Jesús Puerta: El modo subjuntivo y los costos de mantenimiento del gobierno de facto

Compartir

 

Hay un conjunto de comentaristas políticos, algunos de ellos con lustre académico, otros con una larga trayectoria política, que conforma una especie de corriente de opinión que sostiene, con mayor o menor vehemencia y consistencia, las siguientes tesis: a) la actual situación (o sea, el gobierno de facto, el robo de las elecciones, la persecución política, la violación de la Constitución, etc.) se debe a que no se selló un pacto entre la oposición y el grupo gobernante, b) ese pacto podía tener varios niveles, podía ser de coexistencia pacífica, cohabitación, cooperación, respeto de espacios de poder (y negocios) obtenidos en todos estos años; incluso, se propuso que se le ofreciera una diputación vitalicia a Maduro, como se la concedieron a Pinochet en la “transición chilena”; c) la principal responsabilidad para hacer posible ese pacto, era de la oposición; es más, es ella la responsable de la situación actual. d) Para lograr ese pacto, hubiera sido conveniente otro liderazgo distinto al de la Machado. Incluso, se cuestiona que el candidato de la oposición se hubiera escogido por primarias, cuando pudo haberse hecho por “consenso”, con nombres más “potables” para Maduro y su combo. Eso habría logrado la unidad de la oposición, incluyendo la “oposición” de los partidos creados en virtud de decisiones judiciales de un poder judicial en manos del partido de gobierno. No voy a decir los nombres de los principales exponentes de estas ideas, porque el asunto no es personal. Solo me interesa, por ahora, centrarme en los argumentos.

A juzgar por la argumentación de estos defensores del “acuerdo y negociación”, hay unos supuestos conceptuales guiados (me parece) por un individualismo metodológico y un modelo de máxima racionalidad popperiano. Traduzco estos términos enredados de sociólogos a un lenguaje más accesible: “individualismo metodológico” se refiere a que se intenta captar la realidad a través de los individuos (o actores), y no a través de sistemas o totalidades, como podría hacerlo el marxismo, por ejemplo. La “máxima racionalidad” se refiere a que cada actor buscará maximizar sus beneficios posibles y minimizar sus pérdidas. Un modelo de máxima racionalidad posible es aquel donde cada actor haga lo más racional para obtener sus objetivos, haciendo posible cierto equilibrio entre ellos, donde cada uno obtenga un mínimo necesario sin afectar demasiado a los otros. Eso, entre los economistas, se llama el “óptimo de Pareto”, no porque sea un parapeto, sino porque así se llamó el economista italiano que inventó ese concepto.

De modo que la vía ideal, racional, deseable, era la de la negociación de la oposición con el gobierno. Para posibilitarlo, la oposición tenía que hacer varias cosas antes de las elecciones.  La oposición debía, en primer término, dejar atrás toda confrontación con el gobierno. Ochoa Antich llama a esto “dejar atrás la política del desafío” o “el extremismo”. Esto debía expresarse con decisiones, entre otras, quizás la más importante, que el candidato e, incluso, el liderazgo, fuesen aceptables para el gobierno. Se critica (y con toda razón) los graves errores de la oposición desde hace casi 24 años: la política golpista de 2002, abstencionista, inmediatista (“¡Chávez, vete ya!”, actualizado en “¡Maduro, vete ya!”), la cuasi insurrección de los años de gran agitación (2016 y subsiguientes), las guarimbas, la solicitud de intervención norteamericana. Esos errores garrafales se convirtieron en derrotas sucesivas e históricas, que dejaron su secuela en división, fragmentación y desmoralización.

Luego de este cambio de política y de elenco dirigente, la oposición debía garantizarle un pacto “de transición” que, incluso, pudiera incluir una diputación vitalicia a Maduro, la conservación de los negocios de todos, el perdón y el olvido a cualquier abuso o violación de derechos humanos, la conservación de sus jefaturas en las Fuerzas Armadas, ninguna averiguación sobre presunta corrupción. Todo eso había que garantizarle al grupo en el gobierno. También que el candidato fuera seleccionado por consenso con una figura que representara esa actitud de conciliación.

Esto sería lo que los gramáticos llamarían el pretérito pluscuamperfecto del subjuntivo (como en la canción de Karol G: “que hubiera sido si antes te hubiera conocido”; es decir, dicho con letra de bolero, “lo que pudo haber sido y no fue”. En otras palabras, una realidad paralela, o lo que se produciría si pudiésemos viajar en el tiempo y cambiar en el pasado muchas cosas. Y aquí viene una cantidad de conjugaciones de verbos en subjuntivo, el tiempo gramatical de los deseos, de los arrepentimientos, de los mundos paralelos. En primer lugar, que no se viniera de una situación de derrota histórica por la política del “gobierno interino”. O sea, borrar varios años de historia realmente existente. En segundo lugar, que los actores no hubieran sido los que fueron. Es decir, que vinieran, quién sabe de dónde, dirigentes conciliadores y potables, sin ninguna raya en sus menesteres de políticos. En tercer lugar, que las primarias, que lograron en la realidad dos cosas: unificar la principal porción de la oposición y darles un candidato respaldado por la gran mayoría de sus seguidores, no se hubiesen dado, sino que se hubiera seleccionado el candidato por consenso. Un consenso entre grupos y partidos que se culpaban unos a otros de la derrota, como suele ocurrir en las derrotas; pero, como es una realidad paralela, se ponen de acuerdo facilito y designan un líder. Pero, además, es necesario que esos actores “otros” se hubiesen acordado con el madurismo que, en caso de perder, mantendría todas sus posiciones de poder y riqueza.

