Juan Monsant Aristimuño: El atentado

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Butler es un pequeño pueblo del estado de Pensilvania, de unos 15.000 habitantes. Pero no nos engañemos, es tan antiguo como la ciudad de Filadelfia o la ciudad de Boston en Massachusetts, que se incorporó al proceso de independencia desde 1776.  De modo que allí todos son descendientes de ingleses, de los primeros peregrinos que desembarcaron del Mayflower en la costa de lo que hoy se conoce como Massachusetts.

Puritanos todos, huyendo de las guerras religiosas, y de la propia iglesia anglicana de la cual se separaron. Así que, luego de una travesía de dos meses y muchos inconvenientes, desembarcaron 102 pasajeros y 30 tripulantes en una pequeña bahía que luego se conoció como Plymouth, quizá en recuerdo del nombre del puerto inglés de donde partieron un 6 de septiembre de 1620.

Hoy, ese pequeño pueblo es considerado por el Smithsonian Magazine como el número uno entre los diez mejores de los Estados Unidos, para vivir. El clima es primaveral todo el año y es sede de industrias emblemáticas como la del acero; de allí salió el primer Jeep construido en 1940 para ser utilizado en la Segunda Guerra Mundial, se fabricaron los primeros ferrocarriles a fines del siglo XIX, es sede de la Westinghouse Nuclear, y  hub industrial del área.

Su apacible, tradicional cotidianidad y abolengo fue el escogido por el expresidente Donald Trump  el pasado 13 de julio, para pronunciar su discurso de cierre de campaña pre Convención Nacional del Partido Republicano, que se realizaría en la ciudad de Milwaukee del estado de Wisconsin.

A tempranas horas de la tarde se fueron concentrando los invitados especiales en la tarima preparada para tal fin, a espaldas de quien sería el orador principal, el expresidente y precandidato presidencial del Partido Republicano, y abajo, frente a él, los fervientes militantes republicanos, los seguidores férreos de la personalidad del candidato o simples curiosos vecinos ávidos por presenciar tal acontecimiento, tan fuera de lugar en su habitual ritmo vecinal de todos los días.

El mítin comenzó con cierto retardo, Trump tuvo que atender una entrevista, previamente concertada con un importante canal de televisión por cable, pero el traslado en su viejo Boeing 757-200 de 1991, (bautizado por él, luego que dejó la presidencia como el Trump Force One) le aseguraría su presencia en el compromiso, aun con luz de día.

No había pasado mucho tiempo desde que inició su discurso, cuando exactamente a las seis y once minutos de la tarde, una bala traspasó la parte superior de su oreja derecha; un leve movimiento de su cabeza para señalar un cuadro estadístico, había evitado que el proyectil penetrara en su cráneo. Y allí fue el caos.

En segundos el orador estaba rodeado de hombres y mujeres de negros que, con sus cuerpos rodearon al expresidente y lo llevaron al suelo, detrás el podio donde hablaba, para  emerger  en pocos segundos, con el rostro descompuesto, una raya de sangre en su mejilla y el puño en alto en señal de luchar y vencer. Fue una escena memorable, digna de alabanza, quien como los toreros de temple, se va frente al toro de casta y no elude su avasallador ímpetu. Allí aseguró la presidencia.

Y el caos continuó luego de que el candidato fuera sacado del lugar y llevado a una clínica local. En tanto que hombres del servicio de seguridad, sobre la azotea del galpón de donde disparó el joven Thomas Matthew Crook su fusil AR-15, que yacía ya cadáver, rodeado de los agentes especiales y policías locales.

Por supuesto la indignación nacional fue instantánea, Obama, Biden, Busch, la comunidad internacional, los primeros en condenar el hecho, que extraviaba la vía de la competencia electoral, y la convivencia cívica entre las partes. Pero llama la atención la reacción de extremistas de derecha del Partido Repúblicano, que ha sido consuetudinaria; por ejemplo, la parlamentaria Marjorie Taylor Green, en tono muy alterado señaló de inmediato al enemigo, que según su afirmación es el Partido Demócrata; afirmó que debía atenerse a las consecuencias, porque a ellos los perdonaría Dios pero no ella, por lo que debían atenerse a las consecuencias.

Otros se adelantaron en generar teorías conspirativas que insinuaban complicidad de los servicios de seguridad, del gobierno de Irán, vaya uno a saber con quién. Los menos alterados, señalaron fallos inaceptables en la seguridad, torpeza cómplice, y pidieron la cabeza de su Directora.

