Fernando Rodríguez: Suspensos

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Al parecer en adelante, y durante un buen tiempo, vamos a tener que descifrar más de un acertijo político, que no encuadra en el esquema de los chavistas que se enfrentan a la gente de Edmundo y María Corina y su multitud de amigos, casi el doble de los maduristas, como dicen las actas. En ciertos casos van a resultar más sintomáticos que los que ya suponemos ubicados aquí y allá. Que el Centro Carter diga lo que ha dicho era cosa de esperarse en gente seria y honesta, aunque a decir verdad lo han formulado con un picantillo de lo más interesante. Que el general Padrino diga lo que dijo también era de esperarse, no en vano se pasan diez años en el ministerio y quién sabe con cuánto bienestar. Lo que vale para Diosdado y su mazo y su diplomático estilo y los hermanitos Rodríguez, tan acomodaditos, tan torcidos. O el fiscal, el de la salsa de tomate y la guerra con Macedonia. En fin, los que constituyen la vanguardia revolucionaria. Pero para ser justos hay que reconocer que también nos suena conocida la palabra de María Corina que ha conmovido y movido la opinión nacional como nadie en muchísimos, pero muchísimos, años y decenios. O la calmada y valiente de Edmundo, aunque parezca tímida.

Estas perogrulladas para decir que lo que nos va a sorprender son algunas anomalías ideológicas, sorpresas sonoras, y que deben ser pensadas como muy significativas novedades, así vengan de quien vengan.

Los ejemplos comienzan a sobresaltarnos, a embriagarnos. Y esperamos, enviciados, que se multipliquen. Por ejemplo, para hablar del exterior, la famosa Cristina Kirchner, sobre todo famosa por cleptómana, haya pedido, en nombre de Chávez, que acaben de mostrar las dichosas actas es asunto inesperado y regocijante. Porque que lo haga el orate de Milei no tiene mayor gracia, lo vive haciendo. Pero lo de Cristina que, a decir verdad guardó distancia con Maduro –cosa que acostumbraba toda la izquierda que aspiraba a no perder votos, a que no la adjetivaran de otra Venezuela–, también guardó silencio y ahora, justo en este momento crucial, se quita un zapato y se lo tira en la cara a Nicolás, el sucesor designado por el patriarca, tanto humanamente como transformado en un pajarito parlanchín. Vaya, vaya. Algo podría significar esto, algo más que un ataque de histeria. Podría ser que quiere juntarse con Lula, Petro, Boric, AMLO, la izquierda poderosa y distinguida del vecindario y no quedar como esa zafia hondureña, verbigracia.

Pero si volvemos a lo nuestro. Fíjense en Arias Cárdenas, que ha pasado la vida dando grandes brincos y que tenía años de distinguido embajador en México. Tranquilo ya en su edad madura, seguramente al menos con muy buen salario y escribiendo (soporíferos) artículos semanales y pone toda esa paz en peligro para afrontar al gobierno, pidiéndole ética, espiritualidad, honestidad, actas. Es de suponer que deba ser despedido. ¿Gratuitamente? No sería muy coherente con su vocación por los saltos espectaculares. Y no olvide que es militar y de los héroes de la primera hora. Eso no se quita.

No menos espectacular es el discurso de Leocenis García. Confieso que la entreverada vida política del caballero no la he seguido sino de muy lejos, ha habido periódicos, mucha plata, cárcel, idas y venidas laberínticas. Confieso que creía que era el típico alacrán.  Y a lo mejor lo era. Pero el discurso que yo le oí, aplaudido por sus seguidores, era bravío, acusador sin matices al gobierno tramposo, y con voz firme y entonada. Se la jugó, parecía exclamar, por la verdad y por la patria, al menos esa es mi impresión. Pero sospecho que hay que estar atento no se estén moviendo otras cosas.

Bueno, era eso. Suspensos adicionales que no esperábamos. Ojalá que continúen.

 

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