Óscar Martínez: La fábula del Tigre y Honduras

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A la luz de la reciente condena en Nueva York, puedo decir esto: hace 13 años, en julio de 2011, pedí a un narcotraficante que me llevara al municipio fronterizo gobernado por otro narcotraficante. Y me llevó.

Pero esta columna no va sobre las aventuras de un periodista, sino sobre un país donde, desde hace más de una década, se sabía quién era quién. Esta columna va de cómo luce un narcoestado: Honduras. Pero para explicarles esta fábula y llegar a su moraleja, por decirlo de alguna manera, debo contar aquel viaje.

En ese tiempo, yo cubría crimen organizado en Centroamérica. Era obvio que tarde o temprano debía ir a Copán. Copán es el departamento hondureño donde terminaba aquello conocido en jerga judicial como “el corredor de la muerte”, la principal ruta de la cocaína del país, que empezaba en el selvático departamento de Gracias a Dios, frontera con Nicaragua, y terminaba en el municipio de El Paraíso, frontera con Guatemala. La nomenclatura centroamericana a veces parece sacada de un chiste cáustico.

Antes de viajar a Copán, en la capital, Tegucigalpa, hablé con periodistas experimentados, un fiscal de crimen organizado, un agente de inteligencia, políticos. Estas son algunas de las frases que eligieron para describir la frontera: “No se puede entrar”. “Ellos lo ven todo”. “Es territorio de los señores”. “Allá no hay Estado que valga”. “Todos saben quién manda, es territorio vinculado al Cártel de Sinaloa”.

Ante un panorama tan desalentador, renuncié a la discreción y aposté a la visibilidad. Hice arreglos para entrevistarme con el jefe policial de ese departamento, que también tenía bajo su cargo otros dos que hacían frontera con Guatemala y El Salvador. Todas las fuentes me dijeron que no había pruebas oficiales, pero que ese jefe debía estar vinculado con los narcos. Ese jefe se llamaba Juan Carlos Bonilla y todo mundo lo conocía como El Tigre.

A sus 65 años, El Tigre acaba de ser condenado a 19 años de prisión por un tribunal de Nueva York. El Tigre, para aminorar su condena, admitió haber participado entre 2003 y 2016 en el tráfico de más de 450 kilos de cocaína provenientes de Colombia y Venezuela.

Encuentro con “El Tigre”

Cuando en 2011 me recibió en su despacho policial de Copán, El Tigre tenía ocho años de ser narco. Para aquel año, había sido acusado por Asuntos Internos de la Policía hondureña de pertenecer a un grupo de exterminio llamado Los Magníficos y haber asesinado a delincuentes que no se sometían al control de otros delincuentes. Se libró de esa acusación.

A los minutos de conocerlo, El Tigre me pidió dejar los rodeos y decirle qué buscaba. Le dije que buscaba entender si lo que varias fuentes me habían explicado era cierto y esa frontera era controlada por los narcos y no por el Estado. A veces, uno viaja con obviedades como hipótesis. “Yo entro donde me da la gana”, respondió sin contestar. Entonces me preguntó a dónde quería ir en ese mismo momento. Yo tenía clara la respuesta: “A El Paraíso, quiero ir a El Paraíso”. El Tigre se habló a sí mismo en voz alta: “Está bien… Donde quiera entro yo”. Llamo a su asistente y le dio la orden: “Niña, deje esos informes y prepare una buena comitiva de agentes, pero no les diga a dónde vamos, que sea sorpresa”. Me dijo que, entre los policías de su zona, solo confiaba en sí mismo y, sonriendo con picardía, me enseñó una pistola que escondía en su tobillo.

Frases que permite el surrealismo hondureño: el jefe policial narco desconfiaba de sus policías.

El Paraíso

Así me había descrito El Paraíso un periodista en Tegucigalpa: “Hay por ahí un pueblito en la frontera que sí es jodido. Dicen que tienen pista de helicópteros en el techo de la alcaldía y que el alcalde se jacta de que no necesitan cooperación porque les sobra el dinero”.