No obstante, lo que vimos fue una instantánea protección del candidato, incluso exponiendo sus cuerpos, sus vidas, sirviendo como escudo al candidato, mientras lo extraían del escenario. Uno de ellos, una agente que vimos rodearlo completamente con sus brazos y cuerpo, hasta conducirlo al auto.

Lo que se sabe, hasta el momento, es que la policía local de ese pequeño pueblo, acostumbrado más a detener infractores de tránsito o alguno que otro hurto marginal, fue el primero que avistó al francotirador en el techo, y no pudo actuar; quizás porque no tenía el instinto y la reacción de un agente de seguridad especializado en delitos mayores y en reacciones instantáneas.

Lo que sí se ha determinado, es que el padre del joven francotirador, había denunciado el día anterior a la policía local que su hijo estaba desaparecido y se había llevado un rifle. También que el armero de la ciudad declaró, luego de los hechos, que el joven había adquirido el día anterior 50 cargas de municiones para un AR-15. Pero sorprende que no tuvo la malicia de informar a la policía de esta extraña adquisición, cuando se iba a realizar un mitin de un expresidente y candidato presidencial, y la ciudad habia sido tomada, por extraños hombres vestidos de negros, camionetas negras, y se habían hecho cargo del perimetro de seguridad previsto, dejando el entorno a la policía local.

Lo del atentado al ex presidente Trump, al margen de cualquier consideración, no fue un hecho aislado en la historia de los Estados Unidos. Once presidentes en ejercicios han sufrido atentados homicidas, de los cuales los más conocidos son los de Abraham Lincoln en 1865 y el de John F. Kennedy en 1963. Pero antes, James Garfield uno en 1881 que falló y segundo en 1882, que le causó la muerte; a William Mc Kinley le dispararon seis meses después de iniciar su segundo mandato, esta segunda vez fue mortal; Thodore Roosevelt en 1912, Franklin D. Roosevelt en 1933,  Harry Truman en 1950, George C. Wallace en 1972, Gerard Ford sufrió dos atentados en 1975, Ronald Reagan en 1981 y George W. Busch en 1995.

De modo que si a ello agregamos los candidatos o personalidades asesinados como el de Robert Kennedy en 1968 y el de Martin Luther King igualmente en 1968, más los innumerables atentados en colegios, universidades, establecimientos comerciales, voladuras de edificios como el del FBI en Oklahoma City en 1995, el Unabomber, entre muchos otros, debemos concluir que algo no está funcionando en la sociedad estadounidense desde su fundación, y es obvio que tiene que ver con las armas, y su exaltación o cultura de veneración al ganador, algo muy inherente al calvinismo de los pilgrims.

Esta exaltación por el vencedor es complicada de analizar, queda más a los expertos psicólogos y sociólogos su explicación razonable, sus raíces y consecuencias. Por lo pronto, observamos que menos de 24 horas después del atentado contra el expresidente Trump, la juez federal Aileen M. Cannon, nombrada por Trump en su mandato presidencial, de los documentos secretos que llevó Trump a Mar-a-Lago al concluir su periodo, lo dio por cerrado alegando que el Fiscal especial designado no había sido nombrado por el Presidente ni aprobado por el Senado.

Queda mucho por delante, sin embargo observamos una marcada tendencia de radicalización del Partido Republicano hacia posiciones extremas, tipo la de Marine Le

Pen en Francia y su Reagrupamiento Nacional o el de Viktor Orbán en Hungría.

Lo notamos en los discursos dados en la Convención Nacional Republicana, todos ellos en una misma línea de pensamiento extremo, incluso de separación radical con los antiguos dirigentes republicanos, para asumir un nuevo lenguaje y postura más cónsona con el de su nuevo líder, Donald Trump.  Al punto que el senador Mitch McConnell fue abucheado por los asistentes, cuando intervino en la Convención, por no haber respaldado la pretensión del expresidente de rechazar el triunfo electoral de Joe Biden en el 2021.

Por lo pronto, ya la CNR eligió la fórmula presidencial  para el próximo 4 de noviembre: Presidente,  Donald Trump – Vicepresidente, JD Vance, que, en este momento, no dudamos será definitivamente la fórmula ganadora, ante las vacilaciones del Partido Demócrata por presentar una dupla que anime al lectorado a una continuidad.

 

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