Marcelo Colussi: Capitalismo, Antropoceno y destrucción del mundo

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Los expertos ya hablan de una nueva era geológica: el Antropoceno. Es decir: un período marcado por la acción humana que está cambiando radicalmente el medio natural. Lo está cambiando no en términos positivos, sino alterando en forma muy negativa las condiciones de vida del planeta, tanto que podrá hacer imposible la sobrevivencia de todas las especies vivas -el ser humano incluido, obviamente- si no se modifica el curso de los acontecimientos.

El mundo moderno surgido en el Renacimiento europeo, hoy completamente globalizado, que dio como resultado la actual industria, si bien obtuvo fabulosos resultados resolviendo ancestrales problemas de la humanidad, al mismo tiempo, por la forma en que la producción fue teniendo lugar, creó otros nuevos, hoy día ya altamente peligrosos. Es por eso que muchos expertos consideran que, desde mediados del pasado siglo, entramos en esta nueva fase geológica. Varios elementos contundentes lo indican: a) peligroso aumento en la emisión de gases de efecto invernadero negativo, b) alta presencia de elementos radioactivos en aire, suelo y tierra producto de la gran cantidad de ensayos de armas nucleares, c) acumulación impresionante de plástico no biodegradable, d) destrucción indiscriminada de la cubierta boscosa, todo lo cual está generando ya no un calentamiento global sino, tal como ahora se comenzó a decir: una “ebullición global”.

En otros términos: no hay “cambio climático”, como si se tratase de una espontánea y natural transformación en las condiciones geológicas, sino una catástrofe provocada por la acción humana ligada a la industria que produce en forma imparable, obligando a la población a consumir de la misma manera. Como símbolo de ese disparate en juego, ahí está la obsolescencia programada: elaborar mercancías para que, en un tiempo prefijado arbitrariamente por las empresas productoras, ya no sirvan y haya que reemplazarlas. La publicidad, desarrolla con técnicas de la más alta escuela, se encarga de promocionar las “novedades”, creando falsas necesidades, que terminan haciéndose casi imprescindibles. En tal sentido, quizá más correcto que Antropoceno sea decir: Capitaloceno: un momento de la historia marcado por la aparición del modo de producción capitalista.

En esa marea alocada de producción y consumo que generó el capitalismo -basado exclusivamente en la acumulación de capital, buscando que nunca descienda la tasa de ganancia- la destrucción de nuestra casa común, el planeta Tierra, está pasando factura a la humanidad. Los recursos naturales, es decir: la materia prima con la que se elabora la interminable cantidad de productos que llegan a diario al mercado, son finitos, se agotan. Y la basura que todo ese consumo trae aparejada, constituye hoy un problema de dimensiones gigantes, inexistente 150 años atrás cuando Marx escribíaEl Capital, crítica de la economía política. La reciente aparición de un nuevo virus, el SARS CoV-2, para el que la población planetaria no tenía defensas, ocasionando por tanto más de seis millones de muertes, es producto de esos descontroles.

La Organización Mundial de la Salud -OMS- lo había anticipado, y sigue mostrando el desastre en juego, con consecuencias sobre la salud humana. En palabras de su director, Tedros Adhanom Ghebreyesus:

“La historia nos muestra que no será la última pandemia. (…) La pandemia reveló los estrechos vínculos entre la salud de las personas, los animales y el planeta (…) Todos los esfuerzos para mejorar los sistemas sanitarios resultarán insuficientes si no van acompañados de una crítica de la relación entre los seres humanos y los animales, así como de la amenaza existencial que representa el cambio climático, que está convirtiendo la Tierra en un lugar más difícil para vivir.

En ese orden de ideas, la ahora ya finalizada pandemia de Covid-19 nos muestra varias cosas:

1. Que el Antropoceno (o Capitaloceno) es ya una realidad. La acción humana sin planificación, basada en el desmedido lucro empresarial, está haciendo estragos. Solo como ejemplo: las Islas Maldivas, en el Océano Índico, con sus 500,000 habitantes (actualmente un paraíso turístico… por supuesto no para los lugareños), están condenadas a desaparecer bajo las aguas oceánicas en un par de décadas si continúa la ebullición global y el consecuente derretimiento de casquetes polares y glaciares. Lo tragicómico es que sus habitantes no han vertido prácticamente un gramo de agentes contaminantes, porque en las islas casi no hay vehículos automotores ni industrias contaminantes, solo pescadores artesanales. El descalabro en la relación con el medio ambiente permitió la aparición de este nuevo germen del SARS CoV-2, y podrá seguir permitiendo nuevas catástrofes si no se cambia el rumbo. Solo una visión eco-socialista puede rectificarlo. Valga aclarar algo: la catástrofe sanitaria fue tremenda, pero la catástrofe social en juego es peor aún. En su momento álgido el Covid-19 llegó a matar 7,000 personas diarias, y ahora pasó la epidemia; el hambre sigue matando cada día 20,000 personas en el mundo, y esa “epidemia” no pasa. En el primer año de la pandemia, este insidioso virus mató 1,700,000 seres humanos; en ese mismo período, la siniestralidad laboral (por desidia de los empleadores, por sobreexplotación) mató 2,300,000. Hablemos seriamente de los desastres, de los evidentes (los fenómenos naturales, por ejemplo), y de los ocultos: el mismo huracán mata 3 personas en Estados Unidos y 10,000 en Haití o en Blangladesh.

