Rafael Fauquié: El desierto crece

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En Así habló Zaratustra, dice Nietzsche: “El desierto crece”. Comentario muy similar, por cierto, al que hiciera Kierkegaard refiriéndose a los aforismos del escritor alemán Georg Christoph Lichtenberg: “¡Gracias por esta voz en el desierto!”; y, en cierta forma, parecido también a la definición de Baudelaire sobre el hombre moderno: “solitario de imaginación activa, siempre en viaje a través del gran desierto de los hombres”. El desierto que percibían Nietzsche y Kierkegaard, el desierto al que aludía Baudelaire… ¿Qué era? ¿Acaso la visión de una nueva época en la que estaba entrando la Humanidad? ¿Una convicción de que para Occidente, tras largas percepciones de avance y muchas idolatrías de progreso, había comenzado una nueva era de incertidumbres?

Existe cierta diferencia entre el desierto al que se refieren Nietzsche y Kierkegaard y ése al que alude Baudelaire. El de aquéllos implica devastación, agotamiento; el de éste es más bien una alusión a multitudes y a generalizadas abundancias, a toda clase de homogeneidades y cosificaciones… De todos modos, la idea de los tres se parece: desierto es devastación, confusa vastedad, ajenidad, extravío… En suma: desierto sería ese espacio humano en el que, como supo metaforizar Nietzsche, los dioses han desaparecido y el tiempo ha dejado de significar continuidad o avance para hacerse inacabable reiteración; de alguna manera, metáfora de una nueva era en la que parecía haber entrado la Humanidad: la de la supervivencia.

El tiempo de la supervivencia es el del equilibrio en medio de lo siempre precario, el de la previsión ante lo inesperado, el tiempo donde no existen ni débiles ni fuertes, porque todos, eventualmente, somos débiles; porque todos, definitivamente, somos vulnerables. Vulnerabilidad: acaso el sentimiento más común dentro de un mundo en el que parecieran estar naciendo nuevas comprensiones relacionadas, en su mayor parte, con la desorientación y la incertidumbre.

Vivir es caminar sin cesar nunca de buscar. Buscar… ¿Qué? En el fondo, acaso siempre lo mismo: un significado para los días vividos. Y es que el hombre puede soportarlo todo, todo, menos el sentimiento de estar viviendo un tiempo absurdo que no lo conduzca hacia ninguna parte. Si, como fue la visión lúcida y a la vez terrible de Nietzsche, los seres humanos nos percibimos viviendo en un mundo sin dioses, sin Dios, entonces no nos queda otra alternativa que descubrir en nuestras opciones de vida cierta plenitud que llegue a hacerse finalidad en sí misma: aquí y ahora.

 

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