Siento la necesidad de hablar de la sociedad que se puede construir después de la tragedia que estamos viviendo actualmente, con el resquebrajamiento de los caducos conductores de masas (Lula, López Obrador, Kirchner, Petro) de sus fracasadas ideas y con la aparición de un refulgente y novedoso liderazgo en este mundo latinoamericano en ebullición, después de los sempiternos apagones de las libertades. Cómo dice Rosalía, cantando a los Chunguitos, “Si me das a elegir”.
Si me das a elegir entre tú y la riqueza
con esa grandeza que lleva consigo, ay amor
me quedo contigo
Si me das a elegir entre tú y la gloria pa’ que hable la historia de mí
por los siglos, ay amor, me quedo contigo
Si me das a elegir entre tú y ese cielo
donde libre es el vuelo para ir a otros nidos, ay amor
me quedo contigo
Si me das a elegir entre tú y mis ideas, que yo sin ellas
soy un hombre perdido, ay amor me quedo contigo
Si puedo elegir ¿con cuáles de los atributos de país me quedaría?
¿Cuáles serían aquellos rasgos y esencias que añoramos, que nunca las hemos vivido o que simplemente quisiéramos restaurar en nuestra memoria?
La primera idea que se aposenta en nuestra mente es vivir con confianza, en nosotros y en los otros, tal como dice Francis Fukuyama, si no existe confianza en el género humano, en sí mismo, el mundo podría desaparecer.
“Confianza es la expectativa que surge en una comunidad con un comportamiento ordenado, honrado y de cooperación, basándose en normas compartidas por todos los miembros que la integran. Estas normas pueden referirse a cuestiones de ‘valor’ profundo, como la naturaleza de Dios o la justicia, pero engloban también las normas deontológicas como las profesionales y códigos de comportamiento”. Sin un esfuerzo de colaboración no hay confianza en lo que somos o podemos ser, en la cultura que nos envuelve, es vivir en un limbo sin referencias ni limites, donde el mañana se torna difuso. ¿Qué será mañana? es la pregunta que surge, podemos vivir, crecer y educar a nuestros hijos, crear propiedad, podría el país brindarnos esa seguridad. Si los venezolanos nos atrevemos a medir el nivel de confianza que nos ha movido hasta hoy, el resultado quizás sería muy peligroso, vivimos sin confiar. Por ello es imprescindible pensar en cómo traer la confianza a nuestras vidas.
La segunda clave imprescindible es confiar en la existencia de la ley, ser gobernados por la ley y no por los designios ideológicos o el poder sin frenos de algún grupo o liderazgo. Como nos dice Rafael Quiñones:
“Las sociedades libres se construyen por un complejo andamiaje de reglas e instituciones, tanto a nivel vertical como horizontal, tanto alrededor del Estado como alrededor de los individuos sometidos a su poder, para asegurar de estos últimos el mayor nivel de libertad que puedan disfrutar sin aplastar la de sus coetáneos, y que la función del Estado de evitar que la libertad de algunos individuos aplasten a los otros se convierta en tiranía y corrupción. Una sociedad débil institucionalmente, llámese Lucánida o Venezuela, genera tanta falta de cooperación entre los ciudadanos para fines comunes como autoritarismo y corrupción en el uso del poder político. Sin reglas y mecanismos para asegurar la vigencia de las instituciones, tanto para contener el poder bruto del Estado como las interacciones de los individuos, la libertad muere y la miseria prospera. Las élites venezolanas, ya sea por su incompetencia en crear instituciones libres o su deseo de crear instituciones políticas y económicas extractivas que les beneficiaran exclusivamente, creyeron que el ciudadano promedio era un tarado culturalmente. Y si la ciudadanía era tarada tanto para ejercer su libertad en lo político, económico y social, era necesario imponer un uso autoritario del poder político para evitar que la sociedad se desintegrara”.
Es la existencia del Estado de Derecho que oxigena las relaciones entre las personas y de ellas con los que gobiernan. La tercera cosa que se desprende de las dos primeras es aspirar a vivir en una sociedad donde prive la libertad en todos los planos, en la posibilidad de decidir, pensar, en nuestras preferencias, rasgos culturales y éticos, los que aceptamos o rechazamos.
