Jesús Puerta: El chip

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Releyendo el manual de propaganda política de J. M. Domenach (ampliamente recomendable; se consigue en Google), me doy cuenta de que hay cierta complementación entre las recomendaciones de Goebbles y las de Lenin. Eso no es un gran descubrimiento; no es nada del otro mundo. De hecho, esas indicaciones las han empleado y siguen haciéndolo todas las corrientes políticas desde principios del siglo XX y en lo que va del XXI. Lo único novedosos (y no tanto) son las redes sociales y la INTERNET que son solo otros canales técnicos de divulgación, al lado de la radio, la TV y el cine. La complementación a la que me refiero se da entre las reglas de la repetición y la orquestación, por una parte, y la conexión propagandística de cualquier evento o conflicto, por más local o reivindicativo que fuera, con el análisis social marxista, la lucha política y el conflicto de clases.

La regla de la repetición se expresa en el famoso aforismo goebbelsiano de que “una mentira repetida mil veces, se convierte ante las masas en una verdad”. La orquestación se refiere a presentar la misma idea de mil maneras posibles, dicha por varios voceros, con retóricas diferentes, sencilla o retorcida, bonita o brutal. En cuanto al lineamiento leninista, de vincular con la lucha política y de clase, cualquier rollo local, doméstico o entre obreros y sus patronos, funciona con sentido polarizador y simplificador de la realidad, para reducirla a buenos (nosotros) y malos (ellos), como también aconseja Goebbels.

Lo que tal vez uno podría agregar, ya desde el punto de vista de la psicología conductista, es que esas prácticas de la propaganda política constituyen un programa de condicionamiento operante, como el que se aplica los perros para que saliven cuando escuchan la campanita, después de cientos de exposiciones a un pedazo de carne y al sonido metálico. La diferencia es que lo que se busca condicionar es la conducta de mucha gente, las masas, precisamente. Las masas no son solo un montón de gente; sino ese punto de la aglomeración en la cual ciertas funciones cerebrales individuales dejan de funcionar, por ejemplo, algunas inhibiciones y la reflexión. Es decir, esas prácticas de propaganda política pueden condicionar nuestros cerebros, si no estamos alertas ni desarrollamos una conciencia crítica que nos avise: “Epa, chamo, nos están manipulando”.

El complemento explicativo que aporta la neurociencia y la Inteligencia Artificial, es que el cerebro humano funciona como varias capas de redes hechas de neuronas interconectadas que, cuando la tecnología las imita, vienen siendo los chips, o sea, pequeños circuitos integrados. Para no caer en delicias técnicas que me enreden y enreden al lector quien es, como yo, lego en estas cosas, la cuestión es que el flujo de estímulos, en virtud de esas capas de redes, se convierten en patrones de conexión entre diversos niveles de neuronas. De modo que cuando hacemos alguna labor intelectual (yo cuando escribo esto, por ejemplo), en mi cerebro se producen ciertos patrones de conexión entre las capas de neuronas y entre estas mismas, diferentes a los que se presentarían si estoy viendo pornografía por INTERNET, cosa que ya yo no hago, porsia. En la Inteligencia Artificial, esos patrones de conexión entre neuronas (chips), se dan automáticamente. En nosotros funcionan otras cosas: los sentimientos, verbigracia. Tal vez la autonomía y la creatividad. No lo sé. En todo caso, no somos robots ni un sofisticado programa de IA.

Toda esta disquisición sobre los efectos psicológicos conductuales y la instalación de conexiones en el cerebro humano, viene a cuento porque he notado que hay ciertos chips, ante los cuales debemos estar alertas. Principalmente, para evitar que nuestro cerebro quede reducido a unos pocos esquemas de conexión, atrofiando todas sus potencialidades. Pero también, y no menos importante, para lo que ya dijimos en relación a la reflexión y el pensamiento crítico: para evitar ser manipulados sin darnos cuenta. Y si nos damos cuenta, no aceptar esa manipulación sin discutirla. Voy a hacer una pequeña e incompleta lista de algunos chips que se activan para enviar cualquier percepción a un patrón de conexiones que no siempre son adecuados para una mente reflexiva.

