A principios del siglo pasado, surgieron voces dirigentes en América Latina que, por distintas circunstancias, coincidieron y sostuvieron una relación personal y epistolar que derivó luego y muy luego en vínculos fraternos y propósitos comunes, e, igualmente, en roces y confrontaciones, a veces, legendarias. Quizá por la enorme trascendencia de la revolución mexicana y la reforma universitaria de Córdoba, o el inicial y resuelto impulso de la Internacional Comunista que suscitó fervores y rechazos, cobró fuerza una dimensión continental absurdamente abandonada después de la épica independentista, tendiendo puentes que perfeccionaron el ideario democrático, luchando por las libertades públicas violentadas por caudillos y caudilletes que ya no cupieron en el marco de una creciente y, a lo mejor, irresistible modernización.
En el marco de las contradicciones que acarrea todo proceso histórico de transformación social, aparecieron aquéllos jóvenes referentes de variado credo ideológico que trascendían las fronteras. Por supuesto, hubo amistades y enemistades cultivadas por décadas, casi absolutamente contemporáneos respecto a su formación académica y política, acumulación de experiencias, y la celebración o el lamento de los triunfos y fracasos que le concedieron madurez para el ejercicio de las responsabilidades públicas.
Nada casual, es en la presente centuria que Venezuela no conoce de vínculos semejantes respecto a los actores políticos de un vecindario inmediato de millones de kilómetros², a menos que se tengan por tales, en el campo opositor, las relaciones efímeras que una determinada coyuntura ha forzado; o, en el oficial, el turismo dizque doctrinario de una vasta clientela multinacional obligada a pasar por Caracas, ideados y subvencionados grandes eventos de escritores o juventudes de marca soviética, y hasta conciertos a lo Miguelito Jagger en la Cuba de tantas ruindades. A modo de ilustración, hoy lucen irrepetibles las afinidades que el tiempo profundizó entre el chileno Eduardo Frei Montalva, el uruguayo Juan Pablo Terra y el venezolano Rafael Caldera; o las distancias que cobraron el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, el chileno Salvador Allende y el venezolano Rómulo Betancourt; por cierto, encuentros y desencuentros de un liderazgo decidido, paciente y acreditado que no tienen comparación alguna, una vez en el poder, con las ingenuas hermandades decretadas por Chávez Frías con Castro, Lula, Evo y todo aquél que lo recibiese y resistiese la fatigante verborrea para toda ocasión.
Por las consabidas condiciones y situaciones que todavía atravesamos en este lado del mundo, referidos a la oposición, con honrosas excepciones, nos hemos aislado de aquellos novedosos movimientos sociales, políticos y culturales de otras latitudes; no existe una adecuada proporción entre la dirigencia de un forzado exilio y el resto de nuestra diáspora mayoritariamente honesta, sacrificada y trabajadora. Valga acotar, tampoco nexos personales del liderato emergente transocéanico, independiente de todo trámite o diligencia de una ONG.
En días pasados, nos conmovió el testimonio de una reiterada solidaridad proveniente de nuestro querido Uruguay: los paisanos supieron de las precisas reminiscencias de Daniel Radío, médico que fue diputado por el departamento de Canelones y ahora ocupa una alta responsabilidad pública en su país (Daniel Radío; Nos duele Venezuela). Tiempos de una comprometida militancia juvenil, lo conocimos en la Caracas de finales de los ochenta, donde se residenció por un breve tiempo debido a las tareas internacionales que tempranamente desempeñó; agreguemos, conoció con exactitud al país del Caracazo y lo recordamos en una reunión de la dirección nacional juvenil socialcristiana en la que analizamos a profundidad el dramático instante que se ha extendido ya por décadas, renunciando a asistir a los actos del bicentenario de la Revolución francesa de mediados de año que algún alboroto produjo.
Desde la curul, o fuera de ella, la sensibilidad del paisano Radío, como lo podemos calificar, demuestra la hondura de sus limpias convicciones, la medida de su coraje, y, al mismo tiempo, la ventaja de una precoz vocación política que fue parte de una tradición -por estas extensas comarcas- tan necesaria de recuperar. Habla más de las vivencias, esfuerzos y sacrificios compartidos de real significación y compromiso que de una mera faceta de las relaciones públicas que dice ejemplificar la política al ritmo de las redes digitales.
Siendo temporalmente estelares otros escenarios exteriores en esta ya larga lucha por la libertad, los venezolanos residenciados en el gran país del sur, tuvieron y tienen la suerte de contar con el paisano Radío. Los transterrados de noble corazón en Uruguay o cualesquiera lugares del mundo, cuentan también con interlocutores de una nobleza extraordinaria.
@luisbarraganj