El Nicolás al que se refiere el título, no es Maduro, sino uno de los más relevantes pensadores y asesores en la historia del pensamiento político occidental: Maquiavelo. De pronto, rozo al que te conté, pero solo alusivamente, como cabe en este tiempo de apagones, incluido el de la libertad de expresión. De hecho, el último cambio de gabinete ejecutivo y la designación de Diosdado Cabello en el Ministerio del Interior, Justicia y Paz (nada menos), fue lo que me trajo a la cabeza un pasaje específico del libro más famoso de Maquiavelo, El Príncipe.
El libro, pequeño en número de páginas, pero enorme en influencia histórica, es una galería de ejemplos de políticos de la época, el siglo XIV, que se traduce en un texto de recomendaciones y consejos dirigidos a los monarcas o jefes políticos en general, para los que trabajó el autor en calidad de diplomático y asesor, y trata acerca de cómo conquistar y retener el poder, entendiendo por poder, no el nombre de un verbo (“el que puede hacer esto o aquello…”; o sea, un poder programático, con sentido), sino en su acepción estrecha de dominación o mando sobre un conjunto grande de personas en un territorio determinado.
Vale decir que “El Príncipe” es uno de los ejemplos más fulgurantes de un nuevo ambiente cultural. Planteó abiertamente, sin ningún rollo, que la política, o sea el arte de conquistar y retener el poder, no tiene nada que ver con la moral, la voluntad de Dios o la Providencia. Más bien, debe tener que ver con la violencia, la mentira, el engaño, las malas intenciones, la deslealtad y otros rasgos que pasan a ser “virtudes” (más bien, habilidades) necesarias para las tareas propias de los jefes, al lado de cierta fortuna o suerte, que siempre es necesaria y explica por qué muchas veces los dirigentes sean bastante supersticiosos. No voy a insistir en un pasaje muy remarcado en que el asesor de tantos príncipes renacentistas, responde a la pregunta de qué es más importante para un gobernante, si tener el amor del pueblo o conseguir su miedo. La respuesta maquiavélica es que, si no se lograba conseguir el amor popular, es fundamental conseguir su temor. Por cierto, por más que fatigué las páginas del volumencito, no conseguí la frase que se le atribuye a Maquiavelo: nunca dijo “el fin justifica los medios”. Entre otras cosas, porque nunca discute el fin y solo pone ejemplos de los medios que se han usado hasta ese momento.
De modo que se trata de un libro técnico, una especie de autoayuda del político. Esto lo advirtió ese gran dirigente y pensador italiano, Antonio Gramsci, teórico de la hegemonía y “la batalla cultural”, muy leído en la segunda mitad del siglo XX por la izquierda, pero también por la derecha, especialmente a propósito de la campaña electoral de Milei en Argentina. Gramsci apreciaba este libro del Nicolás florentino, no solo por representar con brillo el renacimiento, esa especie de boom cultural, revolución de conceptos y modelos, signada por el humanismo, que desplazó la presunta oscuridad de la Edad Media europea, el dogmatismo de la religión (aunque los Papas fueron figuras importantes del renacimiento, este periodo relajación moral, como lo muestran las orgías del Papa Alejandro de Borgia), las discusiones bizantinas (como aquella de cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler, parecidas a ciertos debates de la izquierda) y el eclipse de cualquier mentalidad científica (ya sabemos lo que le pasó a Galileo, pero sobre todo a Giordano Bruno, ese adelantado que se atrevió a pensar, y que fue llevado a la hoguera con la aclamación de los “santos simples” que nunca faltan a la hora de aplaudir lo más atroz a nombre de cualquier creencia fanática).
Claro, aquí se impone una precisión conceptual: la virtú de la que habla el Nicolás florentino es algo así como capacidad, habilidad, astucia, ingenio, y cualidades parecidas. Además, esa astucia, habilidad o capacidad políticas debía ser ayudada por la suerte o fortuna. De modo que no basta la crueldad, la capacidad de mentir sin pestañear, el engaño, el malandreo, la patanería, sino también, y muy importante, tener suerte. Como sabemos, eso no se consigue en botica. No siempre tenemos la suerte de tener un contrincante torpe, como lo ha tenido Chávez y Maduro. El contrario puede aprender.
