Tras reconocer inicialmente al candidato de la oposición de extrema derecha, Washington ahora ha dado marcha atrás. Texto y explicación de Marc Vandepitte, observador internacional en las pasadas elecciones presidenciales en Venezuela.
El anuncio de Matthew Miller, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores estadounidense, fue sorprendente. A la pregunta de si el Gobierno de Estados Unidos reconoce al opositor Edmundo González como presidente interino, como había ocurrido en 2019 con Juan Guaidó, respondió: «De momento no vamos a dar ese paso. Hoy estamos en estrecho contacto con nuestros socios de la región, especialmente Brasil, México y Colombia, para encontrar una salida”. En la misma rueda de prensa, pidió al Consejo Electoral de Venezuela (CNE) «transparencia» y le instó a publicar «un recuento detallado de los votos».
La declaración de Miller es curiosa por dos razones. Primera, porque contradice lo que su jefe Antony Blinken había publicado unos días antes. De hecho, el Ministerio de Asuntos Exteriores confirmó entonces en un comunicado que el candidato de la oposición, Edmundo González, era el ganador de las elecciones: «Dadas las abrumadoras pruebas, está claro para Estados Unidos y, lo que es más importante, para el pueblo venezolano, que Edmundo González Urrutia ganó la mayoría de los votos en las elecciones presidenciales venezolanas del 28 de julio.»
Igualmente curioso es que Estados Unidos esté negociando con los gobiernos de países progresistas clave de la región: México, Colombia y Brasil.
Parece que el Gobierno estadounidense está dando marcha atrás y no quiere jugársela tanto como en 2019, cuando Washington reconoció al no electo Guaidó como presidente interino. Washington no da ninguna razón para este cambio de rumbo (provisional), pero varios factores pueden explicarlo.
Ya hace 25 años que Estados Unidos busca un cambio de régimen en Venezuela y estas elecciones le han brindado otra oportunidad para conseguirlo. Lo que pasó es que el bien elaborado guion (que desarrollaré en un artículo posterior) no se cumplió según lo previsto. Maduro no sólo ganó las elecciones, sino que la diferencia con su rival fue de 9 por ciento. Así que no ganó por poco.
A diferencia de ocasiones anteriores, la oposición de extrema derecha tampoco logró sembrar el caos mediante bloqueos de carreteras (las llamadas guarimbas). Y, efectivamente, hubo mucho vandalismo e incendios provocados, pero más de 1.200 alborotadores fueron rápidamente identificados y detenidos. Después el país quedó tranquilo en gran medida.
Al parecer, esta vez Maduro se había preparado bien para el caos que le gusta crear a la oposición. En las manifestaciones posteriores a las elecciones la oposición también consiguió movilizar a menos partidarios de los esperados. Al mismo tiempo, muchas decenas de miles de personas de todo el país acudieron al llamamiento para protestar contra la injerencia extranjera y otro intento de golpe de Estado.
Las relaciones de poder internacional son menos favorable a Estados Unidos hoy que en 2019. Países importantes como México, Brasil y Colombia tienen regímenes de izquierdas y se oponen a la injerencia estadounidense en estas elecciones. Estos países han indicado que reconocerán la victoria de Maduro si es confirmada por las autoridades competentes del país. Las probabilidades de que así sea son muy altas.
Y luego está el factor del petróleo. Tras las estrictas sanciones impuestas a Rusia e Irán, el suministro de petróleo (barato) se ha reducido drásticamente y Occidente busca una fuente fiable y suficientemente grande. El petróleo venezolano cumple con esos requisitos. En ese contexto, Estados Unidos ya relajó algunas sanciones contra la industria petrolera de Venezuela en junio de 2022, poco después del inicio de la guerra en Ucrania.
Ahora que está quedando claro para los estrategas de Washington que el golpe planeado ha fracasado y no habrá cambio de régimen ni gobierno títere, es posible que adopten una postura más pragmática y pretendan renegociar relajar más las sanciones económicas a cambio de algunas concesiones políticas (aunque sean simbólicas).
También puede que la sorprendente declaración de Miller sea un movimiento táctico y que Washington siga jugando duro. Pero también podría tratarse de un cambio de rumbo estratégico a la luz del equilibrio de poder sobre el terreno y en la región.
El futuro lo dirá.