Rosalía Moros de Borregales: La destrucción de los fundamentos

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El verbo fundamentar proviene del latin fundus cuyo significado es base y/o fondo. Y el sufijo mentum que significa instrumento o resultado. De este verbo se origina el sustantivo fundamento, el cual nos ocupa en esta oportunidad. Del latín fundamentum que se refiere al conjunto de principios iniciales a partir de los cuales se crea o establece algo. Por una parte, en una edificación sólida, palpable, visible se refiere a su diseño estructural, como lo denomina la ingeniería civil; es decir, el cimiento sobre el que se construye, el cual garantiza la estabilidad y resistencia de la estructura ante las cargas y fuerzas que actuarán sobre ella.

Por otra parte, en la formación de una nación, en la creación de sus instituciones, se refiere a las bases legales de toda acción; además, al sustento moral que deriva del cumplimiento y respeto de las leyes y disposiciones establecidas para el funcionamiento óptimo y la consecución de los objetivos para los cuales ha sido creada. Estos principios dictan la forma en la que se deben llevar a cabo determinadas acciones y estipulan las sanciones por su incumplimiento. Los acuerdos y las promesas ya sean verbales o escritas, a través de la garantía de la palabra dada, también pueden ser parte de un fundamento.

En consecuencia, un fundamento es el elemento legal que establece los derechos y limita las acciones de las partes involucradas en un caso. Un fundamento puede ser una ley, una disposición legal, una decisión judicial, un acuerdo, o una promesa. Así pues, los fundamentos son los que validan o invalidan las acciones. En el libro de los Salmos, en la Biblia, encontramos en el Salmo 11:3 esta pregunta: “Si fueren destruidos los fundamentos, ¿qué ha de hacer el justo?” (versión Reina Valera 1960). Y en la versión Dios habla hoy, encontramos esta expresión: “Y cuando las bases mismas se vienen abajo, ¿qué puede hacer el hombre honrado?”

La respuesta a esta trascendental pregunta viene a continuación. Los siguientes versículos nos dan inmediatamente una respuesta contundente a la destrucción de los fundamentos. En primer lugar, el salmista expresa: “El Señor está en su santo templo”. Esta declaración nos señala la inmutabilidad de Dios. Dios no puede mutar, Dios no cambia, su estabilidad es por siempre: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Hebreos 13:8. El Señor está en su lugar, los seres humanos podrán arrancarlo de su corazón, sacarlo de sus hogares, echarlo al olvido en sus decisiones, actuar en contra de los fundamentos establecidos por El, escritos en la tabla de sus corazones a través del discernimiento entre el bien y el mal, pero nunca podrán quitarlo de su lugar: “El Señor está en su santo templo”.

En segundo lugar, en caso de alguna duda sobre el lugar de su templo, el salmista nos revela la omnipresencia y la omnisciencia de Dios: “El Señor tiene su trono en los cielos. Sus ojos ven; sus párpados examinan a los hijos del hombre”. Los cielos que están sobre todo, que abarcan hasta el lugar más recóndito del mundo; cada lugar visible y cada lugar secreto. Desde su trono en los cielos sus ojos nos miran, nos observan; examinan y escudriñan las intenciones de cada corazón. De tal manera que, aquel que quiere estar en paz con Dios debe recordar que Dios nunca ha dejado de ver, de conocer su corazón y saber sus acciones: “Oh Señor, tú me has examinado y conocido. Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Señor, tú la sabes toda. Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano”. Salmo 139:1-5.

En tercer lugar, el salmista nos habla del trato de Dios a cada ser humano de acuerdo a su carácter: “El Señor prueba al justo, pero su alma aborrece al impío, y al que ama la violencia”. Los justos son aquellos que viven de acuerdo a la ley de Dios, aquellos cuya vida persevera en caminar en la rectitud. El impío es aquel que niega a Dios, que es cruel y despiadado. El justo es probado para ser afirmado en los fundamentos de una vida de acuerdo a ley de Dios. Mientras que el impío es aborrecido por Dios. Es muy difícil siquiera imaginarse lo terrible que debe ser vivir fuera de la cobertura del amor de Dios. Aunque se que sus misericordias se renuevan cada mañana y El siempre da oportunidades; lo único que pide es un corazón contrito, humillado y un espíritu quebrantado. “Los sacrificios a Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. Salmo 51:17.

En cuarto lugar, nos revela el fin de cada uno, lo que les depara en el futuro cercano y lo que les aguarda en la eternidad: “Sobre los impíos hará llover brasas; fuego, azufre y vientos huracanados, serán la porción de la copa de ellos. Porque el Señor es justo y ama la justicia; los rectos contemplarán su rostro”. Para el que camina alejado de la justicia, concibiendo la maldad y poniéndola por obra no habrá lluvia de bendiciones, sino que sus copas estarán llenas fuego, de azufre y de vientos huracanados; rodeados de tragedias, sin paz en sus corazones, sin sueño en sus camas, sin poder confiar ni aun en los que duermen a su lado. En contraste, los que caminan en integridad contemplarán el rostro de Dios cuando sus ojos sean cerrados de la Tierra y mientras vivan Su rostro resplandecerá iluminando el camino de ellos. “Oh Dios de los ejércitos, restáuranos; haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos”. Salmo 80:7.

Entonces, cuando los fundamentos son destruidos, como dice el primer verso del Salmo, debemos refugiarnos en Dios: “En el Señor me he refugiado”. Es imperativo que no permitamos que el recrudecimiento de la maldad apague la llama del amor a Dios en nuestro ser. Por el contrario, debemos decirle a nuestra alma entristecida, desesperanzada: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios porque aún he de alabarle. Salvación mía y Dios mío”. Salmo 42:11. Es necesario comprender, creer que siempre, cuando los cimientos se tambalean, la salvación de los justos viene de Dios.

Cuando constatamos lo que nos dice el salmista en el verso 2: “He aquí los impíos han preparado su arco, y han colocado las flechas en la cuerda para atravesar en oculto a los rectos de corazón”.  Entonces, nuestro refugio debe ser Dios, debemos buscarlo con todo nuestro ser, clamar a El y esperar su salvación. “Porque muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas lo librará el Señor”. Salmo 34:19.

Cuando los fundamentos son destruidos, cuando la ley ya no es una garantía, cuando la mentira se enseñorea de las mentes que perseveran en el mal, lo que sigue inexorablemente es la perdida de la estabilidad de la estructura y el colapso. No obstante, Dios sigue estando en su trono, Dios sigue aborreciendo al que ama la violencia y los que confían en El contemplarán su salvación.

¡Cree, confía, haz de Dios tu refugio!.

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