Después del 5 de noviembre, el mundo sabrá si los estadounidenses renuncian al liderazgo global o deciden mantenerlo, junto con el compromiso de su país con alianzas de larga data como la OTAN. Es la disyuntiva tajante que se plantea entre el aislacionista Donald Trump y la vicepresidenta Kamala Harris, respectivamente.
Pero mientras el mundo observa con inquietud el desarrollo de la elección estadounidense, los europeos, en cierto sentido, ya han votado. Las recientes elecciones en los dos estados miembros más grandes de la Unión Europea (Francia y Alemania) han sido cuando menos desalentadoras, con avances significativos para la extrema derecha antioccidental y antieuropea.
Aunque los votantes no dieron a la ultraderecha mayoría parlamentaria absoluta en ninguno de los dos países, lo que obtuvo es demasiado sustancial para ignorarlo. Hacia el futuro, en ambos países será más difícil formar una mayoría estable de fuerzas democráticas; y por consiguiente, a la ultraderecha le resultará más fácil obtener en algún momento el poder por la vía electoral.
En Francia, después de la triste derrota del centro político en la elección europea de junio, el presidente Emmanuel Macron decidió por sorpresa disolver la Asamblea Nacional y convocar a elección anticipada. Pero en vez de aclarar la situación, el resultado fue un parlamento sin ninguna fuerza dominante. Si bien una alianza de partidos de izquierda obtuvo una mayoría de escaños, no fue suficiente para alcanzar la mayoría absoluta.
Por su parte, Macron se negó a cooperar con la extrema izquierda o con la ultraderechista Agrupación Nacional de Marine Le Pen, que fue el partido que obtuvo más escaños en la elección europea. Sin muchas alternativas, nombró a un primer ministro del partido gaullista de centroderecha Republicanos, que ha quedado reducido a una representación minoritaria en el parlamento. El elegido, Michel Barnier, fue el representante de la UE en las negociaciones para el Brexit con el Reino Unido, y se lo considera capaz de mantener el control. Pero en la práctica, Macron le ha abierto la puerta a una participación indirecta de Agrupación Nacional en el gobierno, porque depende del apoyo tácito del partido a Barnier.
Una situación similar se cierne ahora sobre Alemania, donde las elecciones en los estados de Turingia y Sajonia tampoco produjeron mayorías de centro. De modo que la única manera de mantener a la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD por la sigla en alemán) fuera de los gobiernos de los estados es incluir a la recién formada Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), un partido pro ruso cuyo principal objetivo es poner fin a la guerra en Ucrania mediante una «paz» en los términos de Vladímir Putin.
A pesar de la estrecha victoria el domingo pasado del centroizquierdista Partido Socialdemócrata en Brandemburgo, las últimas elecciones en los estados alemanes no presagian nada bueno para la elección federal de septiembre del año entrante. Y ahora mismo, puede que en la práctica, la debilidad del centro democrático en Francia y Alemania termine dándole a Putin un lugar en el gabinete en ambos países.
Por supuesto, en términos políticos Francia y Alemania no son Hungría o Eslovaquia. Pero tampoco son Hungría y Eslovaquia tan centrales para el futuro de la UE como Francia y Alemania. Si los franceses y los alemanes se hunden en vacilaciones por no poder formar un gobierno mayoritario de centro, para la UE en su conjunto es casi seguro que habrá estancamiento y parálisis frente a la guerra conquistadora de Putin. Peor aún, en un orden mundial cambiante y definido cada vez más por la rivalidad entre grandes potencias, Europa quedará en la práctica excluida de la escena internacional.
Dicho de otro modo, Europa enfrenta una triple amenaza, mucho más visible tras las elecciones de este año. El orden democrático europeo enfrenta la amenaza interna del nacionalismo, la amenaza externa del revisionismo violento y la amenaza del posible regreso de un presidente estadounidense desdeñoso de la OTAN y de la seguridad que esta ha brindado.
El resurgimiento nacionalista en Europa lleva al menos una década, y su primer gran resultado peligroso fue el referéndum británico por el Brexit en 2016; pero sus consecuencias todavía sorprenden allí donde se manifiestan. No es posible subestimar la gravedad del ascenso electoral de la ultraderecha en Alemania. Estos fenómenos son y seguirán siendo importantes factores de debilidad para una UE obligada a moverse en un entorno geopolítico cada vez más difícil.
Una Europa que sigue ideológicamente atada a la era de los estados nacionales no podrá avanzar con la integración que necesita para proteger su soberanía en el mundo actual. Tampoco podrá elaborar políticas eficaces y coherentes para el manejo de cuestiones como la inmigración (a pesar de la necesidad que tiene Europa de gente nueva con la que hacer frente a su crisis demográfica). Si los europeos siguen apoyando a partidos neonacionalistas, los principales perjudicados serán ellos mismos.
La única salida para Europa en el peligroso mundo de hoy es mostrar fuerza a través de la unidad: cuanto más se fortalezcan los partidos nacionalistas, mayor será la debilidad de Europa.