtad con una Valencia inmersa en una dinámica inestable de transformación. Valencia la indocumentada, la de las familias con y sin apellidos, la vegetal, indusyrial y siempre señorial.

Por eso, la valencianidad está viviendo actualmente un proceso, difuso y desarticulado, de recomposición. Hay otras relaciones de poder que alteran la integración social de los valencianos y nos hace difícil practicar una redefinición plural de un modelo compartido de ciudad y ciudadanía. Un modelo que ofrece oportunidades para la solidaridad, la convivencia y la democratización del derecho a la prosperidad.

Una nueva valencianidad debe ser socialmente integradora, sustentada más en la imaginación que en la memoria; más en la innovación que en la tradición, en el compromiso, activo y consciente, de ir rescatando instituciones y espacios públicos donde  podamos volver a estar con agrado.

No es cuestión de dar nombres que existen de sobra. La prioridad es el encuentro y la capacidad de formular metas comunes entre personalidades diferentes que actúan en ámbitos diversos. No es hora de la valencianidad del retrovisor, delos  lamentos o torneos de acusaciones.

Una idea solidaria, moderna y socialmente avanzada de progreso debe ser el motor de una nueva valencianidad. El desafío consiste en encontrar los temas y las aspiraciones que puedan ser articuladas en querencias comunes y en deseos generosos de cultivar más calidad en la gente y en sus obras

Las comunidades democratizadoras hace tiempo que descubrieron que puede trabajar junto qui8enes piensan distinto. Solo hay que despejar los escombros de la ausencia de tolerancia y los desbrdamuentos de nuestros pequeños fanatismos. La confrontación tiene su otra  cara inexplorada en el cultivo de la cooperación. .

La nueva valencianidad es lucha por nueva ciudadanía, por liderazgos de corazón local y visión global, por encontrarnos en un proyecto socialmente útil al norte y al sur.

El valenciano, cronista de todos los cronistas,  Enrique Bernardo Nuñez en su libro Temas del Cuatricentenario rinde tributo a las élites de la segunda mitad del siglo XIX  que hicieron de la lucha por la cultura y la educación una lucha por Valencia. En su opinión:

“Aquellos hombres dieron, dentro de las limitaciones de sus recursos y de los tiempos que les tocó vivir, siempre amenazados por guerras y revueltas, una lección del verdadero sentido de la riqueza. Favorecieron cuanto significaba una contribución a las luces o al saber como se decía entonces. Rara era la casa en Valencia donde no hubiese muchos libros y no se rindiese culto a la música y la pintura.Sembraron árboles en gran número y construyeron hermosas residencias”.

El renacimiento de la ciudad no es una utopía, lo utópico es no soñarlo.

¿Quiénes darán el primer paso? ¿Quienes acelerarán su marcha?. ¿Quiénes podremos retomar el compás perdido?

 

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