El 10 de enero de 1986 es imposible olvidarlo porque el 11 era mi cumpleaños y especialmente porque estaba preparando una comida para despedir a mi hija, yerno y nietos que viajaban a Italia por tres años. Mi yerno había recibido una beca para su posgrado médico. Era un día de emociones encontradas, por un lado feliz por la oportunidad que se le presentaba a mi querido hijo, por la otra triste por la separación de mi única hija y mis dos nietos. A las 11 de la mañana sonó el teléfono de mi casa y una voz femenina me anunció que me iba a hablar el presidente Jaime Lusinchi. Lo comunicaron y con su voz inconfundible me dijo: «Paulina, mañana las 10 en Miraflores, te voy a juramentar como Ministra de Estado para la Cultura y Presidente del Conac». Quedé sin palabras.
Por la tarde ya estaba la familia en pleno en mi casa para la despedida de los viajeros a Italia, cuando la señora que era mi empleada vino corriendo y alborotadísima: ¡la llama El Puma! Nunca fui su fan pero sabía que estaba en su momento de gloria. Atendí y una voz recia que supuse era la suya me dijo: «Felicitaciones, mi amor (recalco lo de mi amor) vas a hacer un gran trabajo». Cundió la euforia en mi familia.
Nunca más tuve noticias del personaje hasta que en 2001, ya con Chávez en el poder, una amiga me invitó a una cena en su casa, me dijo que eran pocos invitados y uno de ellos El Puma. Llegué a la cena, me asignaron un puesto –supongo que honorifico– al lado de la estrella que no se dignó a saludarme. Pasé toda la noche dándole la espalda y conversando con el comensal a mi izquierda.
Ha circulado un tuit (a pesar de la prohibición, circulan y mucho) en el que el cantante José Luis Rodríguez, mejor conocido como El Puma, habla por teléfono con un supuesto colaborador cercano a Nicolás Maduro. Se lamenta por los errores cometidos «en el pasado» debidos a las presiones y «engaños de la Oposición». Las presuntas palabras textuales fueron: «Es tanta la vehemencia de la gente de la oposición que te insta y casi te obliga a hacer lo que no quieres hacer en contra de tu voluntad, entonces te utilizan como siempre».
Estuve esperando, antes de escribir esta nota, que el señor Puma desmintiera esa rastrera y por consiguiente vergonzosa conversación. Aparentemente no lo ha hecho y no creo que lo haga porque su estilo es del saltimbanquis político. No se entiende por qué un artista que ha logrado fama internacional tenga que adular a cada gobierno como lo hizo con AD, Copei y con el de Chávez.
Un día, seguramente presionado y engañado por la Oposición, dijo que no volvía a Venezuela mientras gobernara Maduro. Y al rato se presentó en el Teresa Carreño de Caracas, y cobró.
El caso de El Puma recuerda la memorable película Mephisto (1981), dirigida por el húngaro István Szabo, que se centra en la vida del actor alemán Gustaf Grundgens quien se hace famoso entre los jerarcas nazis montando el clásico del folclore germánico Mefistófeles o Fausto. Se adhiere al nazismo mientras sus colegas, cuando no lograban huir de Alemania eran enviados a campos de concentración. En el protagonista de Mephisto hay un cierto autodesprecio, un cierto cargo de conciencia, algo de vergüenza. En el cantante genuflexo no hay nada de eso porque es su naturaleza.
Abogada, parlamentaria de la democracia – X: @Paugamus