Déjame decirte en primer lugar que este artículo no es un anuncio de un nuevo fármaco milagroso contra el alzhéimer. No existe tal cosa. Los medicamentos aprobados recientemente en Estados Unidos tienen un efecto tan modesto que ni siquiera han merecido la autorización por la Agencia Europea del Medicamento.
De lo que vamos a tratar aquí es de un enfoque radicalmente nuevo contra el alzhéimer, el párkinson y otras enfermedades neurodegenerativas. De momento no es nada más que ciencia básica, y nada menos que ciencia básica: el verdadero motor del conocimiento sobre la naturaleza, incluida nuestra propia naturaleza. La ciencia aplicada suele llevarse los titulares, pero sin ciencia básica no hay nada que aplicar. Este es un mensaje extraordinariamente difícil de trasmitir y de metabolizar, así que enciende todas tus neuronas y sigue leyendo.
¿Tiene algo que ver el alzhéimer con las vacas locas? Oh, sí. La encefalopatía espongiforme bovina, vulgo vacas locas, es una enfermedad priónica. Los priones son los únicos agentes infecciosos que no tienen genes. Las demás infecciones se deben a virus, bacterias, hongos y parásitos, y si estos agentes son capaces de propagarse es precisamente porque tienen genes, que son moléculas informativas especializadas en sacar copias de sí mismas, y, por tanto, son las que permiten reproducirse a los virus, las bacterias y a todas las demás células.
Pero los priones son proteínas puras. No tienen genes. Entonces, ¿cómo se propagan? Stanley Prusiner pasó 20 años de tortura y de sometimiento al escepticismo general para descubrirlo, y al final tuvieron que darle el premio Nobel, porque tenía razón.
Muchas proteínas pueden adoptar una forma correcta y otra errónea Un prion es una proteína normal de la célula que adopta una forma errónea. Y aquí viene lo esencial: cuando el prion toca a una proteína normal, la induce a adoptar la forma errónea. Ya tenemos dos priones, que pueden tocar a otras dos proteínas normales e inducirles a adoptar la forma errónea, lo que nos da cuatro priones. Luego 8, 16, 32, 64, 128…, en fin, una progresión tan exponencial como la de los genes, pero sin genes. Lo que se propaga aquí no es una cosa, sino la forma de una cosa. Los priones, como otras proteínas mal plegadas, suelen formar agregados que acaban siendo muy grandes e impidiendo la función de las células, cuando no matándolas directamente.
Con las enfermedades neurodegenerativas ocurre lo mismo. Unas proteínas llamadas tau y beta-amiloide, que en su forma normal cumplen una función esencial para las neuronas, pueden adoptar una forma errónea, contagiársela a otras proteínas cercanas y formar un agregado que inhabilita a la neurona en cuestión, e incluso pueden propagarse a otras neuronas vecinas. Esta es una de las causas principales del alzhéimer, tal vez la causa principal. Lo mismo cabe decir del párkinson, aunque la proteína causante aquí no es tau ni el beta-amiloide, sino la alfa-sinucleína. Así que el alzhéimer y el párkinson se pueden considerar enfermedades priónicas, igual que las vacas locas.
Estas cosas ya se sabían, o al menos se intuían, en los años ochenta, cuando yo era un estudiante de doctorado. La investigación farmacológica reciente se ha centrado en buscar moléculas —candidatos a fármacos— que destruyan los agregados de tau, beta-amiloide o alfa-sinucleína. El flamante y problemático lecanemab, aprobado contra el alzhéimer por la FDA (la agencia del medicamento de Estados Unidos) en enero de 2023, es un anticuerpo monoclonal dirigido contra los agregados de beta-amiloide. No cura el alzhéimer, aunque retrasa un poco su evolución, y cuesta 27.000 dólares al año. A la agencia europea no le han convencido esas cifras, y el sistema británico lo autoriza, pero no lo financia.
Pero los científicos acaban de descubrir una forma enteramente nueva de deshacerse de los agregados de estas proteínas. Aunque las neuronas son las células más famosas del cerebro —al fin y al cabo las descubrió Cajal—, no son de ningún modo las únicas. Entreveradas con ellas hay otras células llamadas microgliales, o microglía, que parecen tener la llave para una intervención más eficaz. Hannah Scheiblich, Michael Heneka y sus colegas de Bonn, Colonia, Münster, Budapest, Fontenay-aux-Roses, Melbourne, Belvaux y Worcester presentan en Neuron, la revista de referencia en neurociencia, un hallazgo asombroso.
Resulta que las células de la microglía construyen minúsculos túneles (nanotúneles) que las unen a las neuronas y por los que viajan dos cosas en sentidos opuestos: los agregados tóxicos de tau o alfa-sinucleína salen de las neuronas dañadas y se meten en la microglía, lo que restaura en parte la salud de las primeras; y las mitocondrias sanas se mueven desde la microglía hacia las neuronas dañadas, con efectos también benéficos.
La investigación es de primera calidad, y es obvio que plantea la posibilidad de estimular a la microglía a formar nanotúneles más eficaces, un proceso sobre el que los científicos ya tienen pistas importantes. Por aquí van los tiros. Y ojalá vayan también los titulares en el futuro inmediato. Hasta la semana que viene.