Hay que autocriticarse, aunque parezca una débil conducta.
El INCE fue una creación, en primer término, del Dr. Luis Beltrán Prieto y un dirigente obrero de muy buena formación cultural, Pedro Bernardo Pérez Salinas.
En aquel entonces la izquierda, hablo del PCV y el universo adeco que así era calificado, el mismo que luego formaría el MIR, pese el respeto que este sector sentía por aquellos dos personajes, por lo menos no vio con buenos ojos y, en consecuencia, no le dio su respaldo a aquella iniciativa. Todavía no sé, a ciencia cierta, si la izquierda se distanció de aquel proyecto porque lo promovía un viejo dirigente adeco, tildado de derecha, o como resultado de un análisis sensato. Pues, en esa manera de asumir las cosas, no son muchos los cambios que hemos dado. Tanto que, hasta con Pérez Alfonzo en el Ministerio de Minas, tuvimos casi el mismo enredo, para luego, más tarde, terminar reconociéndole por su meritoria labor, como terminamos haciéndolo, al final de su vida, con el Dr. Prieto, pese no votamos por él, cuando se lanzó de candidato presidencial, siendo esta la mejor opción y la actitud más razonable y coherente con los fines de nuestras luchas.
La fundación del INCE vino aparejada con el programa político económico Betancourt-Rockefeller o del capitalismo estadounidense, conocido como sustitución de importaciones. Mediante el cual, el capital estadounidense, se trasladó a Venezuela, también con su tecnología, para la elaboración de partes, terminar productos comenzados allá, hasta llegar al simple armado o ensamblaje. Es una etapa, en la cual el capital extranjero que se expande, quiere aprovechar las ventajas que le ofrece el Estado venezolano, exoneración de impuestos, préstamos blandos, la capacidad de consumo de nuestro mercado interno, dado el significativo ingreso petrolero y lo barato que resultaría para aquél nuestra mano de obra. Ya en EEUU, el capitalismo, está “resintiéndose” del alto costo de la mano de obra interna y sale en busca de una más barata en el mundo. Y, Venezuela la ofrece junto a capacidad de consumo para esos mismos productos y es un puente para penetrar los mercados de América que ya están abiertos. El imperialismo, ha llegado a una etapa en que se expande vertiginosamente.
Dentro de ese marco, como ya advertimos nace el INCE, pero se trata de una vieja idea que, el Dr. Prieto y sus allegados, vienen manejando desde antes, como una opción para impulsar el crecimiento económico de Venezuela, pues para esto, además de capital y tecnología, es indispensable buena mano de obra. Lo que implica mejorar la calidad de la gente y armarle de instrumentos para hacerle más productiva en función de sus particulares intereses y del colectivo. Y eso hasta tiene sus antecedentes en los talleres artesanales y las propuestas robinsonianas. Simón Rodríguez, en virtud del universo al cual prodigaba su esfuerzo, puso mucho interés en ese tipo de educación, en enseñar haciendo y, preparando en la medida de lo posible a los humildes para se insertasen en el mercado de trabajo.
Antes aquí hubo excelentes escuelas técnicas y las de formar maestros, de las cuales hasta salió el propio Prieto y las llamadas escuelas de comercio.
Ante aquella propuesta e iniciativa, la del INCE, la izquierda, la misma que antes delimitamos, se mantuvo alejada, más que indiferente, contraria pero discreta y hasta en actitud severamente crítica. Lo severo y lo discreto no coliden, pues no salió ninguna crítica contundente a la calle, pero a lo interior, en la intimidad, se le asumió como una propuesta favorable al capital extranjero que, con el modelo impulsado por Betancourt, arreciaba su penetración y control. Por eso el INCE no nació con el aval y entusiasmo de la izquierda. Y no podía ser de otra manera, porque en ese universo entonces como ahora, no hay ningún proyecto de cambio que implique darle a los trabajadores una verdadera oportunidad de liderazgo. Pues esto no es dirigir ejércitos, tampoco un Estado determinado por una estructura económica, jurídica, cultura y hasta un “sentido común” dominante que atrapa, sino crear, construir unas relaciones diferentes y un tejer el acontecer determinado por ellas, pues “lo primero es lo primero”.
