El nuevo sistema mundo capitalista euroasiático se afianza.
A primera vista, podría parecer que los países gestionan su seguridad y defensa de la manera más simple posible, es decir, a través de la dicotomía entre guerra y paz. Esta percepción puede estar alimentada por noticias recientes como la operación militar rusa en Ucrania, el holocausto en Gaza, los golpes de Estado y guerras civiles en varios países africanos y latinoamericanos, así como la creciente tensión militar en el este de Asia, incluyendo Taiwán, el Mar de China Meridional y la península de Corea.
Sin embargo, es una simplificación pensar que estos eventos son fenómenos nuevos o surgidos de la nada. La realidad es que estas situaciones están profundamente entrelazadas con factores económicos, como la incapacidad del actual modelo económico occidental para ofrecer un futuro mejor a amplias porciones de la población. Además, la idea de que el caos y la incertidumbre globales surgen espontáneamente ignora los intereses y beneficios que ciertos actores pueden obtener de un mundo inestable.
En un planeta cada vez más vacilante, donde la competencia entre potencias está fragmentándolo, muchos de los ideales políticos de democracia, prosperidad, igualdad y derechos que sustentaron a los países occidentales, y que fueron utilizados como justificación ideológica para invasiones, sanciones y guerras en nombre de la preservación de nuestro modo de vida, se están desvaneciendo en medio de esta contienda. La plutocracia (democracia donde solo los más poderosos mandan) o democracias corporativas, parece ser el lugar común de Occidente. El año 2024 será histórico en términos de participación electoral, con aproximadamente 4.200 millones de personas, o más de la mitad de la humanidad, viviendo en los 76 países que tienen previsto celebrar elecciones.
Elecciones en el mundo
La pregunta clave es si, frente al aumento de la pobreza y la desigualdad, la democracia puede sobrevivir o la plutocracia, dueña de los ingresos, se afianzará en el poder. Aunque pueda parecer una interrogante cínica, en el siglo XXI, las nociones idealizadas sobre la democracia están decayendo. Los informes globales recientes muestran que la democracia se está contrayendo en todas las regiones del mundo. Las encuestas revelan una creciente desilusión con la democracia, especialmente entre los jóvenes.
Según la Encuesta Mundial de Valores (WVS), la participación promedio de los jóvenes (definidos como personas de entre 18 y 29 años) en las elecciones nacionales es del 47.7%. Las cifras varían según el país y la región: los jóvenes latinoamericanos votan a tasas relativamente altas, a menudo superando el 65%, mientras que los jóvenes de Europa y África tienden a registrar tasas de participación alrededor del 40%. La baja participación electoral de los jóvenes refleja apatía, desconfianza e insatisfacción con los procesos democráticos y alimenta la narrativa del retroceso democrático.
Unos 3.000 millones ya han votado y los resultados no son halagüeños, sobre todo en Europa, faltando aún el desastre democrático americano, típico mandato del establishment que, gracias a la existencia de Hollywood, puede nombrar al sucesor de la candidatura del actual presidente en la carrera por la Casa Blanca sin convocar a primarias nuevamente. Las democracias flaquean como lo hacen, básicamente por no poder dar respuestas mínimas a la sociedad. Mucho tiene que ver la falta de proyectos políticos en general contra el neoliberalismo, pero hay determinantes centrales en la economía de los países como deuda, sanciones de todo tipo y guerras que han marcado en muchos países la imposibilidad de dar respuestas.
Las sanciones suelen ser contra gobiernos, compañías, bancos, personas, activos externos, entre otros. Su número por continente y región refleja una fuerte concentración en Asia y Medio Oriente. Asia es la región más agredida con la imposición de medidas coercitivas unilaterales, con 22.247, lo que representa el 74 % del total de medidas, seguido por la región de Medio Oriente con un total de 4.474 medidas, lo que corresponde al 15 % del total. El restante 11 % se distribuye entre África, América y Europa.
Las medidas de restricción económica –salvo en los casos de Rusia y China– se aplican contra economías pequeñas, que pueden ser sometidas mediante un cerco económico financiero. Estados Unidos lidera la lista como el país más sancionador del mundo, con 36%. Este indicador refleja la influencia y el alcance de este país como actor predominante en la imposición de medidas coercitivas a escala global, seguido por la Unión Europea con 17 %. Canadá, Suiza, Francia y el Reino Unido suman 36%. Estas sanciones se pueden llevar a cabo, solo porque el sistema SWIFT, el mayor y más conocidos sistemas internacionales de transferencia de información y realización de pagos que conecta a 11.000 bancos e instituciones financieras de más de 200 países, es manejado por EE.UU.
