La población cubana se preguntaba si estos comicios podrían cambiar el rumbo de Venezuela, y también el de Cuba. Pero a las expectativas le sucede la frustración. ¿También la rebeldía?, plantea Yoani Sánchez.
Era demasiado bueno para creerlo. Los deseos de cambio de los ciudadanos se expresaban en las urnas, daban la victoria a las fuerzas opositoras al chavismo, y el gobernante Nicolás Maduro aceptaba la derrota y preparaba su salida del poder. Por unas pocas horas, este domingo vivimos la esperanza de que un régimen autoritario dejara, tras una avalancha de votos desfavorables, los timones de Venezuela, uno de los países más importantes en el tablero político de América Latina.
Desde Cuba, millones de personas intentamos estar al tanto de lo que ocurría en esa nación, con la que, al decir del poeta Vicente Huidobro, hemos quedado “cosidos a la misma estrella” desde hace un cuarto de siglo. Las sensaciones que teníamos eran agridulces, por un lado se respiraba cierta esperanza de que una avalancha de votos contra Maduro iba a terminar repercutiendo, a corto plazo, en el régimen de La Habana. Pero también había una impresión de que la actitud de los venezolanos, su determinación de cambio, terminaría contagiándose a la adormecida población de la Isla.
Las primeras horas de la jornada dominical fueron una montaña rusa. La pésima conexión a internet desde Cuba, unida a los cortes del servicio de navegación web contra activistas y periodistas complicaron el mantenerse al tanto de lo que sucedía en territorio venezolano. Pero aún así llegaban fragmentos de videos y fotos de las largas filas que comenzaron a formarse desde la madrugada para ejercer el voto. Se percibía la ilusión flotando en el aire, abriendo la puerta a un nuevo momento histórico para un país que ha visto emigrar a más de 7 millones de habitantes en la última década debido a la crisis económica y a las absurdas decisiones políticas.
Del lado de acá del malecón de La Habana también sabíamos lo que estaba en juego para nosotros. El chavismo ha apuntalado por más de dos décadas al ineficiente régimen cubano, le ha dado el oxígeno de un constante suministro petrolero, lo ha apoyado en sus delirantes campañas internacionales, ha acallado a muchos de los que critican al castrismo, ya sea comprando su silencio con combustible o haciendo uso de ese matonismo institucional que es común a cualquier sistema autoritario. Ambos gobiernos se han abrazado, apoyado y blindado contra los cuestionamientos, la disidencia y el propio deseo de cambio de sus ciudadanos.
“¿Y si lo logran?”, era la pregunta que más se escuchaba entre los cubanos desde hace varias semanas, cuando se hablaba de los comicios en el país cercano. A nosotros, una población que sabe lo difícil que resulta sacudirse un autoritarismo, los sueños se nos mezclaban con el pesimismo. Por un lado estaba la corriente de la ilusión que apostaba a que las urnas podrían cambiar el derrotero venezolano y, por el otro, la que enarbolaba la desconfianza y advertía del excesivo control que Maduro tiene sobre el Consejo Nacional Electoral. Entre la expectativa y la suspicacia, salió ganando los que optaron por el recelo.
Sin embargo, la frustración derivada de esta jornada electoral abre otra rendija de expectación. Un pueblo que siente que le han arrebatado su voz y su voto puede fraguar a mayor velocidad su rebeldía. ¿Está Maduro preparado para eso?