Atilio A. Boron: ¡Es la clase, estúpido!

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En la Argentina “la casta” se ha convertido en la clave interpretativa a la que apelan tanto los políticos como los comentaristas de la turbulenta coyuntura por la que atraviesa la vida nacional. La victoria electoral de una coalición neofascista presidida por un producto de laboratorio fabricado para captar el malestar social reinante instaló a “la casta” como la síntesis de todos los males que aquejaban al país. La historia, sin embargo, demostró la poca utilidad de esa categoría porque quien, como el Presidente, hizo uso y abuso de la misma para fulminar con la furia de un profeta a la clase política y sus usos y costumbres poco demoró en convertirse en un miembro más de “la casta.” Aprendió, o le enseñaron, en poco tiempo todas sus mañas y adoptó sus peores métodos, que los practica con indisimulada fruición. El chantaje, la corrupción, la desembozada compraventa de voluntades de gobernadores, legisladores y “perioperadores” así como la represión más brutal cuando las víctimas de su letal experimento económico tienen la osadía de manifestar pública y pacíficamente su descontento.

Pero vayamos un poco más allá. La “casta” en realidad es el conjunto de funcionarios del capital encaramados en la estructura del estado, en sus tres poderes: gobernantes y altos administradores públicos en el Ejecutivo; legisladores, diputados y senadores en el Legislativo, y jueces y fiscales en el Poder Judicial. Todos ellos convenientemente apalancados desde afuera por los medios de “confusión y desinformación” de masas concentrados en un puñado de antidemocráticos oligopolios, cómplices necesarios de las maldades y los delitos de “la casta”.

Por supuesto que hay algunas excepciones dentro de cada una de estas categorías, pero son una minoría. Por consiguiente “la casta” es la abreviatura del conjunto de empleados de la clase dominante, es decir, del gran capital, nacional y extranjero. La ruinosa política del Milei presidente nada tiene que ver con su supuesta disputa con “la casta” sino que es el desenlace natural de su extensa carrera como empleado de algunas de las más grandes empresas extranjeras, como el banco HSBC; o nacionales, la Corporación América presidida por el magnate Eduardo Eurnekián. Sus decisiones como gobernante obedecen linealmente a los intereses estructurales del bloque dominante del capitalismo argentino, fuertemente imbricado con las más grandes transnacionales de la economía mundial detrás de las cuales se encuentra el imperialismo norteamericano.

Es por eso que Milei ha demostrado una irresistible vocación de convertirse en el lacayo mayor del imperio en la región, antagonizando a presidentes de países hermanos como Brasil, Colombia y México y militando activamente en contra de la integración latinoamericana, para ni hablar de los insultos que le ha reservado al gobierno de la República Popular China. Nada de esto es casual: debilitar los lazos de Argentina con Brasil y China es uno de los objetivos estratégicos de Washington en la región, y Milei es un fiel ejecutor de ese antipatriótico designio. Además ha inmiscuido a nuestro país en la guerra de Ucrania e invitado nada menos que al hipercorrupto Volodimir Zelenski a su ceremonia de asunción presidencial. No sólo eso: con su indigna sumisión colonial convalida la presencia de la OTAN en las Islas Malvinas, deja de lado el reclamo por nuestra soberanía sobre esa parte del territorio nacional, compra aviones F-16 desechados por la OTAN y paga un precio exorbitante por ellos, guarda silencio, como Washington, ante el genocidio del régimen sionista en Gaza y traslada la sede de la embajada argentina en Israel a Jerusalén, donde sólo Estados Unidos, Papúa Nueva Guinea y Guatemala tienen allí radicada sus embajadas.

Dado todo lo anterior, ¿de qué “casta” estamos hablando? ¡Es la clase, no “la casta”! Lo que hay en la Argentina es un gobierno “colonial-fascista”, rabiosamente clasista, oligárquico, al servicio de las fracciones más concentradas del capital nacional e internacional y punto. Su mandato es enriquecer a los más ricos (“vengo a agrandar sus bolsillos”, dijo Milei con total desparpajo); aumentar la concentración empresarial liquidando a las pymes; organizar reforma laboral mediante la superexplotación de las clases y capas populares crecientemente pauperizadas durante su gobierno y practicar un lento y feroz genocidio –sin derramamiento de sangre pero igualmente mortífero– contra los adultos mayores, privándolos de sus medicamentos, atención médica y acceso a los insumos mínimos para una vida más que austera.

¿No constituye esto la figura de un delito: “abandono de personas” previsto en el artículo 106 del Código Penal, como lo recordara la sesión de días pasados la diputada Gisela Marziotta? Ese y no otro es el proyecto de los libertarios (una verdadera “elite de forajidos”, como Harold Laski denominaba a los elencos dirigentes del fascismo) que se han apoderado de la Argentina. Por eso cantan victoria, mientras siguen mintiendo como ningún presidente -repito: ninguno- lo hizo en la historia argentina. Los “forajidos” están de festejo y agrandados. Por ahora.

 

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