Quizás un pequeño ejemplo como Venezuela, tan de moda en la actualidad para las clases medias, sirva de ilustración. Cuando María Corina Machado, el cerebro detrás del candidato presidencial Edmundo González Urrutia, fue inhabilitada por el chavismo Estados Unidos recurrió una vez más a las sanciones económicas, reactivando las restricciones al sector energético suspendidas por seis meses, la llamada Licencia General 44, que permitía a Venezuela comercializar su gas y crudo en los mercados internacionales. Este machacar sobre Venezuela abarca tres administraciones en la Casa Blanca y se ha ido complicando progresivamente.
Las primeras sanciones leves fueron de Barack Obama, las de carácter económico se remontan a 2017. El Departamento del Tesoro, a las órdenes de Donald Trump, impuso restricciones a las operaciones, transacciones y negociaciones entre entidades y personas estadounidenses y el Gobierno venezolano. Ese año,Venezuela entró en default en sus pagos de deuda. En los años siguientes, se fueron agregando sectores y organismos específicos.
En 2019, en plena pulseada entre Juan Guaidó (a quien, por cierto, nunca nadie le solicitó las actas de las tan arrolladoras elecciones, en la plaza que lo catapultó a la presidencia “interina”) y Maduro (poco defendible, por cierto), Washington golpeó a PDVSA, muy debilitada por la crisis económica. En esa ocasión, por primera vez, se suspendió el intercambio petrolero entre Venezuela y Estados Unidos, un tradicional cliente y pagador de la petrolera sudamericana que le despachaba entonces unos 500.000 barriles diarios.
Junto con estas sanciones, conocidas como “primarias”, se aplicaron las llamadas “sanciones secundarias”, con un veto en el sistema financiero estadounidense, a entidades extranjeras que “asistan materialmente, patrocinen o proporcionen apoyo financiero, material o tecnológico, o bienes o servicios al sancionado Gobierno de Venezuela”. Con esta prohibición se complicó la comercialización del crudo de PDVSA en los mercados internacionales y llevó al país caribeño a recurrir al mercado negro de petróleo, comerciándolo con grandes descuentos. Este nuevo desfalco en la principal industria del país involucró la pérdida de 21.000 millones de dólares. La síntesis, para no seguir, es que así es imposible gobernar.
Los formatos de Eurasia y Occidente difieren de manera alarmante en su idea de la uni o multipolaridad, aunque no en sus objetivos, sí en los mecanismos para obtenerlos. El dispositivo de Occidente se centra en el caos, guerra, deuda, y sanciones que disciplina a sus socios o someter al Sur Global. Cuanto mayor desconcierto, el área dólar recibe los ingresos por la incertidumbre y evita en el corto plazo su caída inaplazable. El caos se lleva a miles de kilómetros de EE.UU., la infraestructura que se pierde es extranjera, los muertos de la guerra son extranjeros, las sanciones y aranceles lo aíslan y puede dar tiempo a EE.UU. para reorganizarse y actualizar su infraestructura, sus industrias y su producción.
Del otro lado hay una transición hacia un Nuevo Sistema Mundo Capitalista Euroasiático, y en este Nuevo Sistema Mundo Euroasiático las tareas se han dividido puntualmente, la unión sino-rusa, los BRICS, el Nuevo Banco de los BRICS, su expansión a 11 miembros, la Organización de Cooperación de Shanghái, etc. Mientras Rusia y la OTAN parecen atascados en una guerra en Ucrania, China despliega sus otros ejércitos —industriales, tecnológicos, científicas y diplomática— para consolidar la unión de la Gran Eurasia.
El anuncio del 10 de marzo de que Arabia Saudita e Irán restablecerán las relaciones diplomáticas, bajo la mediación de China, provocó el asombro de los comentaristas occidentales. Los 13 puntos para la paz en Ucrania son un intento por detener la guerra. Catorce facciones palestinas, entre ellas las enfrentadas Hamas y Fatah, firmaron un acuerdo en la cumbre de reconciliación en China que incluye formar “un Gobierno de unidad nacional temporal” con autoridad sobre todos los territorios palestinos Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este, en otro intento por frenar la masacre de Gaza.
La alianza BRICS declaró formalmente su búsqueda de eludir el sistema SWIFT occidental de pagos internacionales y reemplazarlo con su propio mecanismo financiero. La creación de un nuevo sistema de mensajería financiera similar al occidental permitirá a los BRICS reconfigurar el panorama del comercio mundial. Rusia dispone del Sistema de Transferencia de Mensajes Financieros (SPFS), una alternativa al SWIFT al que se unieron 159 participantes extranjerosde 20 países. El más poderoso es el Sistema de Pago Interbancario y Transfronterizo de China (CIPS) y la India, con el Sistema de Mensajería Financiera Estructurada (SFMS); entre ellos deberán crear un sistema anti-sanciones y anti-dólar.
Sanciones versus diplomacia parecen ampliar la fragmentación, lo que demuestra que no solo comenzó, sino que se afianza sin Occidente día tras día.