La batalla por el reconocimiento de los resultados electorales en Venezuela dominará las estrategias del Gobierno y la oposición en las próximas semanas. El bloque político-militar de Maduro se atrinchera en las instituciones que controla y en las armas de las fuerzas militares. La oposición tiene que recurrir a la movilización de la población, indignada por el fraude, en las calles. La masiva asistencia a la asamblea ciudadana convocada por la líder opositora venezolana, María Corina Machado, refleja esta estrategia. A pesar de su postura, unificada bajo el liderazgo de María Corina Machado, la oposición ha fracasado una vez más en su intento de vencer al régimen de Maduro en las urnas mediante una movilización masiva de votantes. El bloque de poder establecido, formado por los secuaces de Maduro, los militares y las milicias informales, ha logrado imponerse una vez más y utiliza sus instrumentos de poder sin piedad.
El enfrentamiento de bloques
El discurso del candidato presidencial de la oposición, Edmundo González, centrado en la reconciliación nacional y el respeto mutuo, ha caído en saco roto entre los gobernantes. Se ha evidenciado que no están dispuestos a ceder el poder, aunque sea ante una pérdida masiva de legitimidad en la población.
Lo que se avecina no es un escenario de transición política, sino un “choque de trenes” entre las dos partes, que deja a la población en medio de graves peligros por la violencia, y a víctimas civiles. Aunque la oposición quiera evitar enfrentamientos entre los venezolanos, Maduro ya ha retomado su tradicional estrategia de confrontación al tomar como presos a líderes opositores y abrir juicios contra ellos para sacarlos de la circulación política.
La repetida expectativa de la oposición de que podrían aparecer fisuras en el bloque político-militar de Maduro sigue siendo una falacia, ya que todos ellos se mantienen fieles por depender del sistema represivo y sus prebendas. La tentación de radicalizar la disputa por el recuento de los votos implica jugar con la vida de muchos ciudadanos, ya que el régimen no tendrá ningún interés en que se visibilicen sus maniobras para lograr la victoria de Maduro. Las recientes declaraciones del Centro Carter sobre el proceso electoral han resumido todos los hechos de manera concisa y convincente.
Por otra parte, la última ronda electoral también alimenta la idea entre la población de que el cambio político en el país es imposible. Muchos habitantes podrían hacer lo mismo que los ocho millones de refugiados que han buscado su futuro más allá de las fronteras nacionales hasta la fecha. El voto en las urnas podría ir seguido de un voto “con los pies”.
Una sociedad sin amortiguadores
El país está marcado por marchas y contramarchas, y la represión también está en marcha, con muertos y detenidos. Aunque se pretenda desescalar la situación turbulenta de estos días en Venezuela, es evidente la presencia de los temidos “colectivos” del Gobierno -jóvenes armados en motocicleta que ejercen violencia callejera-, y también la circulación de cientos de vehículos por una de las principales avenidas de la capital venezolana custodiando a la líder opositora.
La sociedad venezolana se está polarizando cada vez más, y con ello están desapareciendo las de por sí pocas instancias que podrían mediar para evitar mayores enfrentamientos entre los venezolanos. Las estrategias de “calentar la calle” tienen sus límites, al igual que las acusaciones mutuas de estar instrumentando un “golpe de Estado”. El agotamiento de las instituciones controladas por el régimen es evidente para todos, al igual que el desgaste que están sufriendo muchos actores sociales en su afán por lograr acuerdos mínimos que permitan la convivencia futura. La sociedad venezolana se está desmoronando por los efectos del gobierno chavista en un contexto en el que solo hay ganadores o perdedores, y se rompen los lazos de familia y amistad. En algún momento, será necesario abrir espacio a negociaciones mediante intermediadores sociales con capacidad de convocatoria, como las universidades y la Iglesia.
¿Importa la presión internacional?
A nivel internacional, la reacción a los acontecimientos ha estado marcada por la división de opiniones: Por un lado, Cuba, Honduras, Nicaragua y otros países felicitaron a Maduro por su victoria; por el otro, Chile, Perú, por ejemplo, pidieron transparencia en las actas electorales. También cabe destacar la crítica del presente mexicano, López Obrador, a la OEA, a la que exigió que “no meta sus manos ni sus narices en las elecciones de Venezuela”. Pero al presidente Maduro no le importa la presión internacional. Decidió retirar al personal diplomático de su país de Argentina, Chile, Costa Rica, Panamá, Perú, República Dominicana y Uruguay, y expulsar a los representantes de estos países de Caracas. De este modo, opta por aislarse de la presión internacional siguiendo el modelo de Daniel Ortega en Nicaragua.
Así, la comunidad internacional se está convirtiendo en parte del conflicto, lo que reducirá su posible función de mediadora de cara al futuro. Ante el panorama de un “choque de trenes”, es más que necesario que ciertos actores a nivel nacional e internacional se mantengan a una sana distancia del enfrentamiento para poder asumir un papel de facilitador en momentos de menos tensión y confrontación.