Acabemos el trabajo. Joe Biden.
Los vaivenes de la coyuntura política nos demandan tanto que destruyen el análisis del pasado. El intento de asesinato del candidato presidencial republicano Donald Trump produjo un sismo en la candidatura demócrata, eliminando al aspirante aún no confirmado Joe Biden. Sin embargo, las ambiciones y la competencia por la Casa Blanca evitan una pregunta central: ¿cómo llegó Estados Unidos a mantener una discusión acerca de la candidatura de un hombre senil? Trataremos de dilucidar las respuestas a este aparente fraude.
Hace cuatro años, escribimos un artículo titulado «Kamala Harris, la presidenta de facto«. El artículo se concentraba en la sospecha sobre la salud mental del candidato Joe Biden, lo cual convertía a la vicepresidenta en un reaseguro para el ejecutivo demócrata. Su partido estaba familiarizado con su discurso inconexo, sus trompicones dialécticos y sus constantes equivocaciones, que según las conjeturas, podrían ser síntomas de demencia senil. La salud de Biden ha sido motivo de preocupación desde su fallida campaña presidencial de 2008, unos 20 años después de sobrevivir a dos aneurismas cerebrales que pusieron en peligro su vida. Sus capacidades cognitivas han sido quirúrgicamente eliminadas de la mente de los votantes.
A medida que avanzaba el tiempo, la salud de Biden dejó de ser objeto de preocupación y este escrutinio se desvaneció una vez en la presidencia. Los primeros cien días transcurrieron sin que diera una conferencia de prensa, lo que llevó a los principales medios a cuestionarlo. Comenzó a interactuar con la prensa con preguntas previamente formuladas, además de ser provisto de un auricular en su oído, que dictaba las respuestas. Durante tres años y medio, la salud del presidente fue minuciosamente ocultada cuando todo el mundo conocía su estado cuatro años antes. Pero, extrañamente, durante 2024 esta invisibilidad de su salud se volvió pública.
Desde enero de 2024, hay una continua y persistente exposición de la salud del presidente. De manera constante comenzaron a ventilarse los problemas de ubicación y memoria en un claro intento por parte del establishment de sacarlo de la jugada, lo que no es un tema nuevo. El vicegobernador de Texas, Dan Patrick (R), en febrero de este año impulsó una teoría conspirativa según la cual el «Estado profundo» demócrata, dirigido por el expresidente Obama, busca impedir que el presidente Biden sea el candidato presidencial demócrata este otoño. Si esto es así, la pregunta es: ¿quién gobernó EE.UU. estos años y quien lo gobernará hasta el fin del mandato?
La idea de un golpe de Estado por parte del Estado profundo quedó expuesta en el debate presidencial, al que asistieron dos precandidatos, ninguno confirmado por sus convenciones, con tres meses de anticipación a los realizados con anterioridad. Las múltiples explicaciones llenaron los medios, pero la más sólida apuntaba a que la sociedad americana debía percibir que Biden no podía ser candidato a presidente nuevamente. Y esta idea se hizo realidad o, al menos, extendió la disputa sobre sus capacidades. Esta imagen permaneció en la superficie hasta que las encuestas mostraron que el mejor posicionado para enfrentar a Trump seguía siendo Biden. El atentado a Trump empeoró los números, pero no mejoró los del actual presidente, menos aún para la vicepresidenta, como muestra el cuadro.
Si ningún candidato era mejor que el presidente en funciones, entonces, ¿cómo demostrarle al público que debería retirarse, más cuando el atentado al candidato republicano dejó sin opciones a los demócratas? Aquí comienza una sutil contienda por obligar al presidente a retirarse, diseñar un escenario donde se certificara engañar al votante americano en las internas, garantizar que las acusaciones a la familia Biden no prosperaran, y que su vicepresidenta accediera a los 240 millones de dólares recaudados en la campaña, de características nominales.
