Gloria Cuenca: Alumnos, discípulos y maestros

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Me dediqué a la docencia con pasión y casi diría, con obsesión. Mi afán de enseñar, de transmitir a los alumnos, jóvenes estudiantes de Comunicación Social, primero Periodismo, era el objetivo; parecía no tenía fin. La paz llegaba, cuando al examinar los trabajos el día del examen, me daba cuenta: lo transmitido había sido captado. En cambio, ocurría el desastre, cuando en el examen, a la misma pregunta, varios respondían equivocados de igual manera. ¿Se habrán copiado? Primera interrogante que hacía y luego a auto cuestionarme: no entendieron lo que dije, o lo captaron mal. ¿Por qué no preguntaron? La siguiente clase, era una tortura: descubrir sí, habían sido ellos o yo, la del fallo. A veces fui yo. Otras ellos y hubo hasta quienes se copiaron mal.

Al buscar en el diccionario la palabra alumno, encuentro, que el origen etimológico de la palabra es “alumnnus”, del latín. Significa: “persona criada por otra”. ¡Que compromiso! No pretendo ¡Líbreme Dios! atribuirme ese mérito. Desvelos, enfermedades, dudas, gastos, mortificaciones y demás, corresponden a los padres, generalmente. Sin embargo, los profesores, en efecto, cuando amamos la docencia, de alguna manera establecemos una conexión. Diría el Dr. Antonio Pasquali: una relación. ¿Parecida a la de padres e hijos? Puede ser. Sin duda en algunos momentos la relación efectivamente, hace que el alumno/a ocupe el lugar del hijo/a. (Por supuesto, cuando hay empatía de parte del profesor, principalmente) Mientras el estudiante avanza progresivamente, se enriquece la relación. Los profesores nos acercamos a los jóvenes de manera natural y espontanea. Hay estudiantes que se quedan en la mente y el corazón. Otros desaparecen, para siempre.  Algunos reaparecen; otros, nunca dejan de estar cerca. Es una relación maravillosa, incomparable y nutritiva, cuando el profesor/a estima a sus estudiantes, y ellos conscientes de eso, demuestran que algún día serán mejores que sus profesores. Es ley de la docencia. Muchas veces se olvida. De gran significado para todos nosotros, dedicados a enseñar la mayor parte de la vida. Resulta un agravio incomprensible, observar a profesores que denuncian a sus alumnos y hasta llegan a expulsarlos por haber participado en la gloriosa jornada del 28 de julio. Es una desvergüenza para profesores y maestros. Existen además, los discípulos. Otro nivel en el proceso de enseñanza-aprendizaje. El discípulo es “la persona que sigue al Maestro”. El profesor, pasa a ser Maestro, con lo que esto implica. En esa relación complementaria se conjuga el saber, la inteligencia, el afecto y la confianza, entre otros aspectos que enriquecerán el mutuo conocimiento. Empieza un intercambio, entre quien un día fue profesor, y ahora, empieza a ser una especie de compañero de conocimientos, para pasar después a ser, seguidor del Maestro. Lo que describo, lo he vivido. Sin duda, soy afortunada. Tuve dos grandes Maestros, inicialmente, mis padres. A ellos debo buena parte de lo que soy. Mi padre, lamentablemente, partió muy joven, sin dar tiempo a realizar plenamente el intercambio de conocimientos que necesitaba. No obstante, siempre se comportó como Maestro. Transmitiendo, enseñando para que la vida compleja y difícil, no resultara tan abrumadora. ¡Gracias a Dios! con mi madre, tuve la oportunidad de llegar hasta el fin. Su conocimiento, sus experiencias y vivencias; los dolorosos aprendizajes y sus magníficos logros. Abogada, Doctora en Ciencias Políticas, Licenciada, en Educación y Magna Cum Laude, docente excepcional; culta, inteligente, bella; las charlas con ella eran siempre significativas, densas, de comprensión y análisis para una enseñanza clara, transparente y maravillosa. La cultura y profundidad de sus pensamientos, iban a la par de la serenidad, la convicción y la humildad con que ella los exponía. Enemiga acérrima de la mentira, la manipulación y la vanidad: un ejemplo, imposible de eludir en la vida cotidiana. Su carácter, su tolerancia, su capacidad de entender y comprender iba más allá de todo lo inimaginable. Madre, Maestra, enseñante, amiga, compañera; fue y es, una inolvidable experiencia su gran comprensión y su grandeza como madre. Sus referencias, sus citas, sus consejos y decires, imposibles de borrar de mi alma y mi pensamiento. ¡Qué afortunada he sido! Cómo si fuera poco, hubo tres grandes maestros que conocí en la vida universitaria: el primero, el Dr. Joaquín Gabaldón Márquez. Culto, docente a carta cabal, con una ética a toda prueba, generoso con sus conocimientos. Sustituyó a la muerte de mi padre la necesidad que tenía de él, al acompañarme en la dura y compleja carrera universitaria, que tuve que enfrentar. Jamás lo olvidaré. No dejaré de agradecer la grandeza de su alma y sus importantes consejos. Luego, está el Dr. José Ramón Medina, profesor de gran estima. Generoso, solidario y comprensivo. Al momento que más lo necesitaba, obtuve de él: consejos, solidaridad y compromiso. Imprescindibles en aquella dura circunstancia que debía enfrentar a mis pocos años. Finalmente, el admirado y nunca suficientemente ponderado, Dr. Raúl Agudo Freytes. Primero, duro, crítico, cuestionador, hasta que se dio cuenta de mi seriedad para el trabajo, y se transformó en un maravilloso consejero en medio de la tormenta que  vivía en la universidad. ¡Ah, como los recuerdo y añoro siempre! Mi agradecimiento eterno. En estos días complejos para el país y la universidad, ¡Qué falta hacen los Maestros! Los jóvenes de hoy deben buscar  referencia de los magníficos profesores y en los ejemplares Rectores auténticamente educativos, cuya existencia  conduce a la verdad. Al lado de esto: ¡la vergüenza! Un Rector que acusa a sus alumnos con la policía. ¡Qué falta de hidalguía y humanidad! Ser  “soplón” de los propios estudiantes, no se había visto jamás en este país, que yo recuerde, ni en los peores momentos de otras dictaduras. ¡Qué acto, desagradable e innoble! ¡Dios nos ampare y proteja a nuestros hijos y nietos!

 

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