Jesús Puerta: Antes y después del 28J

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El 28 de julio pudo haber sido una fecha feliz. Se conmemoraban varias cosas: el cumpleaños de mi nieta, por ejemplo. Casualmente, también era el de Chávez. En fin, pudo haber sido una fecha refrescante. La noche de ese día difícil, mucha gente recorrió las calles, tocando cornetas y pitos, celebrando, algunos en atronadoras filas de motos, llorando de alegría después de conocer los resultados de algunas mesas de votación. Recuerdo que le pregunté a gritos a una pareja joven en su “caballito de hierro” cuál era el motivo del jolgorio y de dónde venían en caravana: “¡ganamos! ¡Hemos ido por toda Valencia! ¡Ganamos en todas partes!” gritaron. Tomé con reservas la información en medio de aquella algarabía multitudinaria. Sospeché. No sé de qué, pero sospeché.

Entiendo que se escogió esa fecha para las elecciones en los acuerdos de Qatar y Barbados. La propuesta la hizo el gobierno, con intención obvia de celebrar el cumpleaños de Chávez. Posiblemente el gobierno intentaría revivir la identidad chavista, ya venida a menos. Cuando vimos un spot publicitario, en el cual se revivía el entusiasmo juvenil de aquella pieza de ska de un grupo español “Chávez, corazón del pueblo”, me hizo pensar en eso. Aunque, en realidad, quienes recordarían eso, con nostalgia cuasi eufórica, tendrían que ser los miembros de una juventud que ya tiene 40 años. Los menores de esa edad ya no tienen esas referencias. La chica haciendo un corazón con las manos fue sustituida en la publicidad del candidato-presidente, por la figura de un Superman bigotudo, que le teme a unas actas como el original le teme a la kriptonita, que lleva una Biblia en las manos, una de ellas con el guante metálico de Thanos (sí, el de “los Vengadores”), que invoca un vengativo Jehová, cuya mano gigantesca tinca a sus enemigos, enviándolos a un cráter de Naguanagua (o de la Luna; es igual).

Ahora, el 28 de julio de 2024 pasará a la historia como el día de la infamia y, para algunos, de un incómodo recuerdo: fue el día de unas elecciones robadas, una burda maniobra que caricaturizaba las funciones del Poder Electoral y, prácticamente, un golpe de estado contra la Constitución. El día en que muchos miembros de mesa, chavistas pero no tramposos, tuvieron que esconder el acta de su mesa de votación. El día que no se puede borrar. Los historiadores futuros hablarán de la fecha como el umbral de la transformación de una democracia deformada por la corrupción y el autoritarismo, en una dictadura simple, más militar que civil, con sus mismas mentiras y atrocidades. Las comparaciones con el ascenso al poder de Hitler o Mussolini caerán por obvias.

A pocas horas, tal vez pocos minutos, de aquella lectura televisada y mentirosa de unos resultados, al parecer escritos amorosamente en un rollo de papel, sin respaldo de actas, sin cumplir con las auditorías y revisiones de ley, se desató la Protesta popular, un gran estornudo social, la expresión de una frustración y una indignación desbordada y justa. Aparecieron los magníficos e iconoclastas adolescentes, con la audacia que dan los pocos años, suficientes para entender la ofensa colectiva y pasar a la acción sin pensar demasiado. Una juventud que se debate entre la migración, las frustraciones de su carrera o trabajo, el rebusque y el suicidio. Expresión genuina de la rebeldía del pueblo. Moléculas que no reparan en qué se llevan por delante en su rápida trayectoria. Igual que el 27 y 28 de febrero de 1989, que muchos invocan, incluidos los que hoy son responsables de lo reportado en el último informe de la Misión de determinación de hechos en Venezuela de la ONU: “… información sobre la detención de 158 niños y niñas (130 niños y 28 niñas) después de las protestas, que fueron acusados de graves delitos como terrorismo, un fenómeno que la misión no había identificado anteriormente. En algunos de los casos registrados fueron niños y niñas detenidas con discapacidad… en algunos casos permanecieron recluidos en prisiones comunes, sin que se respetara la separación por edad o género (lo cual…) puso a los niños y niñas en una situación de especial vulnerabilidad (…algunas niñas…) en ocasiones fueron sometidas a vejaciones sexuales, mientras permanecieron detenidas junto con adultos hombres”. Y páginas más adelante, se constata la generalización de la práctica de “…negar a las personas detenidas el derecho a la libre elección de abogado, imponiéndoles la defensa pública (…) Los defensores públicos se inhibieron de prestar una asistencia legal adecuada (…) por temor a represalias o por directivas expresas al interior de la Defensa Pública”. No, Rafael, no los mandaron a la escuela porque, además, las escuelas están en ruinas y el ingreso de los maestros también.

