Hemos comentado varias veces a Alexander Dugin, este ideólogo ruso, asesor de Putin, fundador de un partido autodefinido como “nazbol” (o sea, nazi y bolchevique a la vez). Yo le he seguido la pista desde hace tiempo y hasta me he calado leer su libro más famoso, “La cuarta teoría política”. Su planteamiento refleja claramente estos tiempos de confusión e incertidumbre políticas (¿Posmodernos?), que siguieron al derrumbe del bloque soviético, la emergencia del fundamentalismo religioso y, ahora, el crecimiento de la llamada “ultraderecha” en Europa, Estados Unidos y otras partes del mundo. Muy resumidamente, las tesis de Dugin son las siguientes: 1) en la modernidad, ha habido tres teorías políticas influyentes: el liberalismo, el comunismo y el fascismo. La última fue derrotada en la Segunda Guerra Mundial por la alianza de las otras dos. Luego, estas entraron en disputa por el mundo hasta que el liberalismo venció al comunismo en la década de los 90. Desde entonces, el liberalismo se convirtió en la ideología (él la llama “teoría política”) vencedora; 2) Pero el liberalismo va en contra de valores tradicionales y creencias religiosas que constituyen otras naciones y hasta civilizaciones diferentes, por lo que debe combatírsele; 3) se hace necesaria entonces una “cuarta teoría política” que derrote al liberalismo. Para ello, hay que convocar a una gran diversidad de fuerzas, desde los fundamentalistas islámicos, los neonazis alemanes, franceses e italianos, hasta los comunistas nostálgicos con las glorias del imperio soviético y los creyentes de la Iglesia Ortodoxa rusa; 4) para elaborar esa “cuarta teoría” es necesaria una operación de bricolage, un corte y pegue de elementos heterogéneos, de las más diversas ideologías religiosas, tradiciones y enfoques políticos, hecho para la ocasión. Lo único en común es su rechazo al liberalismo.
Coherentemente, hace una semana Dugin llamó a formar una gran alianza antiliberal, que comprendiera la izquierda y la derecha por igual. El ejemplo más resaltante de ese engendro político, se refleja en la realidad política actual de Alemania, donde “Alternativa para Alemania”, lleno de admiradores de Hitler, y el movimiento “Sarah Wagenknecht” de izquierda (a la izquierda de los socialistas o socialdemócratas), hacen alianzas. Pero también Estados Unidos es un ejemplo para Dugin, pues Trump y Vance son apoyados por los “izquierdistas” Kennedy y Gabbard. Esto lleva a Dugin a descartar el esquema izquierda/ derecha para caracterizar a las fuerzas políticas en el mundo. Lo importante es que estén contra el liberalismo, identificado con los grandes capitalistas dueños del mundo: la maldad pura. Concluye Dugin: “no existen buenos liberales, pues un liberal bueno es un liberal ausente o un liberal a la vieja usanza”.
