Brasil celebrará el domingo próximo el primer turno de votaciones para las alcaldías del país, consideradas esta vez especialmente importantes para tomar el pulso a la temperatura de la derecha tras la caída de Bolsonaro. Y una vez más resucita la injusticia de la minoría absoluta de candidatas mujeres justamente en la política local, donde las pocas que llegan suelen demostrar su capacidad de gestión, acostumbradas a dirigir una familia y sus problemas. Ya he oído a alcaldesas decir, por ejemplo: “Mi ciudad tiene que estar limpia como mi casa y todos los niños tratados como mis hijos”.
La presencia femenina en la política local brasileña es, sin embargo, la menor de la mayoría de los países de América Latina. Mientras las mujeres brasileñas representan el 51% en todo el país, al día de hoy solo una de las capitales está gobernada por una mujer. Y solo están presentes en el 12% de las ciudades. Y cuando se trata de candidatas negras, su presencia en el gobierno local llega a ser vergonzosa: solo existe un 4%.
Ante la resistencia de los partidos políticos a escoger mujeres como candidatas a las alcaldías y al gobierno nacional, existe una ley que impone dedicar un 30% de los recursos que recibe cada partido para las elecciones de candidatas femeninas. Pero hecha la ley, hecha la trampa. La gran mayoría de los partidos, que prefieren candidatos masculinos, acaban cerrando los ojos y olvidándose de las candidatas femeninas.
Testimonios de este desprecio de los partidos por las candidatas los han recogido los grandes diarios en todo el país y revelan las artimañas de los políticos varones para impedir las candidaturas de mujeres negándoles la ayuda para la campaña electoral. En algunos casos las candidatas mujeres recurren al Supremo para denunciar la falta de recursos que les imponen los partidos, pero cuando salen los veredictos, ya han pasado las elecciones y el número de mujeres elegidas son una pequeña minoría y en ciudades de poco peso.
Una de las injusticias más graves y actuales usadas contra las candidatas femeninas tras la llegada de la inteligencia artificial (IA) es, como está ya ocurriendo, la presentación en las redes de las fotos de las candidatas por ejemplo en posiciones obscenas para intentar descalificarlas. Es un método cruel que está creciendo en estas elecciones municipales encaminadas a presentar como inmorales y ligeras a las mujeres que han osado presentarse a las elecciones a pesar de todos los obstáculos que encuentran en los partidos dominados por varones.
En realidad se trata, como subrayan los analistas políticos, de un “mecanismo cruel en descrédito de las candidaturas femeninas” a las que se intenta presentar a la opinión pública menos culta, que es la mayoría del país con aún millones de analfabetos, no solo como incapaces de gobernar sino también, ahora gracias a las nuevas técnicas de la era digital, transformándolas en mujeres sin pudor, indignas de gobernar una ciudad.
A pesar de la ley que debe ofrecer el 30% del presupuesto destinado a las campañas electorales a las candidatas femeninas, los partidos, dominados por varones, se las arreglan para que se queden sin dicha ayuda económica y acaban sin poder organizar una campaña normal como la de los candidatos masculinos. Se ha llegado así en las elecciones anteriores a unas cifras que suponen una afrenta y la mejor demostración del abandono en el que las candidatas femeninas se encuentran a la hora de organizar su campaña. Basten algunos números: en las últimas elecciones del 2020, muchas de las candidatas recibieron solo 10 votos, prácticamente las de su familia. Y de las 1.178 candidatas mujeres, 1.076 no recibieron ni un céntimo del presupuesto obligatorio por la ley para ellas.
Y pensar que el vocablo política, nació en la Grecia Antigua como el arte de gobernar la ciudad y con tintes claramente éticos y femeninos y asociados a la moralidad, a las costumbres y al gobierno de la vida social.
Que la restricción del ejercicio de la política estuvo ya estrechamente ligado a lo masculino y a los escándalos de corrupción aparece ya en sus orígenes. Basta leer a Aristóteles o Sócrates. De ahí, según algunos estudiosos, ese rechazo masculino de las mujeres en la política donde suelen aparecer menos corruptas y más pegadas a los problemas concretos que afligen a las familias.
O sea, como decía un amigo mío con sentido de humor, a los políticos masculinos les dan miedo las mujeres que, como mínimo, son más reacias y difíciles de corromperse que ellos, muchos de los cuales identifican al ejercicio de la política, como algo natural, el enriquecimiento personal y de la propia familia.
¿Puede entonces extrañar que la democracia esté cada día más en crisis con el resurgimiento de caudillos enloquecidos con recetas rocambolescas que están acuñando un nuevo y peligroso concepto de política más cercano a un negocio que a un ideal como lo veían los grandes filósofos de la antigüedad?