Los filósofos han dedicado esfuerzo e ingenio a la fatigosa tarea de analizar la subjetividad humana, ese reducto personal e intransferible que, según suponemos, siempre será privado e inaccesible al conocimiento empírico.
nion/2023-06-29/la-ciencia-necesita-debates.html” cmp-ltrk=”articulo_cuerpo” cmp-ltrk-idx=”1″ mrfobservableid=”0e73bfe8-8ec6-45e7-be22-f2f73c8304d9″>David Chalmers, Daniel Dennett y muchos otros pensadores consideran que el “problema difícil” para entender la consciencia es el asunto de los qualia, que tiene que ver con los sentimientos privados. Por ejemplo, un neurólogo te puede mostrar qué neuronas de tu cerebro se activan cuando ves el color rojo, pero no lo que tú sientes al verlo, la rojez del rojo, su qualia (qualium, supongo que habría que decir en singular, pero no compliquemos aún más las cosas).
La rugosidad que sientes al tocar una piel seca, la embriaguez de un perfume y el sufrimiento de un dolor son otros ejemplos de qualia, percepciones subjetivas que solo podemos expresar con metáforas y que son nuestras, íntimas e inaccesibles a los demás. En un tiempo en que nuestros datos circulan por la nube y estamos poniendo todo perdido de nuestro ADN, los qualia son el último reducto de nuestra privacidad, el ascua ardiendo a la que podemos agarrarnos para preservar nuestros secretos y adoptar un aire enigmático que resulte disuasorio para la cotillería ajena.
Y es curioso porque, en sentido estricto, la subjetividad no existe, y un filósofo debería ser el primero en saberlo, a menos que siga creyendo en almas, fantasmas y dualismos cartesianos, como hicieron sus predecesores. Todo lo que percibimos, pensamos y sentimos consiste en la activación de ciertos circuitos neuronales, y eso incluye la rojez del rojo, la aspereza de una piel, el sufrimiento de un dolor y todo el resto de nuestra consciencia, esa cosa que perdemos al dormirnos y recuperamos al despertar. No hay ningún ectoplasma en tu cráneo que sea inaccesible al conocimiento objetivo. Solo hay neuronas disparando señales a otras, y, por tanto, la subjetividad no existe en un sentido filosófico. Otra cosa es que la ciencia actual se quede corta para entender los qualia, pero no hay ningún problema de principio para que llegue a hacerlo.
Un equipo internacional de 39 neurólogos y neurocientíficos acaba de publicar una investigación importante sobre 353 pacientes en coma, estado vegetativo y otros trastornos de consciencia. Les han hecho pruebas clínicas, de comportamiento y de registro de la actividad cerebral con resonancia magnética funcional (fMRI) y electroencefalografía (EEG). Algunos pacientes (112 de 353) muestran respuestas observables a las demandas de los médicos, como levantar el pulgar cuando se lo piden. Los otros 241 no muestran ninguna respuesta observable ni a ese ni a ningún otro test. El resultado principal es que, entre estos últimos, las imágenes de las neuronas en acción revelan que una cuarta parte de ellos están conscientes. Por chocante que resulte, hay alguien ahí dentro.
Esos datos sugieren un montón de cosas, ¿no es cierto? Algunas son terroríficas, porque hasta ahora hemos tenido a esos pacientes almacenados en las salas más aburridas del hospital, simplemente a la espera de que alguno de ellos pudiera despertar algún día. Saber que hay alguien ahí, una consciencia como la tuya o la mía, y aunque solo sea en uno de cada cuatro casos, debería conducirnos a replantearnos los protocolos actuales. Y, desde luego, será importante investigar si los actuales implantes cerebrales que se usan experimentalmente para personas paralizadas, y que les permiten comunicarse a través de un ordenador, pueden ayudar a estos pacientes a recuperar el contacto con el mundo, empezando por sus amigos y familiares.