Entonces lo pertinente era apoyar aquella iniciativa e insertarse en ella para impulsar cambios y renovadas relaciones coherentes con nuestras luchas. Pero como he venido diciendo, nunca hemos tenido la suficiente claridad de objetivos y procederes; lo táctico y estratégico lo hemos manejado tan mal que hemos creído que la labor por el cambió se limita a la lucha por el poder o control del Estado e ignoramos las posibilidades de organizar y hasta impulsar trabajadores y de esa mano de obra del Ince, dentro de relaciones diferentes al capitalismo que, pese pudieran encontrar trabas de parte del Estado y guerra del capital privado, es posible hacerlo, fue un reto, como lo es la lucha política y lo fue la lucha armada. Ahora mismo, cuando la constitución de manera expresa habla de relaciones colectivas o socialistas y se promueven las comunas, esas posibilidades son más reales. Sólo que hay que evitar y enfrentar, no sólo la guerra que contra ellas desataría el capital, particularmente en lo relativo al mercado, sino también el control estatal que le resta fuerza, libertad y creatividad a esos esfuerzos.
Para la izquierda entonces, la creación de aquel instituto, no tuvo el significado que le dieron el Dr. Prieto y sus seguidores, fundamentados en la necesidad de formar jóvenes trabajadores para dedicarse a la producción y el trabajo en mejores condiciones, habilidades y destrezas y ofrecer a cualquier modelo de desarrollo, incluso uno que fuese progresista, la mano de obra necesaria, sino que se le vio deliberadamente e inexorablemente insertada en el plan de penetración a gran escala del capital extranjero y entonces se pensó y dijo que, aquella institución, por cuenta del Estado y con la exclusiva inversión de este, se encargaría de formarle la mano de obra que aquel plan demandaba.
Entonces el INCE fue visto, por una significativa vanguardia de venezolanos, como una institución exclusivamente dedicada a preparar la mano de obra al capital extranjero que venía a explotarla. Le pareció un proyecto inexorablemente sujeto al modelo propuesto por el capital externo y asumido por el gobierno y sólo inherente a él. Porque en el sector opuesto al imperialismo y el capital, no había, como aún no hay, un proyecto distinto a lo de tomar el Estado e imponer cambios ajenos al común de la gente, particularmente a los trabajadores y si por un gobierno fuerte, hasta autoritario. Y esa idea sigue prevaleciendo y se justifica ahora, en lo menos drástico, lo expuesto por Gramsci.
Fue aquella una interpretación que, si bien no escapaba de la realidad, de lo que acontecía, no supo entender cabalmente su significado. Todo proceso educativo, formulado en un modelo de propiedad privada, de dominio del capital y la tecnología, destinado a formar trabajadores, que pudieran ser médicos, ingenieros, técnicos, maestros, trabajadores calificados, en fin, terminará elaborando un producto que será, de alguna manera produciendo grandes beneficios a los inversionistas. Pero también forma al individuo para adaptarse al medio y a las exigencias de la vida. Si era bien visto y aplaudido un modelo educativo que formaba trabajadores a mediano o más largo plazo, como los profesionales universitarios o técnicos medios, egresados de las escuelas técnicas, no había motivos para no negarle el valor e importancia de la formación de trabajadores a través del INCE, sabiendo bien la forma y composición de la sociedad venezolana. Era además una opción, por distintas razones, más cerca de las capas humildes y débiles. La otra era dejarles en la más absoluta indefensión, no brindarles apoyo para su crecimiento y preparación para insertarse en el mercado laboral, en lo que lejos de afectar al modelo y los capitalistas que buscarían salidas, lo haría con los humildes. Antes, las propias empresas, formaban su propia mano de obra; eso bastante hizo la industria petrolera.