2. El neoliberalismo, como nueva forma que ha ido tomando el capitalismo global, es un criminal atentado contra la humanidad. Con su prédica de hiper privatización de absolutamente todo, dejó los sistemas públicos de salud en total deterioro. La aparición de este nuevo virus se transformó en una peligrosa pandemia porque los servicios sanitarios privados no pueden atender una crisis sanitaria de tal magnitud. Cuba -aunque la prensa comercial no lo mencione-, con un planteo socialista de salud pública, pasó la pandemia en mucho mejores condiciones que las potencias capitalistas, al igual que los países que mantuvieron una estructura sanitaria estatal bien organizada: China, Vietnam, Noruega, Corea del Sur.

3. El capitalismo reinante en el mundo sigue siendo absolutamente injusto, egocéntrico y hedonista, desligado por completo de valores solidarios. Lo demuestra la forma en que se manejó la vacunación. Por un lado, las grandes compañías farmacéuticas hicieron de eso un increíble negocio, dejando de lado a las grandes mayorías de los empobrecidos países del Sur que no podían pagar gigantescas sumas de dinero. Además, el espíritu acumulador que generó este modelo hizo que potencias capitalistas acapararan dos, tres o cuatro veces más dosis de las necesarias, mientras que el Tercer Mundo languidecía, todo lo cual demuestra que, en este marco, estamos más cerca del exterminio masivo que de una verdadera comunidad de pueblos fraternos. La llamada cooperación internacional o los mecenazgos de poderosas fundaciones caritativas solo refuerzan la sumisión de unos y el poderío de otros.No olvidar nunca que cuando surge el primer proyecto de “ayuda” al desarrollo (la Alianza para el Progreso, de Estados Unidos, inmediatamente después de la revolución cubana de 1959), en los manuales de la CIA eso figuraba como “estrategia contrainsurgente no armada”. La caridad cristiana va en la misma dirección.

4. Los encierros provocados por la pandemia abrieron paso a una “nueva normalidad”, basada crecientemente en el llamado teletrabajo. Ahora bien: ese mundo digital que ya se abrió y parece sin retorno, de momento no favorece a las grandes mayorías. Trabajar desde casa ¿es un triunfo popular? ¿Cómo se formarán los sindicatos entonces? ¿O en la “nueva normalidad” eso ya no cabe? Parece que estamos cada vez más desconectados, aunque pasemos el día “conectados” a algún ingenio de inteligencia artificial. Las tecnologías digitales, fabulosas sin dudas, pueden servir para dar saltos en la historia; o también, como pareciera perfilarse de momento, para que los grandes poderes controlen más y mejor. “89% de los menores de 13 años posee un smartphone, y el 87% utiliza al menos una aplicación social regularmente. Esta inmersión digital les ofrece ventajas como el acceso fácil a información y conectividad, pero también plantea desafíos, como la tentación de la gratificación instantánea y la dificultad para mantener atención en un mundo lleno de estímulos digitales” (ADSlivemedia: 2024). Si la tecnología no está al servicio de los pueblos, si está solo al servicio del mantenimiento de la explotación y la hegemonía de una minúscula élite, no sirve.

5. Las cumbres periódicas de altos funcionarios políticos y de organismos internacionales destinadas a tratar el tema del desastre ecológico hoy en curso, no logran detener realmente el proceso de deterioro en marcha. Ello se debe a que las grades megaempresas que dominan el panorama económico mundial no tienen un real interés en detener o alterar de raíz sus procesos productivos, dado que ello traería aparejado una merma en sus ganancias. La adecuación a nuevas tecnologías no contaminantes es lento, marcado por los intereses económicos del capital y no por la preocupación efectiva de la salud de la humanidad y de nuestra casa común, el planeta Tierra.

6. Las respuestas a la catástrofe medioambiental que produjo la voracidad consumista inducida por el capitalismo, no solo requieren respuestas técnicas. De hecho, uno de los grandes problemas de la actualidad es la energía para mover ese infinitamente grande aparato productivo de las sociedades modernas, donde los combustibles fósiles no renovables (petróleo, gas y carbón) son la clave. En la revista Econews puede leerse que “El sol brilla en China, pero probablemente no de la forma que uno esperaría. Los científicos que trabajan en el tokamak Huanliu-3 (HL-3), un dispositivo de fusión nuclear en Hefei, China, han logrado un avance que podría cambiar el futuro de la energía limpia. El tokamak HL-3 es como un sol artificial. Utiliza plasma calentado a 120 millones de grados para crear fusión nuclear, produciendo la misma cantidad de energía que una estrella. Investigadores de todo el mundo han estado tratando de lograr este tipo de fusión nuclear durante décadas”. Sin dudas, salidas técnicas como esta son imprescindibles, pero lo que hay que cambiar no es solo la matriz energética, sino el modo en que se induce el consumo. ¿Acaso son necesarios los 1,400 millones de vehículos (la mitad de ellos de combustión interna, quemando combustibles fósiles) que circulan en el mundo, o eso se podría reemplazar (menos consumo de energéticos, más espacio para desplazarse, más comodidad para los usuarios) por transporte público eficiente? ¿Es imprescindible cambiar el teléfono móvil cada año, reemplazándolo por un nuevo modelo más atractivo? Está claro que lo que debe cambiarse de raíz es la engañosa idea de crecimiento que el capitalismo ha impuesto.

Antropoceno, Capitaloceno o como lo llamemos, el modelo de interacción actual del ser humano con la naturaleza es inviable. Hay que cambiarlo. Eso solo será posible en un cambio radical de paradigmas que el mismo sistema capitalista no solo no quiere sino que, básicamente, no puede ofrecer. Por tanto, hay que buscar nuevas alternativas.

.mmcolussi@gmail.com

 

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