Manuel Barreto Hernaiz: La banalidad del mal y una versión tropical

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Cuando menos lo esperamos, la vida nos presenta un desafío para poner a prueba nuestro valor y nuestra voluntad de cambio. En un momento como este, no tiene sentido fingir que no ha pasado nada o decir que aún no estamos listos. El desafío no espera. El tren de la vida pasa . Paulo Coelho.

Recordemos que Hannah Arendt planteó una tesis en su tiempo (a partir del juicio de Eichmann, el terrible verdugo de Auschwitz) que, aún, pareciera no haber sido investigada a fondo y que ella llamó, la Banalidad del Mal.

Uno de los elementos más perversos de esta realidad está, sin duda alguna, en hacer que el mal, cruel e inhumano, se banalice a través de exponerlo con algunas variables como la burla, el desprecio, la repetición constante. Sobre todo, hacer ver que sus víctimas se merecen todo cuánto les ocurre.

Banalizar el mal no sólo es indignante sino que es peligroso. No son pocos los momentos en la historia en que la banalización del mal ha precedido a la rehabilitación que transformaría el mal en algo más o menos aceptable, y luego en bien. Y eso es lo que pretende el régimen desde que la nación venezolana le dijo: Basta!… a punta de voluntad y de votos.

Ahora, con diabólica venganza ante un pueblo que no cree más en esos cantos de sirena, pretende judicializar a testigos electorales o a cuantos salieron a respirar un aire fresco de libertad.

Ya toda la ciudadanía tiene claro que este régimen no respeta en absoluto ningún logro o avance democrático. Esto nos indica que hemos dejado atrás lo que se considera una verdadera democracia. Esa es la realidad que hoy tenemos que enfrentar, ya que el miedo al riesgo y el silencio cómplice frente a la maldad, son nefastas condiciones que afectan a nuestra Nación.

De allí el citar, una vez más, a Hanna Arendt para que explique que la banalidad del mal consiste, justamente, en cómo ese perverso entramado del régimen, pomposamente llamado TSJ y totalmente sumiso al Ejecutivo, haga del mal el cumplimiento de su obligación. Esto permite que se prolongue la agonía de un atemorizado y famélico país, “porque era su deber” o “porque estaba recibiendo órdenes”.

 

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