Es un tema de particular interés para quien escribe, el estudio del evolucionismo porque permite comprender ciertos aspectos de la existencia. La suposición de que los factores biológicos intervienen decisivamente en el desarrollo humano conserva su vigencia en la ‘etología’, disciplina que estudia el fundamento evolucionista de la conducta y el influjo que las respuestas evolucionadas tienen en la supervivencia de la especie humana y su desarrollo.
Sus orígenes se remontan a Charles Darwin; pero la etología moderna se inspira en los trabajos de Konrad Lorenz y Niko Tinberg, dos zoólogos europeos cuya investigación con animales puso de manifiesto algunos nexos importantes de los procesos evolucionistas con la conducta adaptativa.
La suposición principal es que los miembros de todas las especies animales nacen con varias conductas “biológicamente programadas” que son:
1. Producto de la evolución.
2. Adaptativas en el sentido de que favorecen la supervivencia.
Muchas especies de aves, por ejemplo, parecen que nacen con una preparación biológica que les permite ejecutar conductas instintivas como seguir a su madre (respuesta llamada ‘impronta’ que sirve para proteger a la cría contra los depredadores y garantizar que encuentre alimento), construir nidos y cantar. A Konrad Lorenz se le atribuye el haber descubierto el proceso de “improntación” en sus experimentos con gansos, en los cuales lograba que los siguieran a él y no a su madre. Se cree que las características biológicamente programadas han evolucionado mediante el proceso darwiniano de selección natural: A lo largo de la evolución las aves con genes que favorecen estos comportamientos adaptativos tenían mayores posibilidades de sobrevivir y de transmitirlos a sus crías que las que carecían de ellos. A través de muchas generaciones, los genes de las conductas más adaptativas se generalizaron en la especie, caracterizando a casi todos sus miembros.
Los etólogos se concentran en las respuestas innatas o instintivas que:
1. Comparten todos los miembros de una especie.
2. Pueden distinguirlos por vías evolutivas semejantes.
¿Dónde buscar ese tipo de conductas y estudiar sus efectos en el desarrollo? Los etólogos prefieren estudiar los animales en su entorno natural, convencidos como están de que las conductas innatas moldeadoras del desarrollo humano (o animal) se identifican y se interpretan más fácilmente al observarlas en el hábitat donde evolucionaron y han favorecido la supervivencia. Algunos etólogos que estudian al hombre, como el caso de John Bowlby, piensan que el niño muestra diversidad de comportamientos preprogramados. También que todas ellas favorecen un tipo especial de experiencia que ayudará al individuo a sobrevivir y alcanzar un desarrollo normal. Por ejemplo, el llanto del niño sería una “señal de sufrimiento” programada biológicamente que atrae la atención de los cuidadores. No sólo el niño está biológicamente programado para indicar su sufrimiento con llanto fuerte y estruendoso, sino que según los etólogos también los cuidadores tienen cierta predisposición biológica para reaccionar ante tales señales.
Así pues, el valor adaptativo del llanto garantiza que:
1. Se satisfaga sus necesidades primarias (hambre, sed, seguridad).
2. Que tenga suficiente contacto con otras personas para establecer apegos emocionales básicos (Bowlby).
Aunque los etólogos critican a los teóricos del aprendizaje por prescindir de las bases biológicas del desarrollo humano, reconocen que éste no se da sin el aprendizaje. Así, el llanto del infante puede ser una señal innata que favorece el contacto humano a partir del cual se realizan los apegos emocionales. Pero no ocurren en forma automática. Antes debe aprender a discriminar los rostros conocidos y los de los extraños para poder establecer un vínculo afectivo con el cuidador. Se supone que el valor adaptativo de este aprendizaje discriminatorio se remonta a un periodo de la historia de la evolución en que las personas se desplazaban en tribus nómadas desafiando los elementos.
Algunos etólogos piensan que los 3 primeros años de vida son un periodo sensible para que adquieran la responsabilidad emocional y social (Bowlby). Para la etología, el infante es una criatura intrínsecamente sociable y capaz de iniciar y mantener interacciones sociales desde el día en que nace. Esta perspectiva contrasta con la de los conductistas, que describen al recién nacido como una tabula rasa. Para un etólogo, las personas han evolucionado en formas que las predisponen a aprender y expresar motivos sociales, entre ellos el ‘altruismo’ que contribuye al bien común y que nos permite vivir y trabajar en armonía. A nuestro criterio, la cantidad de elementos que consideramos culturales puede ser muy amplia, mas todo elemento asumido como cultural posee un trasfondo, de carácter biológico, que induce su perpetuación, si es necesario o considerado beneficioso para la preservación de la especie.
Filósofo, psiquiatra y escritor – alirioperezlopresti@gmail.com – @perezlopresti