Si algo le han puesto fin definitivo Maduro y su íntimo entorno cupular, es al tan proclamado proyecto chavista que se vendió, desde el momento de la aprobación de una nueva constitución, como abanderado del «fin supremo de refundar la República para establecer una sociedad democrática, participativa y protagónica».
Más allá de que en el ejercicio del poder durante estos 25 años no surgieran visos de que tan supremos enunciados orientaran la acción de Hugo Chávez y luego de sus frenéticos sargentones, todo lo que dijeron representar, todos los objetivos de un ideario popular de paz, solidaridad, bien común ha sido definitivamente echados al cesto. El legado quedó en fracaso económico, atropello a la ley y corrupción.
Quemar las naves, romper todos los puentes con las sindéresis política, también ha significado incinerar la Constitución ante los ojos de todos, del país y del mundo, pisotear sus cenizas y proclamarse dueños absolutos de los despojos de Venezuela, de espaldas a un pueblo que los abandonó hace años y ahora les encajó una derrota humillante. El repudio es creciente, a medida que se desborda la represión y la anulación del Estado de Derecho.
Más allá del palabrerío para un público cautivo y cada vez más reducido, a nadie pueden venir con las gastadas letanías de la izquierda, ni de la revolución integral en lo económico, político, cultural y moral. Y menos de aquella delirante propuesta de Chávez de una confederación de estados latinoamericanos. Antes bien, el régimen chavista –en sus estertores, sin duda– vive el mayor momento de aislamiento continental y una condena universal por todas las democracias del mundo.
Consumado el grotesco robo de las elecciones ganadas abrumadoramente por Edmundo González Urrutia, tras la previsible «certificación» del llamado tribunal supremo de justicia Venezuela entra en una inédita fase de su historia, incierta como pocas, en donde lo predecible no pasa del mar de tempestuosas dificultades que se le abre enfrente y en el que en lo inmediato luchará por sobrevivir el pueblo venezolano. Claro, miles se sumarán a la huida de esta hecatombe.
La cúpula del régimen escogió la peor de las decisiones para ellos, para Venezuela, para sus vecinos y para toda la región. La negación de la verdad, el desconocimiento de la soberana voluntad del pueblo venezolano agrandará los males y los sufrimientos de la sociedad a medida que los precarios equilibrios que el oficialismo había logrado con la paridad cambiaria y el control de la inflación sucumban nuevamente. No habrá inversiones ni crecimiento mientras perduren caóticamente en el poder.
No se visibiliza hacia adonde apunta esa conducta suicida. Es una desenfrenada fuga hacia adelante en la que no hay otro cálculo que el control de poder a cualquier precio, incluido el hundimiento del país y más temprano que tarde de ellos mismos. Y también de quienes descabelladamente y convenientemente se le plieguen –ya hemos visto la manifestación de sus cómplices en la Asamblea Nacional– como forma de sobrevivencia política o económica.
Siempre hay espacio para el asombro. Qué cinismo con el que pretenden convertir su fraude en victoria; cómo son capaces de acusar de fraudulentas las actas de escrutinio en poder de la oposición cuando es sabido que son las mismas del CNE; cómo acusan a la oposición de las víctimas fatales que su propia represión desproporcionada ocasionó. La verdad no tiene cabida en sus bocas.
En lo jurídico y procedimental pasan una aplanadora a todo respeto por el derecho, como bien lo ha desnudado el ex candidato presidencial Enrique Márquez con sus acciones ante el TSJ. ¿Serán capaces de responderle? Ahora apuntan a la proscripción de los partidos que no se apeguen a los fallos de su podrida institucionalidad. Pero nadie va a desfallecer en esta lucha., menos después de la grandiosa victoria del 28 de Julio. Los venezolanos, unidos alrededor de su liderazgo democrático, resistirán y vencerán la vocación tiránica y totalitaria de un régimen herido de muerte.
Periodista. Exsecretario general del SNTP – X: @goyosalazar