Venezuela, en un proceso electoral inédito, mostró una vez más la grandeza de su pueblo, un pueblo que bajo las peores condiciones de represión, ventajismo y amedrentamiento, se negó a rendirse. Porque el valor de cada voto va mucho más allá de un simple número: detrás de cada uno hay una historia de esperanza, coraje y amor por un país que sueña con renacer.
Como decía Viktor Frankl: “cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”. Así, en medio de la adversidad, cada persona que decidió ir a las urnas lo hizo no solo por sí misma, sino por los sueños de millones. Es la madre que anhela una educación de calidad para sus hijos, el empresario que lucha por mantener su negocio en pie, los jóvenes que no se resignan a un futuro de sombras, y el deportista que cree en el poder de representar con dignidad a su tierra. Cada voto es una declaración de resistencia, una pequeña rebelión ante la desesperanza.
¿Acaso no es esta la trama de una epopeya digna de ser contada? Porque, como decía el gran J.R.R. Tolkien: “Incluso la persona más pequeña puede cambiar el curso del futuro”. Y así, en cada rincón de Venezuela, hombres y mujeres se levantaron como héroes anónimos, negándose a sucumbir ante la oscuridad. En sus acciones resuena el eco de la filosofía de Sócrates: “El secreto del cambio es enfocar toda tu energía, no en luchar contra lo viejo, sino en construir lo nuevo”.
Pero la lucha no termina aquí. Venezuela debe seguir avanzando en paz, con inteligencia y sabiduría. Como la luz de un faro que guía en la tormenta, el camino es difícil, pero claro. Debemos hacerlo desde cada ciudad, desde cada pueblo, sintiéndonos orgullosos de quienes somos y de lo que defendemos. Porque, como dijo Gandhi: “La paz no es el objetivo, es el camino”. La fuerza de la razón y la verdad debe ser nuestra bandera, porque el conflicto no se resuelve con más violencia, sino con la determinación de un pueblo que conoce su derecho a la libertad y a la dignidad.
En cada voto, en cada acción pacífica y valiente, se alza un grito silencioso que resuena con la fuerza de la historia: “¡Nadie podrá apagar la luz de la verdad!”. Y esa luz es más fuerte que cualquier sombra. Así como en “Star Wars”, donde la luz siempre encuentra su camino en medio de la oscuridad, en Venezuela la esperanza sigue ardiendo, aún cuando todo parece perdido.
Y es que, como dijo Nelson Mandela: “Todo parece imposible hasta que se hace”. Estas elecciones, con sus altibajos y sus luchas, son un reflejo de la capacidad de los venezolanos de soñar, resistir y construir un país mejor. Son historias que podrían ganar no solo Emmys, sino también el reconocimiento de millones de corazones alrededor del mundo, porque al final del día, lo que se juega en Venezuela no es solo una elección: es el alma de un pueblo que se niega a renunciar a su destino.
Porque en cada madre, en cada padre, en cada joven y en cada anciano que se acercó a votar, hay una pequeña chispa de rebeldía que clama, como decía el filósofo Nietzsche: “Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”. Venezuela tiene su porqué: la libertad, la justicia, el amor a su tierra y la esperanza de un mañana mejor.
Queremos que nuestras familias puedan volver a reunirse, que nuestros jóvenes no tengan que ver su futuro en otras tierras y que nadie más tenga que cruzar el infierno del Darién buscando lo que su propia patria debería darles: seguridad, oportunidades y un hogar. Porque la migración forzada no es un sueño, es una tragedia. Y en cada voto de este proceso hay un grito desgarrador que dice “¡Basta ya!”.
Queremos ver a nuestros hijos crecer en su país, a nuestros amigos regresar a sus calles, y a nuestros abuelos disfrutar de una vejez digna aquí, donde todo comenzó. La luz de la verdad no se apaga; se multiplica. Y con ella, seguimos luchando por un país donde quedarse sea una opción y no un sacrificio. Un país donde la esperanza deje de ser un acto de resistencia y se convierta, finalmente, en la realidad.
Vamos por más…