El Paraíso era gobernado por el alcalde Alexander Ardón. Podría decir muchas cosas sobre Ardón y el miedo que generaba pronunciar su nombre en aquella frontera, pero diré dos que creo lo perfilan. Diré esto: en 2010, el ministro de Seguridad de Honduras, Óscar Álvarez, declaró a una radio que en El Paraíso vacacionaba el célebre narco mexicano Chapo Guzmán. Diré esto otro: en 2019, y tras confesar que era narcotraficante, Ardón declaró en una corte de Nueva York que, en 2013, mientras gobernaba El Paraíso, presenció una reunión donde el Chapo Guzmán entregó un millón de dólares a Tony Hernández para la campaña presidencial de su hermano, Juan Orlando Hernández.Tony está condenado a cadena perpetua en Estados Unidos. Por narco. Juan Orlando, tras ser presidente de su país desde 2014 hasta 2022, acaba de ser condenado a 45 años, también en Nueva York. Por narco.

Narcoestado

Honduras, donde una persona puede ir presa entre 9 y 12 años si cultiva una mata de marihuana, ha sido gobernado durante décadas por funcionarios que trafican toneladas de cocaína: la hipocresía y caducidad de la aún llamada guerra contra las drogas.

De hecho, a la luz de las condenas en Nueva York, puedo agravar la frase del inicio: hace 13 años, pedí a un jefe policial narcotraficante que me llevara al municipio gobernado por un alcalde narcotraficante que ayudaba a otro narcotraficante a convertirse en presidente de ese país.

¿Qué es un narcoestado? Eso.

Volviendo al viaje de 2011 a El Paraíso, debo repetir lo que luego escribí en la crónica titulada “La frontera de Los Señores”: “El Paraíso es un fiasco… al menos si uno entra como yo entré”. Mientras descendíamos con El Tigre hacia El Paraíso, escoltados por una caravana de 20 policías, bajo una tormenta y rompiendo la oscuridad de aquellas veredas lodosas, era obvio que ya todos en el pueblo nos habían visto. No cabía esperar encontrar algo distinto a lo que encontramos: El Paraíso desierto ante nuestra llegada. Y también lo que se rumoraba en la capital: una alcaldía que malamente emulaba el Capitolio estadounidense, coronada por un helipuerto en medio de un pueblo de calles de tierra.

En el camino de regreso, mientras El Tigre conducía el pick up en cuya cabina solo viajábamos él y yo, le pregunté cuánta cocaína había decomisado ese año en un país donde transitaban unas 300 toneladas anuales. “Ni un granito”, respondió. Le pregunté si, como lo acusaban, había sido parte de un grupo de exterminio. “Hay cosas que uno se lleva a la tumba. Lo que le puedo decir es que yo amo mí país y estoy dispuesto a defenderlo a toda costa, y he hecho cosas para defenderlo. Eso es todo lo que diré”. Luego, El Tigre dijo: “Yo no me le ahuevo (someto) a nadie. ¿Vio o no vio?”. “¿De qué sirve eso?”, pregunté, y viajamos en silencio el resto del camino.

Todo se sabía

Pasaron muchas otras cosas en aquel viaje, pero ese recorrido improductivo hacia El Paraíso fue elocuente. Con el paso del tiempo, lo es aún más: todos lo sabían. Todas las fuentes con las que hablé lo sabían. Periodistas, funcionarios. Lo sabían en la capital, lo sabían en Copán. Sabían que el alcalde era narco. Sabían que era imposible que El Tigre no estuviera involucrado. Sabían que era improbable que el candidato presidencial a quien apoyaba el alcalde no estuviera embarrado. Todos lo sabían y, aun así, el alcalde narco gobernó El Paraíso por ocho años; El Tigre ascendió a director nacional de la Policía en 2012, mientras era traficante; y el candidato terminó siendo presidente y quedándose dos periodos en el cargo, mientras era narco. Pasaron años para que esa gente fuera condenada en otro país, muy lejos de El Paraíso.

Sería pretencioso decir que la historia terminó. Pero les prometí algo parecido a una moraleja. La triste moraleja hondureña: en Honduras, si es político o jefe policial y parece ser, lo más probable es que sea. ¿Cuántos parecen ser ahora mismo? Porque un narcoestado no desaparece de un año para otro.

 

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