No se trata precisamente de la generación estudiantil del 28. Aquella en la que Leoni como dirigente fue a parar con otros muy destacados alumnos de la Universidad Central de Venezuela a las mazmorras gomecistas, como lo relata Miguel Otero Silva para la historia y la literatura en su primigenia Fiebre. Es parte, como cuando Gómez, de este furibundo arrebato contra todo disidente. Porque obligados, secuestrados, según su concepción, tenemos que soportarlos en sus extremos manejos asquerosos del poder, ese que consideran perpetuo.
Desde Javier Tarazona hasta los más recientes apresados que incluyen egresados de nuestras universidades, padecen el injusto y maléfico tratamiento de los secuestradores. No son únicos, desde luego, hay un número alto y absurdo de prisioneros políticos, que incluyen adolescentes, mujeres, dirigentes partidistas y todo aquel que de algún modo adversa al régimen y lo manifestó, especialmente luego del triunfo opositor del 28 de julio.
Terrorismo es la palabra que generalmente le endilgan a quienes protestaron y resultaron suprimidos de su libertad después de las elecciones sin resultado oficial aún. Porque para ellos, expresar el descontento por cualquier vía les infunde terror. Lógicamente. Ni siquiera se les puede nombrar so pena de recibir mayores dosis de tortura criminal. Hasta proyectan la construcción de nuevos recintos carcelarios, así como la ampliación de los existentes. Para ellos presos políticos y comunes van igualados.
El inicio de clases viene empañado por el poder no sólo por la vida académica contenida por la desatención generalizada a la educación. No sólo por la cuestión de los espacios físicos deteriorados, de los presupuestos universitarios inexistentes, de los sueldos depauperados y la desprotección social galopante contra profesores y maestros, sino porque además existen universitarios bajo prisión. Estudiantes de nuestra UCV, profesores y egresados. Por no mentar a los perseguidos y exiliados.
La naturaleza universitaria necesariamente viene marcada por la crítica, para la mejora individual y colectiva. En las aulas se enseña el disenso, la adversidad al poder desmedido, el valor de la justicia, del orden legal del Estado, los valores democráticos y los derechos humanos. Desde luego que quienes adversan a la universidad y a la educación resultan intolerantes ante sus valores. Ningún universitario debería admitir la prisión de otro por pensar y protestar, por disentir. De ese modo se imposibilita el indispensable diálogo, la paz indispensable en estos tan críticos momentos sociales y políticos para el país. Reflexionen.