Jesús Alberto Castillo: De los poetas muertos a los políticos vivos

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(Crónica de una nación en espera)

En 1989 una película titulada “La sociedad de los poetas muertos” hizo furor en las principales salas de cine. La exitosa obra cinematográfica fue protagonizada por Robbin Williams quien hizo el papel de John Keating, un controvertido profesor de literatura que cambió la concepción y comportamiento de cuatro adolescentes en un prestigioso y estricto colegio estadounidense.

La trama se desarrolla en un ambiente cargado de mucho prejuicio e influencia paternal a finales de los años 50. Los estudiantes de la reconocida Academia Walton estaban sometidos a un riguroso plan de estudios solo para varones. Tradición, honor, disciplina y excelencia eran los principios impartidos allí bajo el inflexible curriculo. Nada de libertad ni creatividad en el pensamiento de los alumnos. Éstos eran simples piezas que andaban al ritmo de tan exigente reloj escolar.

El recién llegado profesor Keating cambió con su irreverente pedagogía todo eso. Mostró a sus alumnos la belleza de la poesía, esa que vuela libre y no se somete a normas ni reglas para trastocar los esquemas asfixiantes y banales impuestos por la sociedad. Le enseñó a sus alumnos a expresar lo que sintieran, profanar con la poesía lo aparente sagrado, desafiar los temores internos y hacer realidad lo que siempre han soñado.

La revolución del profesor Keating fue tan impactante que las autoridades del colegio se vieron obligados a presionar a la comunidad estudiantil para firmar la salida del docente de dicha institución escolar. Así lo lograron. Al final de la película se ve al decepcionado Keating recorrer cada pupitre antes de marcharse. Cuando estaba a punto de salir del aula escuchó al unísono la voz “¡Capitán!”. Era la de sus apreciados alumnos en señal de solidaridad a sus desafiantes enseñanzas. Sí, el grito de la sociedad de los poetas muertos que se cuela en medio de un clima vivencial depredador e inhumano.

Es así. Dejamos atrás la sociedad de los poetas muertos, esa que nos habla de la estética de la vida y sensibilidad humana para sumergirnos en la sociedad de los políticos ‘vivos’ o, mejor dicho, en la “suciedad” de los políticos vividores. Esos que le venden su alma a Mefistófeles, como ocurrió con Fausto, aquel célebre docto que fue creado por la pluma de Johann Goethe. Son seres que nacieron para vivir de la política no para vivir por ella.

Los políticos ‘vivos’ hacen de las suyas. Se les ve activos y campantes por doquier, al estilo de Joseph Fouché, ese maniqueista personaje de la Revolución Francesa. Se han asociado para seguir en su modus operandi. Algunas veces merodean por cafetines, otras veces lucen sus trajes vistosos por los balcones de capitolio y palaciegas. Se han convertido en cómplices de los que oprimen con la espada de la inquisición. Brincan de un lado a otro para ver qué pescan. No les importa el sufrimiento colectivo, solo se animan por recostarse al mejor postor. Sus voces lucen apagadas ante los reclamos de libertad y redención que se respiran a los cuatro vientos.

La suciedad de los políticos “vivos’ mueve sus hilos. Sus miembros se han reunido para hablar de sus planes futuros. Son socios hasta la muerte de esos que niegan la voluntad soberana. Sacan cuentas a futuro. Han asomado su participación en elecciones de las provincias y comarcas. Pero, han olvidado que el pueblo es sabio y está pendiente de reclamar su voluntad soberana, propia del advenimiento del constitucionalismo moderno. La hará valer por encima de los tridentes del Leviatán en el inmenso verdor que florece poéticamente en el suelo materno.

Politólogo, periodista y profesor universitario.

 

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