Es claro que estos comentaristas necesitarían tres cosas para realizar sus deseos: una máquina del tiempo, unos seres de extraordinarias capacidades políticas venidos de otro planeta que no se hubiesen rayado con la cochina realidad y, por último y no menos importante, unas condiciones ideales de habla sacadas directamente de los libros de Habermas. O sea, unos diálogos en los cuales haya acuerdos perfectos sobre el uso del lenguaje, la forma de comprobar las afirmaciones hechas, una gran sinceridad y un respeto al derecho de cada quien de decir lo que va a decir. Pero, además, que todo lo que se diga en esos diálogos no roce la extrema sensibilidad de Maduro, Cilita, Jorge, Delci, Diosdado, Tarek, etc. Viajar en el tiempo para cambiar 25 años y pico de historia. O más para atrás. Cuando nació el primer adeco. O antes, cuando nació el primer caudillo a caballo.

La otra forma de lograr esto es que no seamos venezolanos. De hecho, los comentaristas políticos que proponen esta vía de negociación a estas alturas, después del robo de las elecciones, el gobierno de facto, las persecuciones, la violación de la Constitución (acaban de hacerlo de nuevo: el Presidente designó hace días al gobernador de Apure), se basan en las experiencias históricas de transiciones, tales como la chilena (de la dictadura de Pinochet a la actual democracia), Suráfrica (del apartheid a un presidente negro), los países del bloque soviético (URSS, Rumania, Polonia, etc.; hay para escoger), entre otras experiencias. Ojo: no estoy negando la relevancia de esas experiencias históricas. Incluso, reconozco que podrían inducirse, generalizarse, algunas orientaciones para ese proceso. Es más: la misma experiencia histórica venezolana brinda motivos de reflexión hoy en día.

¿Qué se puede generalizar a partir de las experiencias históricas? Muchas cosas. Sería difícil para mí resumirlas aquí. Solo mencionaré lo siguiente: los regímenes que han perdido legitimidad no pueden durar mucho tiempo basados en la pura fuerza, la amenaza o el miedo de la población. En algún momento, se pueden producir insubordinaciones, no solo de los civiles en rebelión, sino también de sus fuerzas armadas, policiales o represivas en general. Esa es la experiencia en la URSS y todo el bloque soviético. Es esa situación de crisis de legitimidad insostenible que se puede producir una negociación con la oposición, la cual puede llevar a distintos niveles de acuerdo. Los sandinistas perdieron las elecciones de 1990 y la Chamorro les cedió el control de las fuerzas armadas, aparte de todas las empresas, otrora expropiadas a Somoza, de las que se apropiaron algunos jefes sandinistas mediante aquella famosa “Ley de la Piñata”. Pero hay que considerar que el FSLN resistió una destructiva guerra durante más de diez años. La presión externa, en estos casos, aunque no definitiva, fue importante en el caso de Suráfrica para que el apartheid capitulara y accediera a darle poder a los negros, representados por una organización que había estado mucho tiempo en armas.

Por eso, una de las cosas en las que hay que pensar son las condiciones de viabilidad del madurismo realmente existente (o sea, este régimen actual de facto, represivo, inepto, corrupto) en el tiempo. Pienso que hay algunas muy claras: apoyo de fracciones importantes de la burguesía (la comercial importadora y la financiera principalmente); debilitamiento hasta la extinción política y hasta física de la oposición; acuerdos pragmáticos con EEUU; jugar al oportunismo geopolítico, con Rusia y China, los BRICS; control de daños en su propia militancia persiguiendo supuestos “culpables y traidores”, etc. Todo esto lo está haciendo el madurismo hoy para sobrevivir, lo cual revela que ya no tiene proyecto. Esto, además, significa que le costará cada vez más sostenerse únicamente con mentiras, represión, amenazas y miedo. La pérdida de legitimidad no implica únicamente pérdida de credibilidad, justificación y respeto; es pérdida de efectividad y eficiencia. En este punto estoy de acuerdo con la formulación general, cuasi matemática: hay que lograr que el costo de mantenerse sea mayor que el costo de salida. Por eso hay que desarrollar políticas para contrarrestar esas políticas de mantenimiento en el poder; para hacer que les cueste más mantenerse. La oposición se hará viable en la medida en que se anote éxitos en esos asuntos. Con paciencia y salivita.

Por otro lado, hay que estar claro en cuál es el objetivo. Hasta ahora, se ha planteado la restitución de la Constitución como horizonte, hacia el cual hay que dar pasos como la libertad de los presos políticos, conquistar la libertad de expresión y asociación sindical y política, las reivindicaciones de los trabajadores, como el sueldo y otras. Las democracias constitucionales siempre se sostienen en virtud de un pacto entre varios factores, políticos, sociales y económicos. Pienso que es obvio que el chavismo (en todas sus variantes) debería seguir siendo un actor en la futura democracia. Así como la izquierda y la derecha.

La página no se ha pasado.

 

Traducción »