Vivir en un ambiente que merece nuestra confianza en el mañana, en el hoy y reconocer la existencia real de una Estado de Derecho es una gran aspiración. Sin embargo, afloran otros afanes insustituibles, creer en nuestras capacidades, depender absolutamente de lo aprendido y en la oportunidad de mostrar el ser capaces de aportar valor en todo aquello que participamos. Recibir la recompensa por las cosas útiles que hacemos, ideamos o construimos y no solo por ser un número del conjunto de habitantes. Reconocer la existencia de lazos estrechos entre los logros que podemos obtener y nuestros esfuerzos, los cuales a su vez dependen de las capacidades que hemos atesorado, aprendido y experimentado.
El reconocimiento del individuo, de la persona humana como eje responsable de la construcción social, es opuesto a los hiperpresidencialismos y los estatismos totalitarios. Se trata de construir un tejido de redes institucionales, portadoras de reglas de juego aceptadas cultural y jurídicamente en la existencia del individuo responsable como eje de la dinámica social. Según Acemoglu y Robinson en su famoso texto ¿Por qué fracasan los países?:
“El éxito o fracaso de los países está determinado por las instituciones que la sociedad construye y cómo éstas condicionan la forma en que se produce y distribuye la riqueza. Lo anterior implica descartar teorías que sustentan que el desarrollo o subdesarrollo de los países se debe a factores tales como su localización, cultura, clima, entre otras características de los países.
Se entiende por instituciones como las reglas del juego que condicionan el comportamiento de los seres humanos y de la sociedad en su conjunto. Acemoglu y Robinson las clasifican en dos grandes ramas: instituciones extractivas e instituciones inclusivas, las cuales a su vez se dividen en políticas y económicas.
La característica principal de las instituciones extractivas es permitir a las élites sustentar su riqueza y poder político en la extracción de rentas de la sociedad. Éstas funcionan a partir de instituciones políticas que impiden la representatividad e inclusión de la sociedad en el quehacer del Estado; es decir, se trata de un Estado antidemocrático que actúa a favor de una pequeña élite. Las instituciones económicas extractivas tienen como principal fuente de ingreso la extracción de rentas de la sociedad bajo el amparo del Estado, que lo permite y lo promueve, impidiendo la innovación y la destrucción creativa.
Las instituciones políticas inclusivas se caracterizan por ser democráticas, pluralistas y contar con una división de poderes; es decir, permiten a la sociedad formar parte de las decisiones del Estado. Las instituciones económicas inclusivas se sustentan en mercados competitivos, que crean incentivos para generar innovación y destrucción creativa. Ambas instituciones impulsan la distribución de la riqueza y del poder político”.
Reconocer la primacía del individuo responsable es una referencia a deberes, obligaciones, toda aquella gama de ideas y acciones esenciales en la definición de cuál es el rumbo de la sociedad.
El ejercicio de la responsabilidad marca el espectro de derechos que muchas veces defendemos sin haber asumido la tarea de generar el contexto, las condiciones y las obligaciones que posibilitan su existencia, más allá de los otorgados por nuestra pertenencia al género humano.
La aspiración sería entonces una sociedad donde prevalezcan los equilibrios, donde cada una de las regiones de la vida social ejerza el poder que le corresponde y actúen en un intercambio justo de aspiraciones particulares y generales.
En resumen y sin romanticismos, aspiramos a una sociedad donde vivamos con la confianza de haber elegido el sitio donde queremos estar, bajo el imperio de la ley y en plena concordancia con las capacidades racionales y espirituales que hemos logrado atesorar.
Estas claves que hemos enumerado y fugazmente descrito no forman parte de un sueño incumplible, prefiguran todo aquello que podemos lograr si privilegiamos nuestra existencia como un tiempo único para lograr la aspiración que persiguen las religiones y las ideologías: simplemente ser felices y mejores seres humanos. En realidad, no se trata de nada descabellado.
Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad humana. Albert Einstein.