Gramsci apreciaba El Príncipe también porque popularizaba un saber hasta ese momento reservado a los aristócratas y, tomando en cuenta las inclinaciones republicanas del Nicolás florentino, el líder comunista italiano consideraba que debía ser un libro de cabecera de los políticos populares y democráticos, precisamente para hacer frente a los engaños y las violencias de los poderosos de la época. Es más, para Gramsci, el Príncipe del siglo XX vendría siendo el Partido del proletariado.
Pero no escribo esto para dar una clase, sino para comentar un pasaje del libro mencionado. Maquiavelo está explicando lo que puede hacer un príncipe cuando quiere someter a una población revuelta y establecer una paz total en la comarca. Entonces, cuenta Nicolás el florentino, que el Duque “juzgó necesario, si se quería pacificar y volverla dócil a la voluntad del príncipe, dotarla de un gobierno severo. Eligió para esta misión a Ramiro de Orco, hombre cruel y expeditivo, a quien dio plenos poderes. En poco tiempo impuso este su autoridad, restableciendo la paz. Juzgó entonces el Duque innecesaria tan excesiva autoridad, que podía hacerse odiosa, y creó en el centro de la provincia, bajo la presidencia de un hombre virtuosísimo, un tribunal (…) Y como sabía que los rigores pasados habían engendrado algún odio contra su persona, quiso demostrar, para aplacar la animosidad de sus súbditos y atraérselos, que, si algún acto de crueldad se había cometido, no se debió a él, sino a la salvaje naturaleza de su ministro. Y llegada la ocasión, una mañana lo hizo exponer en la plaza, dividido en dos pedazos en un palo y con un cuchillo lleno de sangre al lado. La ferocidad de semejante espectáculo dejó al pueblo a la vez satisfecho y estupefacto” (Maquiavelo, 1999, pág. 36).
En efecto, cuando ya has avanzado en el plan de mantenerte en el poder como sea, tramado hace años, apoyándote en los errores de tu enemigo para tejer relaciones de complicidad con los jefes militares, dándoles minas y creando corporaciones de administración de riquezas y zonas especiales; cuando has hecho lo que te da la gana con la Constitución, estableciendo un estado de excepción desde aquella estúpida insurrección opositora, sin plan ni concierto, y con mucha histeria e impulsos; cuando ya has anulado los Poderes Públicos, sometiéndolos al Partido del cual eres también Jefe por aclamación y unánime aceptación de tus órdenes; cuando has impedido que se cumplan los procedimientos de ley en unas elecciones, y has recurrido a un Poder Judicial a tu servicio, y has escondido las pruebas posibles de tu supuesta victoria electoral, violando (¿van cuántas?) la Constitución, específicamente el artículo 5, pasando a ser de facto el mandamás de estas comarcas, cual príncipe o duque renacentista, por más que le reces a Jesús, interpretes la Biblia, consigas en todas partes una conspiración del enemigo “ultra derechista y fascista” (con un lenguaje izquierdoso que le permita a ciertos académicos extranjeros a sueldo para defenderte) en cada apagón, igualitos a tantos que ya han ocurrido porque se robaron los millardos que Chávez destinó para hacer un gran sistema eléctrico nacional, y se han ido los mejores técnicos, y varios millones de venezolanos también, escapando del hambre y la mala vida que provocas con tu mal gobierno, entonces, cambias el gabinete y pones a tu Ramiro de Orco Cabello a dirigir la represión y “la paz”, por ser cruel y despiadado, porque, como él mismo dijo, “sé hacer lo que voy a hacer”, o sea, reprimir sabroso, sin escrúpulos legales (sin los extraños refinamientos de afeites, maquillaje y tatuajes del Fiscal), ya sabes qué hacer, porque, quizás, has leído o te han leído ese pasaje de El Príncipe…
De modo que nadie se extrañe cuando tu Ramiro de Orco amanezca partido en dos en un palo, mientras tú lo acusas de haber torturado matado, reprimido… y lo entregues en alguna oscura negociación, porque ya te lo ofrecieron y además el tal Ramiro de Orco tiene un expediente abierto en los Estados Unidos.
Referencias:
Maquiavelo, N. (1999). El príncipe. EDUCAR.