Boris Muñoz: Después de Biden: ¿Kamala Harris?

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Joe Biden por fin ha renunciado a la campaña presidencial. Es una decisión correcta, aunque tardía y tomada bajo la presión de un torrente de llamados a deponer su candidatura de prominentes miembros del partido demócrata, los medios liberales y el corifeo rabioso de las redes sociales.

Si se examinan los acontecimientos de las últimas tres semanas, se verá con claridad que la buena fortuna, tan importante en la política como el carisma, la lucidez o la astucia, abandonó a Biden. Primero, sus traspiés y balbuceos en el debate contra Donald Trump el 27 de junio. Luego, su papelón ante los ojos del mundo al confundir al presidente ucraniano Volódomir Zelenski con su archirrival ruso, Vladimir Putin y, enseguida, a su propia vicepresidenta con Trump. Y, para rematar la mala racha, el anuncio, a principios de esta semana, de que el octogenario presidente se había contagiado de covid-19.

En contraposición, toda la suerte parece estar del lado de Trump, el expresidente felón. En el muy complicado campo legal: el apoyo a su tesis de la inmunidad presidencial por parte de la Corte Suprema, la posposición de su sentencia por el desvío de fondos de su campaña para acallar a la actriz porno Stormy Daniels, en el 2016, y, por último, la decisión desestimar el juicio por mal manejo de papeles secretos que se llevaba a cabo en Florida, son victorias netas muy deseadas. En el frente de la campaña también la suerte le ha dado un espaldarazo: el atentado que sobrevivió hace una semana, sin duda un poderoso símbolo que lo catapultó del fervor MAGA a la idolatría mesiánica y, acto seguido, el nombramiento del senador J. D. Vance como su llave en la candidatura, que cimentó el control del ala extremista sobre el partido republicano. Todo esto solo ha contribuido a hacer ver a Biden como un anciano frágil y perdedor frente a un Trump campeador e imbatible. Para decirlo en criollo venezolano, ¿puede alguien dudar que Biden está empavado y que Trump es uno de los políticos más suertudos de este siglo?

La decisión de Biden permitirá romper el maleficio con un borrón en la cuenta. Pero lo que necesitan los demócratas para darle un giro a la fortuna no es poco: una candidatura de garra, que logre unir a la base del partido demócrata sin alienar a los centristas, y que pueda convencer a los indecisos en el puñado de estados donde se decidirá la elección presidencial del cinco de noviembre. Junto a esto, sea quien sea que tome el testigo de Biden, debe desnudar a Trump por lo que es: un narcisista maligno que podría llevar al país al fascismo y destruir la democracia en Estados Unidos y el mundo.

¿Es la vicepresidenta Kamala Harris, quien ha sido endosada por Biden, la respuesta a estos enormes desafíos? Se ha dicho que, para retirarse de la contienda, el presidente puso como condición principal a los jerarcas del partido que Harris fuera su reemplazo. Aunque Harris no ha brillado en su cargo y, al contrario, ha sido un pararrayos de críticas por la crisis migratoria, el retiro de Afganistán y su falta de ascendente en el partido, ya se empiezan a calibrar las que serían sus cualidades capitales como candidata. Una de las más claras es que Kamala representaría la continuidad de la buena gestión de Biden para salir de la pandemia –una economía en crecimiento con una inflación controlada e índices de empleo históricos–, el giro indiscutible hacia la energía verde y un freno al expansionismo ruso y chino. Pero hay algo mucho más importante y sutil.

En un escenario donde Trump y J. D. Vance representan el atavismo y el machismo de la supremacía blanca y la utopía arcaizante y xenófoba del “Make America Great Again”, Harris reúne tres condiciones que la hacen una contrincante de cuidado: es una mujer que se ha abierto paso en una arena política dominada por los hombres y que podría capitanear la defensa de los derechos reproductivos de la mujer, bajo un inclemente ataque del extremismo conservador. Hija de un matrimonio birracial de académicos inmigrantes –un padre negro jamaiquino y una madre de la India– con ideas progresistas, Harris representa un compromiso necesario con el afianzamiento de una democracia multirracial de carácter inclusivo y meritocrático representada por Barack Obama. En resumen, como apunta Politico.com, Harris podría abanderar al menos tres de las luchas grandes del Gobierno de Biden: los derechos reproductivos, el cambio climático y el alivio de la deuda estudiantil. Por último, Harris está posada sobre el portaviones de la presidencia de Estados Unidos. Al endosar su candidatura, Biden no solo apuesta por la preservación de su legado, sino que le deja una multimillonaria recaudación de campaña –el llamado baúl de guerra– que solo podría ser donada al Comité Democrático Nacional (DNC) o traspasada a Harris, por aparecer como compañera en la boleta electoral. De ser confirmada como candidata, esto le daría le da una ventaja de arranque envidiable en una carrera que entraría a comandar in media res.

Kamala Harris es el producto de una crianza en un ambiente de izquierda radical, pero como política se ha movido al centro, sin hacer a un lado la agenda progresista. Durante la campaña del 2020, declaró no estar buscando reestructurar la sociedad. “Solo estoy tratando de solucionar los problemas que despiertan a la gente en medio de la noche”. Este centrismo podría ayudarla a aplacar cierto disgusto del demócrata medio con los tintes “woke” del ala progresista del partido, atraer a indecisos y a algunos republicanos de los llamados “never trumpers”, que dieron un apoyo pequeño pero entusiasta a la candidatura de Nikki Haley en las primarias republicanas.

Sin embargo, a pocas horas del anuncio presidencial, ya los republicanos han desenvainado sus cuchillos para aniquilar lo que queda de Biden y darle una estocada mortal a su posible sucesora. Esa víbora de corbatín y peinado con gomina llamada Mike Johson, vocero republicano, pidió la renuncia inmediata de Biden por no estar apto para la presidencia y llamó a Harris cómplice y copropietaria de los fracasos del actual presidente. Hoy es evidente que Biden puso a su vicepresidente muchas veces en segunda fila para evitar quemarla en la incesante refriega política de Washington.

Según varias encuestas, si Kamala Harris es confirmada en la convención demócrata tras recibir el apoyo de la mayoría de los 3.933 delegados que captó Biden, como ya lo pide el DNC, según reportó Semafor, estaría mordiéndole los talones a Trump en la intención de voto general. Pero aún así, quedaría hasta 10 puntos detrás de él en Estados como Nevada o Pensilvania, que forman pare del grupo de llamados “swing states” o Estados morados, donde se decidirá la elección.

No hay todavía una última palabra con respecto a su situación. Los retos inmediatos de Harris son: allanar el camino a su candidatura en la convención demócrata del 19 de agosto, conjurando los costos de una división entre los demócratas, y nombrar a un compañero de fórmula que pueda sumarle votos para ganar los Estados morados donde Trump la aventaja. Entre los nombres que han empezado a sonar se encuentran los gobernadores Gretchen Whitmer, Gavin Newsom, Ben Shapiro y Roy Cooper de Carolina del Norte, de 67 años. Cada uno tiene fortalezas y debilidades, pero ha sido Cooper quien ha demostrado ser capaz de ganar en un estado usualmente republicano, donde Biden perdió por un punto en 2020, pero que Barack Obama ganó en 2008. Carolina del Norte no solo tiene una demografía políticamente cambiante sino también una alta votación negra. Y todo esto podría ser decisivo para Harris. Así las cosas, aunque Trump luce hoy invencible, un nuevo arranque de la campaña demócrata podría acabar con su buena racha y salvar a Estados Unidos de un ominoso reinado MAGA.

 

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