Juan Arias: El Dios de Trump

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La frase de Trump “Me sentí seguro porque Dios estaba a mi lado”, pronunciada tras el atentado contra su vida y que lo ha convertido en mártir entre los suyos, resuena hoy en todo el mundo como un desafío. Podría traducirse como: “No podrán conmigo porque Dios está de mi parte”. Y su primer “milagro” ha sido la renuncia de Biden a la candidatura, que parecía casi imposible.

La pregunta que se impone ante esa provocación del “Dios estaba a mi lado” es de qué Dios se trata. ¿El de los desvalidos, los migrantes, los parias, los olvidados por el capitalismo sin frenos, o el Dios de los triunfadores, de los que pueden permitirse todo porque ellos son predestinados?

¿Y dónde se queda en esta novela el diablo, los pactos demoniacos? Hay quien se pregunta si fue Dios o Satanás quien estaba al lado de Trump para desviar la bala fatal. La frase provocadora de Trump de que fue Dios quien quiso que siguiera vivo porque el mundo necesita de él nos retrotrae a los tiempos en que se enfrentaban política y religión.

¿De qué color es Dios? ¿Y la religión? Un día el rojo fue el color de la izquierda que pasaba por agnóstica o atea. Ahora el rojo brilla en los zapatos de Trump, y la izquierda y sus valores ensombrecen. Es como si Satanás se hubiera disfrazado de Dios. Y eso no solo en la tierra de Trump, sino también más allá. Está tentando hasta a Europa.

Nunca en la historia el matrimonio entre religión y política fue bueno. No solo existieron las guerras de religión, sino la religión de la venganza, de los poderosos, de la bandera con los colores cruzados de Dios y patria. El otro Dios, el del perdón y la misericordia, el del pan en la mesa y las oportunidades para todos de superarse, aparece cada día más lejano mientras triunfan las políticas más discriminatorias, el ateísmo disfrazado de nueva religión, secuestrado por los nuevos tiranos de la historia.

Cada vez que los tiranos han acabado secuestrando a los dioses —y España conoce muy bien esa patraña—, el resultado ha sido la sangre inútilmente derramada y hasta las tumbas profanadas. ¿Mejor entonces el ateísmo, el agnosticismo, la nada, la ausencia de dioses? Difícil, porque los dioses nacieron con el primer Homo sapiens, justamente para defenderse contra los miedos que infundía la naturaleza y para exorcizar a la muerte. Y el primer Dios fue mujer quizás para infundir menos miedo. El mundo estuvo siempre poblado de dioses y de demonios, de mártires y de verdugos. La modernidad parecía haber superado esos temores con el triunfo de la ciencia y llegó la bomba atómica, las guerras no acabaron y los dioses fueron rifados entre los privilegiados del poder y robados a los humildes.

Y ahora, justamente con la historia simbólica de Trump, el guerrero que se apodera de la religión vuelve a resucitar al Dios que parecía haber sido sepultado para siempre, el Dios patrimonio y salvador de los poderosos, esa carta comodín que suelen usar los poderes de todos los colores como escudo y defensa contra sus enjuagues.

Si para algunos ese “milagro” de Dios que ha salvado la vida de Trump puede suponer una catástrofe mundial, con desequilibrios político-económicos que puedan hacer resurgir nuevas contiendas mundiales, hay quienes prefieren apostar por la esperanza, como lo ha hecho aquí en Brasil Fernando Gabeira, que justamente después del “milagro” de Trump ha sorprendido en su columna del diario O Globo con una discordancia de esperanza.

A quienes ven solo como catástrofe lo que Trump considera un regalo de los dioses que salvó su vida, y pronostican hasta el recrudecimiento de las guerras y de las viejas venganzas, Gabeira recuerda lo siguiente: “Cuando la situación se vuelve compleja no significa ausencia de salidas. No fuimos invadidos por marcianos. Necesitamos solo resolver problemas de la democracia. Uno de ellos es estigmatizar a quien admite la existencia de esos problemas”. Y aconseja leer el libro de Hannah Arendt Hombres en tiempos de oscuridad, recordando subliminalmente los horrores del Holocausto.

La pretenciosa afirmación de Trump de que fue Dios quien salvó su vida, sin explicar de qué Dios se ha tratado, me recuerda que mi primer libro, publicado hace 60 años, se titulaba El Dios en quien no creo. Eran cien imágenes de Dios en las que ya entonces no creía, entre ellas la del Dios que permite el horror de una madre con su hijo pequeño muerto en sus brazos. Si lo reescribiera hoy tendría un Dios más en el que no creería: el que, según Trump, salvó su vida.

 

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