No hay solsticio de invierno en octubre.
El escritor Milan Kundera, quien padeció la exclusión y el hostigamiento durante la ocupación de Checoeslovaquia por la URSS en 1968, expresa su criterio sobre el guion comunista de la refundación del Estado: “Para liquidar a los pueblos se empieza por privarlos de la memoria. Destruyen tus libros, tu cultura, tu historia. Y alguien más escribe otros libros, les da otra cultura, inventa otra historia; después de eso, la gente comienza a olvidar lentamente lo que son”. En Venezuela con la implantación del Socialismo del Siglo XXI, Chávez utilizó el mismo libreto para dar inicio a la refundación del país, comenzando por la transformación de la historia y los símbolos patrios. No contento con cambiarle el nombre por “República Bolivariana”, modificó la bandera, agregándole una octava estrella y al escudo nacional le invirtió la dirección hacia donde el caballo allí estampado solía cabalgar. Transformó el rostro de Simón Bolívar en un zambo a su imagen y semejanza. Chávez en persona dirigió la profanación del sarcófago del Libertador para utilizar sus huesos en rituales de la santería cubana. La retórica genocida y necrófila que impuso con el “Patria, Socialismo o Muerte”, se convirtió en la política criminal de Estado que desde hace 25 años oprime a los venezolanos. La espada libertadora de Bolívar fue mancillada al ser ofrendada a terroristas y dictadores de toda calaña. En vez de marchar hacia el futuro, el bravío alazán del emblema patrio comenzó una cabalgata a la inversa, hacia un pasado violento y tenebroso. De las cornucopias del escudo dejaron de brotar los frutos de la tierra, dando paso a la ruina y a la penuria que, desde entonces, reinan sobre la patria. Con la inversión de los símbolos patrios comenzó la decadencia del país. Al mismo Chávez lo alcanzó una muerte temprana, dolorosa e inesperada. Según Michel Tournier, “Hay un pavoroso momento en que el símbolo invertido y ultrajado, se convierte en demonio y devora a su portador” (Michel Tournier, Le roi des aulnes, Paris, Gallimard, 1970).
Los riesgos de alterar los símbolos.
Para Carl Jung, el símbolo implica algo desconocido u oculto que da forma a lo que antes eran solo sensaciones, ideas, intuiciones, creencias o valores. Los símbolos activan las resonancias en el interior del individuo. Cuando la mente se propone explorar un símbolo, llega a ideas que van más allá de lo que nuestra razón puede captar, son “potenciales energéticos psíquicos constitutivos de toda actividad humana”, afirma Jung. (C.G. Jung, El hombre y sus símbolos, 1964). Los símbolos tienen repercusiones insospechadas en la psiquis de un individuo, de un grupo o de una sociedad. La prudencia enseña a no desvirtuarlos y menos a ultrajarlos.
Sin entrar en el análisis de los mitos colectivos y de aquellos que en su nombre los utilizan, pero sí en el terreno de las analogías políticas, la de Hitler y el nazismo presenta rasgos interesantes por el uso esotérico de los símbolos para el empoderamiento de un caudillo. La cruz gamada, “Swástica” en sánscrito, era un positivo y poderoso símbolo solar, eje del mundo y de la vida del misticismo hindú y de otras culturas orientales, pero al ser copiada por los ideólogos del esoterismo nazi, fue adulterada deliberadamente al cambiar la dirección de la rotación de los brazos hacia la derecha, transformándola en un símbolo de destrucción y muerte que, al final, se volcó contra ellos mismos. El Führer y su camarilla terminaron suicidándose entre los escombros incendiados de un oscuro bunker, dejando tras de sí un continente destruido y 60 millones de muertos.
Es imposible no aludir a lo que ocurre en Venezuela. El chavismo se conectó con el lado oscuro de la condición humana y emprendió la inversión y ultraje de los símbolos patrios, allí comenzó la ruina del país. Sus sucesores no cesan de falsear la realidad, el discurso oficial es una acumulación de mentiras y humillaciones. Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que nadie crea en nada, “un pueblo que ya no distingue entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal, es un pueblo privado del poder del pensamiento” (Hannah Arendt, The Origins of Totalitarianism, 1951). Para intentar distraer la atención sobre el descomunal fraude electoral del 28-J y la violenta represión desatada contra el pueblo que lo rechaza, Maduro ha decretado la Navidad en octubre, alterando un símbolo sublime de la cultura occidental, muy enraizado en las tradiciones venezolanas. Los ignorantes del régimen no entienden que el solsticio de invierno, que ocurre entre el 21 y el 25 de diciembre, es un acontecimiento astronómico. Nuestro planeta, en sus movimientos de translación y circunvalación, en esos días comienza su marcha hacia el Sol del que se había alejado en el solsticio de verano que ocurre el 24 de junio, de esa forma, los días comienzan a prolongarse y la oscuridad a disminuir. Ese orden cósmico no lo puede cambiar por decreto un tirano ignorante.
El calendario juliano estableció el solsticio de invierno el 25 de diciembre en el hemisferio Norte y en 1582, el papa Gregorio XIII fijó la fiesta de la Natividad el 25 de ese mes. No es una coincidencia que el solsticio de invierno y la celebración del nacimiento del niño Dios ocurra en esos días. Navidad viene del latín Nativitas, que significa la conmemoración de un retorno, es decir, del renacer del Sol o invictum solis o Sol invencible que comienza a alejar las tinieblas y que ocurre en esa fecha, motivo de adoración en templos de la antigua Roma y en rituales de remotas culturas agrarias. La naturaleza obedece a un orden y leyes trascendentes, de allí́ que los símbolos crean los vínculos entre el mundo manifiesto que percibimos y el enigmático orden cósmico al que pertenecemos. Cada diciembre, la mecánica celeste nos brinda la oportunidad de renacer espiritualmente. No hay solsticio de invierno en octubre, la Navidad se celebra el 25 de diciembre. Este símbolo esperanzador de la Navidad está siendo alterado, escamoteado por unos grotescos falsarios. La mente de un individuo o la de una colectividad, para sobrevivir necesita elaborar pautas vitales tomadas de la realidad, por eso, no es de extrañar que los venezolanos en su gesta democrática del 28-J, decidieron al unísono actuar contra la mentira, la opresión, el desprecio y el oscurantismo de este régimen. Exigir la verdad en Venezuela es un acto revolucionario.
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