Durante 23 días, el presidente Joe Biden insistió en seguir adelante con su campaña de reelección frente a los pedidos de legisladores demócratas y donantes para que dimitiera. Y luego, casi de repente, las cosas cambiaron. Al menos media docena de demócratas de la Cámara de Representantes y el Senado, incluidos legisladores de alto rango, habían planeado pedirle al presidente que abandonara la campaña. Biden habló en privado durante tres días con Nancy Pelosi, demócrata por California, Hakeem Jeffries y senador Chuck Schumer, los principales demócratas del Congreso. Al parecer, Pelosi llevo las encuestas que señalaban que no podría ganar.
Se emitió un comunicado sobre su reunión con Biden en la Casa Blanca, pero no reveló el tono de la conversación, de hecho, se filtró a la prensa la conversación, pero nadie quería ser el responsable de sacar a Biden y poner a otro perdedor del cual fuera garante. Lo cierto es que los medios tomaron a estos pocos demócratas como si fueran la voz del partido, mientras que en las primarias Biden ganó en todos los estados demócratas con una abrumadora mayoría, donde los delegados están obligados a votar para nominarlo en la convención, según las reglas de esa organización política.
Una breve explicación al respecto. Hay, según el resumen de la votación del partido Demócrata, 4.969 delegados, dentro de los cuales 747 son delegados VIP, gobernadores, congresales, etc., que no votan en principio y que tampoco están comprometidos a votar por el candidato elegido. Quedan 4.222 delegados de los cuales hay 3.949 comprometidos a votar a Biden, es decir, el 93.5% del total. Pero, además, si existiera alguna duda, los altos miembros del Comité Nacional Demócrata (CND), es decir, la dirección nacional del Partido Demócrata, responsable del comité que promueve la plataforma política democrática, así como la coordinación de la recaudación de fondos y la estrategia electoral, fueron elegidos por Biden.
Esto ejemplifica porque los medios sobredimensionaron a los popes demócratas como si fueran los que tienen el poder y no la gente que vota al candidato. En una carta a los demócratas de la Cámara de Representantes, Biden se basó en gran medida en un argumento en particular: que él era la elección de los votantes de las primarias demócratas y que sería un error revocar su decisión. “Los votantes del Partido Demócrata votaron. Me eligieron como candidato del partido”. ¿Decimos ahora que este proceso no importó? ¿Que los votantes no tienen voz ni voto? “Fue una decisión que ellos tomaron. No la prensa, ni los expertos, ni los grandes donantes, ni ningún grupo selecto de individuos, sin importar cuán buenas sean sus intenciones. Los votantes –y solo ellos– deciden quién es el candidato del Partido Demócrata” Los 15 millones de votante en las primarias demócratas no tendrán validez.
Como se ve, la única opción existente era que el candidato renunciara, pero su renuncia trae otros problemas. El primero es que por el motivo que se dejaba trascender los republicanos rápidos de reflejos enviaron una carta al Gabinete, incluida Harris, instándolos a invocar la Enmienda 25. Joe Biden ha decidido que no es capaz de ser candidato; al hacerlo, su admisión también significa que no puede ejercer como presidente», «Por lo tanto, lo mejor para la seguridad de los Estados Unidos es que Joe Biden renuncie a su cargo o se enfrente a la destitución en virtud de la Enmienda 25». Esto obligó al presidente a realizar una conferencia de prensa para justificar que su renuncia fue para «defender la democracia» ante el auge de los populismos, no por problemas mentales. En síntesis, quien gobernó estos años, al parecer será quien gobierne hasta enero si Biden sigue en la Casa Blanca.
