La finalidad de toda tarea formativa es infundir sabiduría, la cual consiste en saber usar bien nuestros conocimientos y aún mejor no pecar de altanero, quebrantando la sencillez y la humildad.
Rendirse tampoco es una opción. Por ello, quiero hoy unir mi voz a los sin voz, poner el oído en la buena sintonía y en la buena orientación a la hora de caminar, para proclamar por todos los horizontes, que la violencia es inaceptable como solución a los problemas. Existen medios no violentos para resolver conflictos, como pueden ser el diálogo, la mediación o el mismo arbitraje. Es cuestión de anhelarlo y de ponerlo en práctica. De igual modo, ansío ponerme al lado de esas gentes que, en lugar de avivar las armas, ponen alma en todo lo que hacen. Sus acciones son el testimonio puro de que el ruido armamentístico es destructivo por naturaleza. En consecuencia, debemos dejar de defraudar a nuestros niños, ya que lo único que se silencia es la educación, vocablo esencial para el ejercicio de todos los demás derechos humanos. Por tanto, los centros educativos deberían ser un refugio seguro, tanto para el personal discente como docente. No obstante, con demasiada frecuencia, dichos entornos didácticos suelen convertirse en objetivos de ataque y espacios de crueldad. Esto tiene que dejar de ser así.
También, solemos desear la paz y para fortalecerla, utilizamos el absurdo de fabricar más artefactos que nunca. Nos falta converger, entendernos y atendernos, pero cuando nos movemos ausentes de la moral, todo se corrompe. Evidentemente, el recurso a la artillería incendiaria para dirimir las controversias representa una derrota de la razón al espíritu humanitario. Sin embargo, con los conocimientos, las capacidades y el apoyo adquirido mediante la educación, sobre todo el transmitido de corazón a corazón, nos permitirá ampliar las ventanas por las cuales vemos al mundo, lo que nos dará pie para poder superar las crisis y reconducirnos, toda vez que hayamos templado el ánimo para hacer frente a las dificultades de la vida. Ahora bien, la sociedad la conformamos todos, no es algo abstracto; al final somos uno por uno, los que tenemos que propiciar el cambio, comenzando por crear un ambiente más favorable al espíritu pedagógico, lo que nos demanda poner en valor el compromiso. Desde luego, es responsable quien se sabe responder a sí mismo y a los demás, de modo que fomente el abrazo y la sonrisa, jamás la zancadilla o las lágrimas.
El desafío que afrontan las personas y las instituciones, y prácticamente toda la comunidad internacional, consiste en asegurar que las personas, donde se hallen, tengan la posibilidad de realizarse en un clima de sosiego y felicidad. Naturalmente, hace falta más valor y mejor conciencia, sobre todo para buscar la reconciliación antes que los enfrentamientos. Al punto que, el peculio ganado con la venta armamentística, es patrimonio manchado con sangre inocente. Ninguna batalla es legítima, que lo sepamos. Aún estamos a tiempo de que la guerra pertenezca al pasado y no al futuro. Es importante, pues, hermanarse. Sin este acuerdo diplomático, resultará imposible la construcción de una sociedad justa, fruto de una concordia estable y duradera. Las nuevas ideologías, caracterizadas por un patético individualismo, egocentrismo y consumismo materialista, lo embadurnan todo de falsedades, debilitando los lazos sociales y la comprensión entre semejantes. De ahí, lo esencial que es educar para la convivencia, y no para la conveniencia, para que no se pierda un solo talento por falta de oportunidades.
Abramos escuelas y se cerrarán prisiones. Pongámoslas a salvo. No olvidemos que la finalidad de toda tarea formativa es infundir sabiduría, la cual consiste en saber usar bien nuestros conocimientos y aún mejor no pecar de altanero, quebrantando la sencillez y la humildad. Se me ocurre pensar, por consiguiente, en la obra educativa que más urge en el mundo; y que no es otra, que escuchar el grito de los que sufren por causa de los conflictos y, particularmente, el de los niños. Después de prestar oídos al mundo de los dolores, sería saludable reeducar nuestro intelecto y convertirlo en sana fibra. Seguramente, entonces, los gobernantes de todo el mundo acabarían con las muertes de los trabajadores humanitarios. Lo importante es acariciar con la mirada y aminorar la comunicación con misiles, drones y otros ataques, en un marco de respeto recíproco y con acuerdos beneficiosos para todos. Indudablemente, la condición necesaria para lograr que la concordia sea un activo, pasa por la estabilidad de las instituciones y por construir un consenso, lo que requiere unión en la altura de miras y conjunción en los latidos.
Escritor – corcoba@telefonica.net