El 28 de julio se derribaron algunas estatuas. Esa fue la celebración popular del cumpleaños del Líder. Expresión de la indignación generalizada ante el atroz arrebatón de la voluntad popular. Elevarle una estatua a alguien es un acto simbólico con múltiples significaciones. Por un lado, el usual, es expresión de la oficialización de un culto, de la institucionalización de una admiración que, primero, pudo haber sido espontánea, pero que, cuando se expresa en piedra, ya tiene la sanción del poder. Por eso Alí Primera aludía a la otra significación de las estatuas. Como cuando cantaba a las estatuas de Bolívar en las plazas: te hacen una estatua para constatar una y otra vez que estás bien muerto, pétreo, inmóvil, congelado en una expresión que quiere ser épica, caricaturizado. Ahora, derribar una estatua, es casi el ritual, el acto espontáneo, de los pueblos, cuando quieren significar el fin de una opresión repudiada. La iconoclastia se repite cuando caen las estatuas de Lenin, Somoza, Stalin, Franco, Hitler, Gómez, Ceausescu, etc.

Ningún proceso histórico deja de tener continuidades y discontinuidades. Es difícil decir: en tal fecha comienza la modernidad, el renacimiento o, incluso, la independencia. Claro, hay actos solemnes que tratan de marcar el tiempo, indicando la necesidad de una repetición ritual en la posteridad: la firma de un acta, de un armisticio, de una capitulación. Depende de la escala y del interés de la observación y el análisis. El 28 de julio puede comprenderse como una fecha límite, el punto de inflexión, de un proceso por el cual una democracia se fue convirtiendo en una dictadura, una cruel decepción popular, una farsa. Sabemos que ha habido (y sigue habiendo) todo un proceso histórico, con diversos actores y episodios muy diferentes, pero que, visto en su conjunto, dibujan una lamentable trayectoria.

Es difícil determinar el mecanismo causal, el cómo el devenir adquirió esta forma. Trotsky bromeaba ante los que le preguntaban, asombrados, cómo había sido desplazado del poder, y explicaba que este no era un objeto que se pierde en un ajetreo, un reloj o un cortaúñas. Hay cientos de factores trabajando, muchas veces en silencio, inadvertidamente, para llegar a este punto. En Venezuela, por ejemplo, es discutible si esta conversión fue debida a una serie de reacciones sucesivas (respuesta a golpe de estado, paros generales, movilizaciones caóticas, violencia insurreccional, decenas de conspiraciones, maniobras en el extranjero, peticiones de intervenciones norteamericanas) o por la dinámica (diría Aristóteles) que lleva al acto, la potencia (ideología totalitaria, liderazgo carismático sin convicción política, ignorancia, ineptitud, actitud brutal de quien solo sabe obedecer o mandar). En todo caso, habría que quitarle la interpretación moral de los hechos, que termina sustituyendo estos por aquellas (Nietzsche), para sustituir la culpa por la responsabilidad, o enmascararla en el entramado de las causas, los efectos y los azares. Tal vez habría que ensayar un enfoque sistémico, hasta para protegerse de que le toquen a uno la puerta.

Lo cierto es que la memoria del 28 de julio se llenará irremediablemente de estos acontecimientos lamentables, dolorosos, indignantes. Lo único que, a mí particularmente, podrá aligerar un poco su carga nefasta, será el cumpleaños de mi nieta.

 

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