Sin libertad de pensamiento las universidades pierden la esencia originaria o la razón que permite a sus estudiantes formarse en su ámbito. En los países y épocas en que la comunicación se ve impedida, pronto todas las demás libertades se marchitan. La discusión muere por inanición, la ignorancia de la opinión de los demás se convierte en rampante, las opiniones impuestas triunfan. Primo Levi.
La misión originaria de la Universidad es generar y fomentar el conocimiento, formar líderes profesionales e intelectuales -esto es un clamor nacional- y servir, mediante las actividades, programas y proyectos de extensión, a su entorno natural, con el cual cohabita. Para lograr tal misión se hace imprescindible que en la Universidad exista una total apertura a la pluralidad y a la tolerancia, la cual resulta necesaria en esa sempiterna búsqueda de la verdad, mediante la crítica constructiva y la duda razonable, escuchando, deliberando y sobre todo dialogando, acerca de las diversas ideas, diferentes a las propias.
Tal vez en la cultura universitaria, más que en cualquier otro espacio del pensamiento, sea necesario que los ciudadanos con posiciones diferentes se escuchen, por supuesto, partiendo del principio que la tolerancia debe ser la base que soporte las normas del acontecer universitario. Debe ser la Universidad ese magnífico recipiente en el cual se viertan las ideas que descubran y promuevan los impostergables senderos que conduzcan a la deliberación y posterior reconciliación. Debe ser el escenario que por su propia esencia desarrolle la praxis de la convivencia civilizada.
Sin embargo, y en virtud a que las Universidades son cívicas por naturaleza, tolerantes y abiertas al pluralismo, es por lo cual los regímenes totalitarios, se empeñan en la obstinada presunción de ejercer el control sobre el pensamiento universitario.
Es precisamente de las universidades de dónde han surgido los ciudadanos que han dado lo mejor de sí en la construcción de la democracia del país, y ahora, como nunca antes en nuestra Historia, le corresponde desempeñar un papel trascendente y estelar pero, para lograr tal cometido, es esencial mantener las normas de tolerancia y apertura y proteger con mucho celo, dedicación, a sus docentes y estudiantes, y defender con tesón tanto su libertad académica como su libertad de expresión.
Sin libertad de pensamiento las universidades pierden la esencia originaria o la razón que permite a sus estudiantes formarse en su ámbito, ( y más en el caso de la UAM, con facultades donde se forman Comunicadores Sociales y Psicólogos) y ya no podría servir de ámbito de mediación, puesto que se verían sujetas a las aberrantes amenazas y a la intimidación, conllevándoles a la pérdida de la capacidad de cumplir con esa digna misión que es la de llevar adelante y acertadamente sus labores, en pocas palabras, la noble y obligatoria misión de hacer patria.
Luego, nos permitimos recordar que lo que da fuerza, madurez y sentido de orientación a la sociedad de un país es la habilidad de sus ciudadanos en lograr los cambios de mentalidad que impulsen la permanente búsqueda de la vida democrática y el desarrollo sociopolítico y económico, mediante el debate y el estudio de los problemas de la vida pública, y la difusión de sus mejores soluciones, como lo es, sin duda alguna, la alternabilidad del poder.
Entonces: ¿Por qué tal ensañamiento contra el vigoroso y acertado accionar de ese pilar de nuestra sociedad: los estudiantes, quienes, retomando ese papel histórico y asumiendo, sin vacilaciones, su derecho a actualizar y a perfeccionar el legado político y cultural, que, a pesar de los pesares, un día tuvimos; su derecho a reclamar justicia, su derecho a retomar espacios perdidos, encontrando una manera eficaz, limpia e intelectualmente estimulante de hacerlo, sin violencia, sin insultos y amparados por el derecho a expresarse?
Sociólogo de la Universidad de Carabobo. Director de Relaciones Interinstitucionales de la Universidad de Carabobo.