Bien, entonces cuáles eran las opciones: 1) Biden se mantiene firme, 2) Biden abandona la carrera y apoya a un sucesor, 3) Biden abandona la carrera y hay una convención abierta. Debe quedar claro que la única opción válida era la primera, las dos restantes tiene serios inconvenientes. Lo más evidente salta a la vista ¿los delegados comprometidos con el voto popular tienen la potestad de votar a otro candidato? Al parecer la respuesta es no. La opción obvia sería entonces la dos, la vicepresidenta Kamala Harris, sólo por el hecho que no hay tiempo para una nueva primaria y además se encuentra en la formula, quizás los más importante. Las donaciones de campaña son nominales, la vicepresidenta está en la boleta y por lo tanto puede utilizar los fondos, los demás contendientes no podrían. En cuanto Biden publicó la carta en la que informaba que se retiraba de la contienda, las pequeñas donaciones aumentaron.
Si Harris permanece en la lista, ya sea como candidata presidencial o vicepresidencial, la nueva lista mantendría el acceso a todos los fondos del comité de campaña. Ya saben quién será elegida, entonces. A los candidatos en el mundo, pero especialmente en EEUU los pone el establishment. Son los fondos recolectados en la campaña y aportados por la élite los que determinan quién será su jinete y Harris, con apoyo sionista, demostró que en poco tiempo podía juntar 50 millones más para la campaña, caso cerrado.
Por otra parte, y como último tema, Joe Biden estaba considerando seriamente respaldar públicamente importantes reformas en la Corte Suprema, una medida que lo convertiría en el primer presidente en funciones en generaciones en respaldar cambios radicales en la forma en que opera el tribunal más alto del país. Pensando en eso, se reunió con dos miembros de la corte un día antes de bajarse de la carrera presidencial. Y, por qué no, negociar la catarata de demandas que acorrala a su familia. Si se baja de la presidencia, estas demandas tendrán que olvidarse.
Aquí está la Cronología solo del tráfico de influencias de los Biden:Fuente: El Tábano Economista en base a Committee on Oversight.
En el Committee on Oversight, una especie de tribunal de cuenta del gobierno federal y de todas sus agencias gubernamentales, se puede encontrar toda la Investigación de la familia Biden, y no es nada grato, aunque si es un tema para negociar.
Por último, deberíamos determinar quien gobernó entonces en estos años. En el frente interno, la Reserva Federal y el Tesoro americano bailan al compás de BlackRock, pero lo que nos interesa es el externo, el de los negocios de la guerra. Según Jeffrey D. Sachs, profesor universitario y director del Centro de Desarrollo Sostenible de la Universidad de Columbia, la guerra de Ucrania es la culminación de un proyecto de 30 años de duración del movimiento neoconservador estadounidense. La Administración Biden está repleta de los mismos neoconservadores que defendieron las guerras de Serbia (1999), Afganistán (2001), Irak (2003), Siria (2011) y Libia (2011) y que tanto han hecho por provocar la invasión de Ucrania por parte de Rusia.
Desde El Instituto para el Estudio de la Guerra, un think-tank neoconservador dirigido por Kimberley Allen Kagan (apoyada por contratistas en materia de defensa como General Dynamics y Raytheon). La esposa de Kagan es Victoria Nuland, la persona clave de Dick Cheney en Irak, secretaria de Estado adjunta de Asuntos Europeos y Euroasiáticos de 2013 a 2017 con Barack Obama, que participó en el derrocamiento del presidente prorruso de Ucrania, Viktor Yanukovych, y es subsecretaria de Estado con Biden. Los líderes de su equipo de política exterior son el secretario de Estado Antony Blinken y el asesor de seguridad nacional Jake Sullivan. Blinken fue un ardiente defensor de la guerra de Irak mientras que Sullivan, el estratega favorito de Hillary Clinton, fue decisivo en la debacle Libia.
Cuando se supo esta conformación, quedó claro que gracias a Biden, el Partido de la Guerra había vuelto. Siguen manteniendo la lógica de beneficios de la guerra, y destruir a Rusia, aunque no puedan conservar a quien permite sus negocios en la Casa Blanca, pero sólo a partir de enero del 2025.