La fanfarronería carece de límites en estos tiempos de influencias mediáticas por redes sociales. Parece un mal enquistado en momentos de celulares que aíslan y de computadores portátiles. Lo importante del contenido no es su profundidad sino lo superfluo de su alcance.
Así andan los nuevos ministros del sector educativo, un sector vapuleado enormemente, como todos, pero cuyos efectos serán de muy larga consecuencia para el país. Formar y darle experiencia a un maestro o un profesor requiere de mucho tiempo, de mucha inversión, de mucho talento; tiempo, inversión y talento que se han perdido todos estos años, como se ha perdido la importancia y consideración de la educación y del trabajo como procesos fundamentales del Estado, según ordena la propia Constitución de la República.
La “genial” idea del ministro de turno para la recuperación del tiempo perdido injustamente, según las políticas educativas del régimen, es atraer con un papel al personal docente jubilado. Un ruego, prácticamente. No otra cosa es. Demostración elocuente de que están perdidos. A sabiendas de que la problemática educativa no va por ahí. Porque conocen bien que los maestros y profesores idos de su trabajo no se fueron de turistas, como señaló muy bien acerca de los venezolanos huidos por el mundo el embajador uruguayo en la OEA.
¿Llamar a los jubilados para ofrecerles qué? ¿Su romántica entrega salvadora de la educación por puro cariño? Con amor por la educación y el país no se llega a los mercados, al seguro, a las pastillas que los jubilados necesitan. ¿O es que acaso los jubilados viven en la fantasía fanfarronesca de las redes del ministro? Un golpe de efecto, diríamos en el teatro, para ganar centimetraje en redes y provocar la polémica que ha causado. No más. Saben bien que eso, como llamado absurdo, no producirá ningún efecto en el proceso educativo nacional.
En lugar de ajustar los sueldos y la protección social, como también ordena la Constitución y los derechos humanos, invitan a los más viejos y experimentados a una entrega por menos que migajas. Lo que les darán a cambio no les alcanza, como a los maestros y profesores que quedan activos, para el pasaje ida y vuelta de sus casas al trabajo, menos para las pastillas o las comidas. Llaman al sacrificio por la patria aquellos que la han hundido, por corrupción y desidia y malas políticas a propósito, en este despoblado. Vergüenza debería darle.
La solución que no quieren implementar es relativamente sencilla. Nadie trabaja por nada. Pero ganar suficiente para la vida digna no va acorde con los postulados revolucionarios de estos. Además, se requiere personal joven y fresco, formándose para las vicisitudes educativas de los próximos años, adueñados de los temas y procesos intelectuales y los métodos en boga. La liquidación de la educación no se debe a los maestros y profesores jubilados o activos. La culpa de la destrucción educativa tiene que caer donde tiene que caer, en sus promotores. La liquidación de la educación a futuro tiene hoy sus culpables. Éste, estos, son unos más, fanfarrones, efectistas, lucidos, además.