De verdad, que estamos en un mundo extraño. A inicios de los setenta del siglo pasado, leímos un artículo de Mao Ze Dong titulado “Contra el liberalismo”. La cosa todavía tenía sentido dentro de las coordenadas ideológicas de aquellos tiempos. Mao ataca al liberalismo, no tanto como ideología política, sino más bien como una actitud individualista, propia de la pequeña burguesía (no tanto de la gran burguesía, ojo), ciega al compromiso colectivo, reacia a sacrificarse por la causa comunista y por el Partido que era lo más grande, el guía de todo el pueblo chino. Mao fue un estalinista integral, mucho más que los soviéticos de los sesenta, que ya habían denunciado el “Culto a la Personalidad” de Stalin y ensayaban una política de “coexistencia pacífica” con el malvado “imperialismo norteamericano”, que les valió los insultos del Gran Timonel chino y hasta una política de alianzas de Mao con Nixon (la derecha norteamericana) contra la URSS. Pero la ideología de Mao era el marxismo-leninismo-stalinismo. No se le habría ocurrido convocar a su favor y en contra del liberalismo, las antiguas tradiciones de su país (acababa de realizar la Revolución Cultural contra la influencia de Confucio), las creencias de las religiones Cristiana Ortodoxa o las tendencias musulmanas más integristas o un intenso nacionalismo (chovinismo le dicen). Además, el Marxismo-leninismo-stalinismo se pretendía puro; era la deducción rigurosa de los textos fundacionales de Marx, Engels, Lenin, Stalin y… Mao. No se le ocurriría, ni a él ni a ningún ideólogo político del siglo XX, invitar explícitamente a hacer una ensalada (o un basurero) con trozos de diversas ideologías. Los marxistas leninistas desde siempre han sido alérgicos al eclecticismo. Más si es explícito. Esas mezclas ideológicas han existido desde siempre. El chavismo, por ejemplo, es una ensalada de fragmentos de diversos cuerpos ideológicos: nacionalismo estilo “Venezuela Heroica”, ideas de diversas izquierdas (desde Allende hasta el Che, pasando por Mao y Tito), teología de la liberación católica, caridad cristiana copeyana, etc. Pero eso pasó porque Chávez iba evolucionando en su pensamiento político, al igual que el proceso histórico que lleva su nombre.
Hay por lo menos dos criterios básicos para caracterizar una tendencia política: lo que dicen en su programa y sus discursos principales, y el sector de la población al cual se dirigen, deseando ser su vocero. Claro, hay especificidades nacionales. En el caso de la llamada ultraderecha, la europea, por ejemplo, es claramente racista, chovinista, tradicionalistas en lo que respecta a moral sexual (antifeministas, antiaborto, anti LGBT) y crítica respecto a la unión de las fronteras comerciales. Recoge prejuicios racistas de sus respectivos pueblos, que adquieren mayor relevancia en circunstancias del crecimiento de la migración de africanos, negros y (para completar) musulmanes. La norteamericana también tiene esos rasgos. Respondió a una decisión política del Partido Republicano de representar al segmento de su población blanca, protestante, machista, chovinista, etc., en circunstancias de dificultades económicas y aumento de la inmigración variopinta. Igualmente, hay en su discurso un odio o resentimiento hacia la “izquierda”, que mete en un mismo saco, al comunismo, la socialdemocracia, el “liberalismo”, el feminismo, el movimiento LGBT, los ecologistas y el populismo nacionalista latinoamericano. Esto es particularmente notable en la ultraderecha bolsonarista y el mileismo argentino, que creció cuestionando, con gran espectacularidad, la corrupción peronista.
¿Hay algo así en Venezuela? Me permito dudarlo. Claro, el madurismo en su diseño propagandístico llama “ultraderecha fascista” a todo lo que se le opone, desde los trotskistas y “chavistas críticos” hasta los neoliberales pro Milei, que los hay por ahí. Pero ya, a estas alturas, hay que ser serios. Lo predominante en las posiciones políticas venezolanas es la mezcla, la ensalada o el basurero. Maduro destinó presupuesto e hizo unos actos de apoyo con iglesias protestantes muy conservadoras en lo que se refiere a moral sexual. Mezcló imágenes procedentes de los comics DC con caras de Chávez y su imaginología “bolivariana” (el árbol de las tres raíces, etc.), con esa estética aglutinadora de los altares espiritistas del programa de Cabello. Impulsó genocidios como el del Arco Minero. Hoy, después de robarse las elecciones, el madurismo tiene un discurso antifascista y una práctica política represiva inconstitucional, de violencia simbólica y lingüística, y hasta diseños institucionales (como la corporativa de la “Constituyente” de 2017) muy cercanos al pensamiento de Benito Mussolini. Se podría decir que este gobierno es de derecha por su política económica y antiobrera, pero procede de una izquierda también ecléctica, que metió en la misma licuadora al Che, la teología de la liberación, nacionalismo estilo “Venezuela Heorica” y un culto a la personalidad de Chávez de estilos caudillistas tradicionales y espiritualidad sincrética popular.
