Mohamed Bhar murió por las dentelladas de un perro adiestrado para el combate del ejército israelí. Era un joven con síndrome de Down de 25 años, obeso y con la capacidad intelectual de un niño de dos años. ”Amaba la tranquilidad, la música y reía cuando le acariciaban los cabellos”, según ha escrito Louis Imbert, el corresponsal de Le Monde. Cuando el perro le mordió, intentó acariciarle mientras le decía “vete, vete, querido”, como hacía cuando otros niños le molestaban. Lo contó Nabila, su madre, en conversación telefónica con el corresponsal francés. A pesar de los lamentos del muchacho y de sus heridas, su madre fue obligada a desalojar la casa a empujones y a punta de fusil. Se quedó solo, llorando y malherido. Cuando pudo regresar, encontraron el cadáver en descomposición.
Son pocos los medios de comunicación que han informado sobre esta tragedia conmovedora. Al menos uno israelí, Haaretz, que es el honor del periodismo israelí y de la ciudadanía que clama por la paz. No sabemos cuántas historias como esta se podrían contar de la guerra e invasión de Gaza. El ejército israelí ha reconocido esta muerte y nada ha desmentido de la indiferencia de los soldados y de las circunstancias macabras e inhumanas que rodearon el ataque a la vivienda palestina donde vivía. Son pocas las noticias directas y debidamente verificadas por los periodistas en Gaza y es escaso el interés por este tipo de informaciones en los medios de comunicación israelíes. Su Gobierno ha cerrado la Franja a los profesionales de la información y las bombas han hecho el resto: más de un centenar de reporteros han muerto.
Gideon Levy, que fue antes soldado y portavoz de Simón Peres y ahora es columnista de Haaretz, ha escrito que “Israel está perdiendo lo poco que le quedaba de humanidad”. Las vidas palestinas no cuentan, solo las israelíes. “A partir de ahora podemos hacer con los palestinos lo que queramos”, ha asegurado. Según ha escrito, los soldados pertenecían a la unidad Obetz, que realizan “emocionantes y muy publicitados entierros de los perros fallecidos en combate”.
La historia de Mohamed convierte en incomprensibles las explicaciones de Benjamín Netanyahu. Difícil entender que Mohamed muriera como efecto del legítimo ejercicio del derecho de defensa ante Hamás. O que Israel esté defendiendo así a las democracias liberales frente al totalitarismo iraní, tal como ha contado el primer ministro ante el Congreso de Estados Unidos. Pero sobre todo, se convierte en una negra ironía que Netanyahu califique al ejército israelí como “el más moral del mundo”.
Fue solo una muerte más entre tantas, casi 40.000, pero quizás una de las más significativas. Cuando no hay piedad para los más desvalidos e indefensos, no hay piedad para nadie. Si no la hay para los rehenes israelíes en manos de Hamás desde el 7 de octubre, menos la puede haber para los civiles inocentes, niños, mujeres y ancianos del campo enemigo.