El título del presente artículo de opinión, no es para un film. No señor. Es, en mi opinión, para arrecharse. Para coger un garrote y azotar, como hizo Jesús nuestro Redentor, con los fariseos. Y valga la comparación. Aquí vale la pena destacar que me refiero a hombres que destrozan la vida de seres humanos que buscan salidas a sus desgracias. A sus tragedias económicas y sociales. A caminantes que se desplazan, al igual que un náufrago buscando o solicitando ayuda humanitaria para él y su familia. Porque náufrago tiene como sinónimo abandono, infortunado, desamparado. Amigos lectores, eso precisamente, es lo que andan por las calles de otros países en largas travesías, hombres, mujeres, niños y ancianos. Estos últimos al igual que los niños, son los que llevan la mayor de las penurias. Alguien me comentaba que la situación de los migrantes “no es desgracia, es mala suerte“. No le mentí a su progenitora, porque cuento con valores. Pero esa burla, esa ironía con la que se tilda a los migrantes, merece ser tomada en cuenta para un posterior castigo de justicia divina o terrenal. Es decir, que a los que corretean por las calles, a los que pasan hambre, a los que les queman sus enseres, a los que les disparan “sin culpa” en pleno mar adentro, a los que violan sin piedad, ¿es “mala suerte”? No me joda chico.
Ahora, y es aquí donde los gobiernos de donde se escapa la gente a otras naciones, deben hacer un “meaculpa” por las múltiples calamidades que éstos pasan. Porque los seres humanos que son amparados por su respectiva Constitución para que el Estado de donde migró le responda o satisfaga sus derechos como ciudadano y no lo haga, debe responder ante la ley del país de origen o en una Corte Internacional. ¿Así, o más claro? Porque no me van a venir con el cuento (caso Venezuela, Cuba, Nicaragua, Irak, Palestina, Somalia, Libia), que las migraciones se deben a las sanciones aplicadas por naciones poderosas. Esa tesis no es creíble y se cae por su propio peso. Porque las “sanciones”, al menos en Venezuela, son de reciente data y la desgracia que viven muchos países es exponencial y desde hace algún tiempo. Ahora, pongo sobre la mesa esta otra tesis: supongamos que las migraciones se deben a las mentadas “sanciones del imperio” (no del Imperio chino o del imperio ruso), entonces yo, como mandatario de un país, renunció para que mi pueblo tenga otra opción y nunca la de migrar a otros derroteros. Tan sencillo como que el cristianismo es inmenso. (Ojo, y NO estoy de acuerdo con los “Gringos” invasores en el mundo). En otras palabras, si yo como presidente de cualquier organización lo estoy haciendo mal, entonces renuncio. Porque lo contrario me convierte en cómplice de lo que les ocurra a mis conciudadanos. Punto.
Concluyó, si realmente el régimen dice ser “bolivariano”, entonces ¿por qué no aceptar algunas máximas de nuestro Libertador, para una verdadera toma de conciencia republicana? Lean esta perla: “Huid del país donde uno solo ejerza todos los poderes: es un país de esclavos…”. (Simón Bolívar). Y huyen precisamente para no ser esclavos de la pobreza. He aquí otra cita: “El hombre de honor no tiene más patria que aquella en que se protegen los derechos de los ciudadanos y se respeta el carácter sagrado de la humanidad.” (Simón Bolívar). Hay que ser muy indigno para darse cuenta de la desgracia de la gente y no hacer nada. ¿Dónde reposan los valores morales de los responsables de esta miseria que padecen nuestros hermanos en el mundo? Señores, recuerden que la historia está ahí, ojo avizor. Y es ella quien juzga a los hombres de mala o buena voluntad. Es hora de una verdadera y profunda reflexión. Que se detenga la migración, y por ende, la desgracia de los náufragos. Se abre el debate.
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