El chip del traidor: conecta cualquier comportamiento de tender puentes con el adversario, sea tomarse un whisky o mandarle saludos a la mujer, antigua condiscípula, con el pasaje evangélico de Judas quien, según la visión religiosa, es el más aborrecible y despreciable de los pecadores merecedores de la más atroz muerte (y vida después de la muerte). Hay que pasearse por el hecho de que hay otras versiones del hecho: los gnósticos, por ejemplo, se agarran de un “Evangelio de Judas” en el cual el personaje era el más cercano de los apóstoles y la entrega del Maestro fue plenamente consentida y hasta buscada porque, para esa creencia, la vida en esta Tierra es el infierno, lo cual es hasta razonable. También está la versión de “Jesucristo Superestrella” y la de Saramago: el tal Jesús agitó un avispero y no tuvo las bolas de encabezar, con toda esa multitud siguiéndole, una insurrección contra el invasor romano, lo cual, más que incomprensible para un sincero nacionalista judío, constituye una conducta aborrecible y hasta peligrosa para la causa.

El chip de la contradicción principal: Mao todavía rige las conexiones neuronales de algunas personas, a pesar de que en su tierra ya solo sirve de adorno en las plazas, mientras los que fueron sus enemigos son los que mandan. Se trata, además, en descargo del Gran Timonel, de una mala lectura. Mao nunca dijo que todos los conflictos que hay en una situación dada, debían ser absorbidos por la “contradicción principal”, hasta reducir la compleja realidad a un esquema binario, más parecido al planteado por el alemán nazi Schmitt (“enemigos vs amigos”), que a la sutil mente china. Sobre esto escribiré en otro momento. Cabe decir que, entonces, todo, absolutamente todo, incluidos el respeto a la soberanía popular, la democracia, la constitución, la honradez y la decencia política, el amor a mi mamá, etc., se subordina a esa “contradicción principal” que es, por supuesto, el “imperialismo norteamericano”. La simplificación cognitiva extrema y la amoralidad consecuente, lleva entonces, de paso, a no ver sino un solo imperialismo, y a justificar cualquier desmán o abuso, incluso la entrega a los otros imperios que empiezan a disputar el mundo, en nombre de la “solución de la contradicción principal”. Incluso, si le hablas al del chip con el tema de la necesidad de que se muestren las actas del 28 de julio y que se cumpla la ley en relación a la auditoría pública de los votos, te saltan, como impulsados por un fuerte resorte, con las fechorías de María Corina. Esto se conecta con el chip del terror, que comentaremos a continuación.

El chip del terror a Milei (o a Putin, Xi, los Castro, etc.): Este chip se activa y conecta las percepciones con los terrores infantiles a los fantasmas, las brujas, los espíritus dolientes vagando a solas, etc. Para la izquierda, Milei está detrás de todo enemigo de la “revolución”. Putin está detrás de Maduro para la derecha. Y por más que expliquemos que en la oposición hay de todo, desde nostálgicos de la hegemonía adecopeyana (o sea, socialdemócratas y socialcristianos), incluso socialistas (y hasta Marxistas- Leninistas: por ejemplo, los pedazos de “Bandera Roja”), hasta llegar a tecnócratas neoliberales y, sí, simpatizantes de Milei debido a la arrechera contra el peronismo, no logramos nada contra ese chip. Por otra parte, la relación de Maduro con Putin y Xi no está fácil tampoco, aunque sí: hay coqueteos y besitos volados. Estos son los “fantasmas”, en la misma onda del melenudo de Tréveris cuando hablaba del “fantasma” que agitaban los déspotas europeos en aquel año revuelto de 1848. Un fantasma, por ejemplo, es el neofascismo neoliberal, que a estas alturas ya es una etiqueta que, según el cristal con que se mire las cosas, igual sirve para caracterizar a un gobierno represivo, militar-policial, destructor del derecho laboral y de las instituciones, desde la escuela y el sistema eléctrico nacional, las universidades, los centros de salud, hasta los Poderes Públicos; como a la oposición, cuando se pone a pedir nuevas sanciones y armar emprendimientos locos de mercenarios, contra toda racionalidad política.

Y aquí llegamos a un chip fundamental, la neolengua, esa que, según Orwell, no deja pensar, porque va reduciendo el número de palabras de nuestro diccionario con cada nueva edición, para evitar el pensamiento crítico. En este sentido, para que Skynet (ver Terminator) no nos sustituya más temprano que tarde, es importante usar categorías de análisis para analizar las cosas y poner entre paréntesis todos nuestros chips. ¡Ah! Y además recordar que no se han publicado las actas, ni se han revisado en una auditoría pública, como manda la Constitución y las leyes, por lo cual respaldamos a Enrique Márquez en su recurso ante el TSJ para que se constate la inconstitucional de una sentencia que distorsiona toda nuestra institucionalidad, además de violar el artículo 5 de la Constitución, el de la soberanía popular.

 

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