Hay tropas concentradas y a punto en la frontera, pero no tienen por qué llegar todavía la segunda fase, la entrada de blindados y tropas de infantería, tras la campaña de bombardeos. De momento no habrá invasión terrestre como en Gaza. Israel sabe por experiencia de los peligros de una ocupación militar para el control del entero sur del Líbano. Si puede conseguirlo a distancia, con misiles y guerra electrónica, no tendrá que arriesgar más vidas de sus militares.
Irán no quiere la confrontación directa, que podría dañar de muerte al régimen. Prefiere seguir la guerra por procuración como hasta ahora, vía Hamás, hutíes y naturalmente Hezbolá, ahijado político y punta de lanza militar en el frente del rechazo a Israel. Ni siquiera Hezbolá la desea, a pesar de la venganza que exigen los golpes terribles que ha recibido. Unas amenazas “para el momento y la forma más adecuados”, como las proferidas por Irán y Hezbolá, indican la escasez de fuerzas e ideas para la respuesta inmediata que exige una derrota tan demoledora como es el descabezamiento de la organización y la destrucción de su sistema de mando y control.
El ascenso a los extremos, esa subasta de muerte y destrucción que es la guerra, solo termina cuando no quedan fuerzas, munición, carne de cañón y sobre todo voluntad de proseguirla. Hay todavía esfuerzos de contención que refrenan la velocidad de la escalada en el interior de cada campo contendiente y sobre todo por parte de la comunidad internacional, empezando por Estados Unidos. Su flota, concentrada y en alerta en los mares circundantes, es la pieza central para cualquier contienda y a la vez el arma disuasiva para que Irán no se vea arrastrado. Solo Netanyahu y Yahia Sinwar quieren la guerra sin final a la vista, el primero para mantenerse en el gobierno y el segundo con la vana esperanza de encontrar la salvación de la causa palestina en el infierno de una contienda internacional que a todos arrastre.
Evitarla es el objetivo de Joe Biden, tal como ha explicado en su discurso de despedida en Naciones Unidas. Difícil, por contradictorio con su compromiso de seguir sosteniendo diplomática y militarmente a Israel cuanto haga falta. En todo ha fracasado frente al imperturbable belicismo de Netanyahu: en la tregua definitiva para Gaza, la liberación de los rehenes, la seguridad en la frontera libanesa, las muertes excesivas de civiles palestinos, los ataques de los colonos a los palestinos de Cisjordania… Muchas tareas para un presidente tan débil.
No faltan razones para temer los peores augurios que todavía no se han cumplido. Y más sabiendo que el ascenso a los extremos seguirá al menos hasta el 5 de noviembre, cuando se sabrá quién le sustituye, e incluso hasta el 20 de enero, cuando se irá a casa. E incluso más allá, ya con Trump o Harris en la Casa Blanca. Una vez empieza una guerra, nunca se sabe cómo y cuándo termina.