La explotación petrolera dejó una experiencia, una cultura y una práctica. En los primeros años de ella, la casi totalidad de la llamada mano de obra calificada, se conformó de trabajadores venidos de los propios EEUU. Eso incluyó hasta quienes se desempeñaban en el área administrativa y de salud. Por eso, nacieron los llamados “campos americanos”, donde residían los trabajadores de distintos niveles que traían del país del norte. Aquellos, hasta donde se instalaron campos de golf y canchas de tenis, juegos extraños a la cultura nacional. Y también nació lo que luego pasó a llamarse la nómina de trabajadores de confianza, antes integrada por estadounidenses, cualquier otro extranjero o algún venezolano, por alguna circunstancia muy especial, “digno” de aquella calificación. Nació eso que más tarde llamarían la “meritocracia”, alienada e identificada con el patrón, inversionista y en cualquier avatar, donde los intereses nacionales y los de las empresas colidiesen, ella se plegaría a esta, a su patrón, como gente de confianza.
A finales de la década del cincuenta y comienzos de la del 60, cuando nacen el INCE y el modelo sustitutivo, se impone otro proceder. Se trata de aprovechar una mano de obra que sea eficiente y barata, que en buena medida ya existía en Venezuela. El INCE entraría a operar por supuesto dentro de aquellas condiciones “favorables”; un momento en que la mano de obra calificada alcanza una alta demanda. Y de paso con una mentalidad diferente al domado del modelo formativo que antes hemos mencionado.
La formación de mano de obra por parte de la empresa capitalista, como ya dijimos, es de vieja data. Nace con el capitalismo mismo. Viene desde el taller artesanal y continúa con la Revolución Industrial. Pero esa mano de obra, formada por la empresa y dentro de la cultura, ideología de la empresa, tiene un valor alienante de mucho mayor contundencia, como que forma al trabajador bajo la idea que él es la empresa, de la empresa y para la empresa, por lo que también da origen al trabajador o empleado de “confianza”. Aquel que, entre otras tareas de “confianza”, desempeñaría la de encargarse de sabotear las huelgas y privilegiar la empresa por encima del país.
De lo anterior, uno podría colegir que, el capital, salvo algunas circunstancias muy especiales, como la industria petrolera, o abundancia de materia prima de otro carácter, recursos muy solicitados y deseables, que no se dan en cualquier parte, no acudirá, en gran magnitud, con la prontitud deseada donde no encuentra la mano de obra calificada y en abundancia que demanda.
Ese capital, al margen de su procedencia, entre las cosas que busca es mano de obra de calidad, en la cantidad necesaria. Por supuesto, dará importancia a la materia prima, pero en última instancia, esta puede ser importada y entonces, en estas circunstancias, la mano de obra se convierte en un recurso estimable. El mismo capitalista nacional, aunque el capital no tiene nacionalidad ni barreras, para su inversión demandaría mano de obra e irá preferentemente donde la halle, de modo que satisfaga sus aspiraciones. Por eso, formar mano de obra no sólo contribuye con mejorar al individuo sino se convierte en un atractivo para la inversión del capital existente.
Pero si el Estado asume esa tarea, dentro de un proyecto educativo destinado a despertar en el trabajador su conciencia de clase y los valores nacionales y nacionalistas, hallará en este, más que un aliado de la empresa y el patrón, un combatiente a favor de su clase y los intereses nacionales.
Quizás, pudo tener más valor proponer, en aquellas circunstancias, a través del Impuesto Sobre la Renta o el mecanismo pertinente, que las empresas que en definitiva serían beneficiadas con ese aporte de mano de obra, un impuesto mucho mayor al que entonces se impuso. De esa manera, el Estado hubiera cobrado satisfactoriamente al capital, sobre todo al extranjero, el haberle prestado ese servicio, pero con una mano de obra que llegaba a la empresa producto de una escuela pública y, en consecuencia, con una expectativa y unos valores distintos a la que la empresa formaba en su propio proceso productivo.
Lo cierto es que, poco fue el aporte e interés que la izquierda venezolana mostró ante la iniciativa que significó el INCE, por asumirlo de manera esquemática y hasta ortodoxa. Y esto, como otras cosas, tiene una enorme importancia a la hora de autocriticarse y hacer redefiniciones.
Ante esa visión, la izquierda no se autocriticó, como tampoco lo ha hecho ante muchas, pues se limita a asumirlo y fingir que siempre estuvo en sus propuestas que, por no hacerlo de esa manera, se ve entorpecida para comprender muchas cosas. No obstante, cambió su opinión sobre Prieto por los hechos políticos posteriores, que fueron como fenómenos de tanta trascendencia y ruido que era imposible desconocer e ignorar.