Alicia Álamo Bartolomé: Pantalones rotos

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Sobre miartículo anterior Moda, dos personas me hicieron la observación de que no me había referido a la del furor de los pantalones rotos. Tienen razón. Extraño olvido. A mi amiga Paulina Gamus le respondí que seguramente mi mente ortodoxa, había olvidado la inusitada moda. Pero no soy tan ortodoxa. En muchos aspectos de esta vida y este acontecer, muestro bastante tolerancia, por ejemplo: jamás condeno al pecador, sino al pecado. No avalo con mi presencia como testigo al matrimonio civil de una pareja de adúlteros, pero le abro las puertas de mi casa; los pecadores necesitan mi ayuda y comprensión, no mi rechazo. Yo también soy pecadora, al menos en potencia y no sé si ante una fuerte tentación hubiera caído vencida, bajo aquel lema de Oscar Wilde: “Yo resisto todo menos la tentación”. Además, siempre me he dicho, sobre todo cuando era gorda y alguien me contaba de la caída en tentación de un buen cristiano: No sé que hubiera hecho yo, porque no quiero engordar, me pongo a dieta…, ¡y de repente como!

Pero mi tema era el de los pantalones rotos y me he ido por las ramas. Esas prendas destartaladas, que se imponen hoy y se obtienen en las grandes tiendas a precios grotescamente altos, no son una moda tan nueva. Corrían los últimos años del siglo XX, cuando llegué un día a la tienda PROLAM, en La Castellana, donde solía ir a menudo, no sólo para comprar una buena y escogida mercancía, sino porque era amiga de uno de los socios propietarios, Abraham Esayag, además, compañero de aventuras teatrales. Ese día me recibió escandalizado otro de los socios, el Sr. Coriat. Les había llegado un lote de blue-jeans rotos y todas las muchachas -se refería a las empleadas vendedoras- estaban enloquecidas por comprarse una pieza. Coriat, un caballero mayor, acostumbrado a ofrecer mercancía de calidad, no podía entenderlo. Como mujer al fin, yo era más propicia a los vaivenes de la moda. Lo que no imaginé nunca fue que un cuarto de siglos después, la harapienta moda se volviera una rica fuente de dólares. Genio mercantil el creador de ésta.

¿Qué pueden significar estos pantalones rotos? ¿Una ola de protestas, una actitud revolucionaria o una simple posición snob? Me quedo más bien con la última opción, porque no palpo en lo raído y costoso nada de posición revolucionaria. ¿Qué ven estos jóvenes masculinos y femeninos en estas prendas deshilachadas? Me parece que simplemente una moda, ahora, de que ésta se impone como imperativo categórico, no hay dudas, es imperialista y subyugante. Y no sólo para los jóvenes, hay más de un -o una- madurito por allí llevando calzones con roturas.

Pantalones. La palabra y la prenda han tenido para nosotros una cierta significación de fuerza. Hemos hecho casi refrán el comentario sobre un individuo: Ese tipo tiene los pantalones bien puestos. Es decir, es todo un hombre. Y hasta de una mujer: es una bien empantalonada. Esto es, de fortaleza, de coraje. Una acepción de pantalón positiva, de prestigio, muy lejos de esa condición de hoy de adorno desgarrado.

¿El cambio es de la prenda o de quienes la llevan? ¿Se han empobrecido, más que la pieza misma, sus portadores? ¿Son menos hombres y menos mujeres los que alardean con la moda de los agujeros? Difícil de contestar. La virilidad o la feminidad no se miden por la ropa, pero ésta da avisos ciertos. Hay algunas preferencias en formas y colores. Las lesbianas tienden a una moda adusta, de líneas simples y tonos oscuros, mientras ellos buscan una cierta policromía, aun con cierta discreción. Años atrás comprobé que, un compañero de trabajo, compraba ropa en el extranjero que después no usaba aquí. Lo sé porque me regaló un par de chaquetas lindas, una azul celeste y otra rosada, chivas que me encantaron. Hoy me parece que hay más desenfado entre los gays para vestirse, los tiempos han cambiado y lo que está en moda es ser homosexual. Ojo: lo señalo, pero no lo critico. No soy juez de conductas ni de modas.

En una época, las mujeres que sólo usaban faldas, se empeñaron en alcanzar para ellas la moda masculina. Lucharon con padres, hermanos, novios y maridos que consideraban indecente la prenda viril para las féminas. Lucharon y vencieron. ¿Cuándo deja la mujer de ganar una batalla? Por lo demás, no hay nada de indecente en el uso del pantalón, por el contrario, la mujer está más cubierta. Queda atrás aquello que decía Lin Yutang: No creía en la violación porque pantalón abajo, falda arriba, la mujer corre más rápido.

Cuántas reflexiones me han inspirado estos pantalones rasgados, olvidados en mi anterior artículo. Hay olvidos fecundos. Quisiera olvidar los errores propios y ajenos, hacerlos fuente de nuevas inspiraciones. Cuántas veces nos equivocamos para bien. Eso de que Dios escribe derecho con renglones torcidos es muy cierto, hasta en cosas intrascendentes. Tengo por costumbre recibir gente a almorzar sábados y domingos, familiares, amigos y hasta desconocidos, que quieren conocerme, porque a mi edad y todavía lúcida, me he vuelto una suerte de monumento nacional. Estas jornadas tempranas vespertinas de los fines de semana, son mi hora social, de contacto con los otros y con el mundo. Me enriquecen. En estos días tenía planeado para el almuerzo dominical un arroz con pollo al pesto. Por las escaseces postelectorales, no conseguimos pollo, ni albahaca ni maní molido. No importa -dije- vamos sólo con acelga, espinaca y sardinas de lata. De la pareja de invitados, ambos médicos, él se mostró encantado y repitió. Le fascinan las sardinas, pero su mujer no se las pone nunca porque se fastidió de comerlas en su niñez. Como anfitriona y como es de suponer, me sentí muy complacida. El arroz alcanzó para que mi invitado se llevara una porción a casa.

¡Pantalones rotos como costosa moda! ¿Significará esto, en los caballeros, una pérdida de hombría y en las damas la ausencia de pudor, virtud columna de su fortaleza femenina? No sé. Muchos valores se han perdido en nuestra civilización actual, pero debemos reconocer que otros se han ganado: independencia, desenfado, audacia. Una mujer o un hombre enfundado en pantalones harapientos, puede significar más que una moda, puede significar un grito de rebeldía ante las crisis de hoy: ¡Rompamos los pantalones, rompamos las reglas!

 

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