Por otro lado, en la oposición, hay adecos y copeyanos nostálgicos de Betancourt y el Pacto de Punto Fijo, en todo caso socialdemócratas y socialcristianos, creyentes en un “Estado de bienestar” petrolero (cuestión compartida con el madurismo y el chavismo, de paso), algunos neoliberales, muchos anticomunistas viscerales que hasta pueden simpatizar con Milei por compartir odios, admiradores de los Estados Unidos e Israel, pero también “chavistas críticos”, demócratas en seco, marxistas- leninistas (ahí está Bandera Roja, en sus diferentes toletes), nacionalistas indignados por el poder de los cubanos aquí. El discurso tiene, como palabras más frecuentes “democracia”, “libertad”, “reconciliación”, “diálogo”, “Constitución”. Más o menos, las mismas que figuran en el discurso del gobierno, lo cual revela, entre otras cosas, las limitaciones del análisis de contenido puramente cuantitativo. En todo caso, es una presentación que busca sintonizar con el descontento y el hartazgo de todas las clases sociales, ante la crisis representada por el madurismo. Tal vez los que califiquen un poco como “ultraderecha” serían los mileistas o los simpatizantes de Israel, que son grupos dentro de la oposición, aunque no la mayoría. Por ejemplo, MCM ha declarado que apoya el matrimonio gay, algo inaceptable para Dugin, Putin o Bolsonaro. Por otra parte, la defensa de la inversión extranjera, el plan de producir más petróleo en asociación con capital norteamericano o de otros países, la excepción de impuestos a los importadores, la suspensión de los derechos laborales, la privatización, ya son algo más que discurso (que puede compartir la oposición, por cierto): se trata de una práctica de derecha de este gobierno.
De modo que, en Venezuela, sí, se reproduce un poco la gran confusión, el bricolage y el basurero ideológico que cunde en el mundo entero; pero con sus peculiaridades. Lo que se supone es un gobierno de izquierda, hace cosas de derecha; y la oposición, presuntamente de derecha, hace cosas “progresistas” como defender la constitución y los derechos humanos. Otro ejemplo de esta mezcla de izquierda y derecha se da en la política internacional. El gobierno ha expresado un oportunismo geopolítico, por ejemplo. Dice que quiere entrar al BRICS, pero ha tratado mal (es un eufemismo) al presidente de Brasil, uno de los países más importante de ese agrupamiento, que es, además, el principal socio de China en América Latina. Ataca a Estados Unidos, pero consiente en asociaciones con una petrolera norteamericana, violando la Ley de Hidrocarburos, al darle la mayoría de las acciones de unas operadoras. No se sabe bien cómo es el esquema de asociación para otras explotaciones (el oro, por ejemplo), pero hay indicios de que, en ese tema, estamos peor que cuando Gómez en lo que se refiere a la defensa de los intereses nacionales.
Ahora bien, a pesar de toda esta confusión, de esta deslegitimación de los metarrelatos (ambiente posmoderno), de estos bricolajes ideológicos y políticos, característicos de esta época no prevista por Marx ni ninguno de sus seguidores, cuando el esquema binario izquierda/ derecha parece superado, todavía hay cosas muy claras. Por ejemplo, las desapariciones forzadas, el irrespeto al debido proceso, la censura y/o cierre de medios de comunicación, el control de un solo Partido sobre todos los poderes del Estado, la satanización de grupos políticos con etiquetas insultantes, la sustitución del debate racional por la gritería de insultos, son prácticas condenables. Por otra parte, cosas buenas como el debido proceso, la libertad de expresión y asociación, el derecho a la sindicalización y la contratación colectiva, el mecanismo del trabajo asalariado (y no “bonificado”) y las garantías ciudadanas, son liberales (que lo son), entonces hay que ser liberales.
Que se vaya Dugin para otro lado. Nosotros no hemos pasado la página del robo de las elecciones, de la violación del artículo 5 de la Constitución y los presos políticos.